Cap 5 :La carta de sangre (1/2)

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Por la noche, en el mar sur de Einimer, llegó un velero de madera con tallados que asimilaban las olas marinas. De esta modesta nave, salió un hombre encapuchado con una máscara de porcelana. Su capa negra se arrastraba entre la espuma del agua salada. El hombre estaba intentando atracar su nao al muelle, pero este se resistía, aun cuando el viento no estaba soplando.

—Vaya que eres terco, es fácil que salgas al mar, pero para que entres a los muelles, uh, no hay quien te convenza —dijo el hombre encapuchado a su mascarón.

—Naturalmente, para mí el mar es como el viento para un ave, necesito navegar como un pájaro necesita volar. Ya estuve suficientes años anclado, es muy aburrido, sólo me quedo quieto y siento como las olas me dan cachetadas —respondió el mascarón del velero, el cual tenía la forma de un hipocampo.

—Vamos, Trotamar, no te resistas. Mira que ya me empapé todo por tu culpa —dijo el hombre mientras se subía al velero—. Estoy harto de bajar y tener que empujarte a la costa, ¿no puedes simplemente ir al muelle y esperar a que yo te amarre? —El velero se sacudió bruscamente, haciendo que el hombre se cayera de nuevo al mar—. Bah, eres peor que un potro salvaje. Pues quédate ahí, espero que las corrientes marinas te lleven lejos y te vuelvas un velero fantasma —dijo el hombre, indignado y con un tono molesto.

Sorprendentemente, al viejo nao, nunca se lo habían llevado las corrientes marinas, pero el hombre, de vez en cuando, arrastraba al velero hasta la orilla o intentaba convencer al Trotamar de quedarse en el muelle, como todos los demás galeones, carabelas y filibotes. El hombre, parado y empapado, miró a la orilla, asegurándose que nadie lo estuviera viendo, al asegurarse que no había nadie en la orilla, pronunció unas palabras mientras movía su báculo. El hombre puso un pie en el agua marina, pero no se hundió, y empezó a caminar plácidamente hasta la costa. «Con lo poco que me gusta hacer magia de manera innecesaria, pero bueno, fue un largo viaje y no me apetece nadar», pensó el hombre.

Hizo un ademán con su mano, y el agua dejó de ser sólida como el concreto, para volverse quebradiza como las alas de una mariposa. La arena fría se le estaba metiendo entre sus sandalias de cuero y a su capa se le pegaban granos de arena. El hombre caminó por la playa hasta encontrar la muralla de un pueblo, en las grandes torres de piedra de la muralla, había escorpiones que le apuntaban, y enfrente suya, un portón de hierro.

Catíly —dijo el hombre de la máscara. 

—¿Quién eres? —exclamó un soldado que estaba en la torre.

—¡Un simple sacerdote! —gritó el hombre para que lo escucharan.

—¿A qué diosa rezas?

—¡A la mar, pues ella me cuida!

—Un hijo de la sin nombre menor.

—¡Así es!

El soldado silbó para que abrieran el portón del pueblo y lo dejaran entrar. El hombre entró al pueblo, limpiándose la capa y las sandalias. Sintió un alivio al pasar de la arena del mar a los caminos de piedra.

Empezó a caminar por el camino estrecho del pueblo, las casas de piedra estaban llenas de moho, y se podía sentir un olor a humedad mientras caminaba por los pasajes y recovecos de la calle. Los caminos eran tan angostos que el pueblo parecía más un laberinto, los senderos estaban llenos de señales para indicar donde quedaban los establecimientos.

—Aquí dice que la cantina: Pipa de duende. Se encuentra a unos cuantos metros de largo, supongo que a esa cantina se refería la carta, es la única cantina que se encuentra en este pueblo después de todo.

El hombre no caminó mucho para encontrar la entrada del establecimiento. Una cantina muy modesta, no tenía nada llamativo excepto un letrero viejo que decía: Cantina pipa de duende.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora