Cap 19: El color de los nombres es verde

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La enorme sombra estiró sus garras, como un gato apunto de propiciar un zarpazo a su presa. Ya había tenido suficiente de ese juego. Y se sentía satisfecha de haber podido jugar un poco. Ahora, era momento de descansar y regresar a su escondite.

Las sombras nocturnas odian la luz, y el alba morada del archipiélago comenzaba a fastidiarla. Así que, de un movimiento de sus garras, clavó lo que ella creía que sería el movimiento letal para asesinar a la joven; sin embargo al ver sus manos vacías, se dio cuenta que tenía enredada en sus garras únicamente la capa de la chica. Al alzar la vista, la sombra vio cómo la joven corría a toda velocidad.

El resplandor del día se volvía más potente, la sombra hizo visera con sus garras. Y un sonido, como el ceñir de una nota desafinada.

—Me encantaría jugar —dijo la sombra—. Pero no me queda mucho tiempo.

La sombra tomó la forma de un felino, y se dirigió en dirección a la joven.

La joven sin nombre corrió con todas sus fuerzas. No tenía idea de lo que podía pasar ahora, ni dónde estaba Colemar y Flevata, ni mucho menos cómo podía ayudarles. Miró por encima de su hombro, una sombra-tigre la estaba siguiendo. Vio las ruinas de una torre y, con toda la velocidad que sus pies pudieron lograr, la alcanzó. Era como si la torre intentara alejarse de ella pese a sus intentos de llegar.

Agitada y eufórica por la persecución, cerró las puertas, y se llevó las manos a la boca al admirar cómo unas marionetas estaban colgadas por todo el lugar. Parecía ser que había encontrado el escondite de la sombra. O por lo menos, donde ella ocultaba sus presas.

Intentó encontrar a Flevata y a Colemar en forma de marionetas sin ningún tipo de éxito. Tenía el cuerpo muy frío ya, y se heló aún más al escuchar cómo la madera de la puerta producía el sonido de arañazos contra ella, seguido de fuertes golpes y una risa descontrolada.

«Como puedes apreciar, los demonios y las sombras son muy diferentes», escuchó en un pensamiento.

La joven observó su alrededor, con desesperación, pero por más que miraba no encontraba una salida, se acabó. Ese sería su panteón.

—Tienes que ayudarme —dijo con desazón—. Hicimos un trato.

«Las sombras no tienen nombre por sí mismas, pero si la cosa que las refleja. Y creo que es hora de que enfrentes tus demonios», escuchó en uno de sus pensamientos.

—¿Qué estas tratando de decir? —El sonido de la madera desquebrajándose se volvía más intensa, y los rayos del sol sólo enfurecían a la sombra.

«Quítate el anillo, tenemos que saber el nombre de esa sombra», escuchó en su pensamiento.

La joven abrió mucho los ojos. Sorprendida por la propuesta de Arginan.

—¿Cómo que me quite el anillo? Si lo hago... 

«Quítatelo, tienes que hacer otro trato con otra persona. Lamento haber sido, quizá, la persona equivocada con la que tengas que hacer esto, pero necesito que vuelvas a hablar con ella», escuchó en un pensamiento.

La joven titubeó. Miró cómo la puerta poco a poco se venía abajo. Cómo la torre se tambaleaba por los intentos de entrar de la sombra. Agachó la cabeza, y jugó con su anillo, girándolo. Cerró los ojos y se lo quitó.

Una tenue luz se reflejó en sus ojos, verdes como un campo en primavera. Y recordó el viento que sentía cada vez que se sentaba en aquel risco mientras contemplaba cómo el cielo se dormía, y cómo el sol se recostaba detrás de la mar, arropándose con ella.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now