Cap 12: Aves y dilemas

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La luna llena reflejaba los rostros morenos de los invasores, una mirada asesina, como la de lobos en casería. Ambos jóvenes giraban sus miradas de una dirección a otra. Tratando de encontrar algún lugar por el cual escapar. Pero era inútil, estaban rodeados por seis de los invasores con cascos de peces erizos, que nadaban en su dirección.

Los tenían a unos tres metros. Uno de los invasores, blandió su espada de madera forrada con dientes de tiburón. Apuntó a Colemar con ella en su pecho descubierto, como si le indicara que el sería el primero en morir de los dos. La joven se congeló del temor, no podía moverse, estaba fría como el hielo y Colemar estaba anonadado, quizá esa era la primera vez en la que él sentía el miedo verdadero.

Una sombra alada se atravesó entre la luz de la luna. Los invasores voltearon al cielo, confundidos, mientras una silueta negra los atrapaba uno a uno a la velocidad del rayo. Finalmente sólo restaba un invasor, que contemplaba con temor de un lado a otro el cielo, en busca de la criatura que se había llevado a sus compañeros. Un silencio tenue, después, el sonido del batir de unas alas. Un grito, luego el silencio.

Los jóvenes se quedaron flotando entre el oscilar del mar, abrumados por lo que había pasado. El terrible sonido de un gorjeo que se alternaba entre un ruido agudo y luego uno grave los alertó de que la bestia seguía merodeando por el lugar.

—Abajo, tendremos que sumergirnos —susurró Colemar—. Oye. —Colemar sacudió a la joven, quien tenía una mirada perdida.

Entonces lo escucharon nuevamente. Un grito embravecido del ave, quien bajaba a toda velocidad en picada. Como un águila que encuentra su presa. Los atrapó con sus poderosas garras y los depositó en la costa. Colemar, cayó en la pálida arena, zarandeó su cabeza y alzó su mirada. Se encontró cara a cara con la bestia-pájaro.

—¡Tienen que salir de aquí! ¡Ahora! —dijo el bestia-pájaro—. ¿Dónde están Ten y Skynathrax?

Colemar titubeó un momento, miró con sorpresa a la bestia.

—¿Flevata? —expresó Colemar.

—¿Y quién más va a ser, príncipe? ¿Sabes dónde están Ten y Skynathrax?

—En el pueblo —dijo Colemar y Flevata miró por encima de su ala el pueblo en llamas.

—Demonios —expresó Flevata—. Tendrás que ir a buscarlos. Yo me llevaré a la joven sin nombre al velero. —Flevata aferró sus garras con delicadeza en los hombros fríos de la joven—. En cuanto los encuentres silva.

Colemar atisbó su ropa y se la colocó. Corrió al pueblo en llamas, tratando de encontrar al mago y al dragón. Recorrió con cautela los callejones, no quería encontrarse con algún invasor. Los tejados y las techumbres de las casas caían encendidas en llamas. El crepitar del fuego y los gritos de las personas era lo único que se lograba discernir.

Colemar, corrió en dirección al bar-teatro exasperado y rezándoles a las diosas gemelas del cielo y el mar que ambos estuvieran bien. Antes de girar en el recoveco de la calle, se detuvo de sopetón, pues en la calle donde él quería pasar se encontraban tres invasores, los había escuchado. Se escondió detrás de la pared y asomó su vista.

Uno de los hombres estaba degollando a un anciano. Los dos restantes estaban desvistiendo a una pequeña niña del pueblo. La joven gritaba mientras estiraba su mano en dirección al anciano, como si le pidiera ayuda al cadáver de su abuelo.

Un frío intenso recorrió su espalda, mientras su estómago se revolvía. Con un enorme dolor en su corazón, no tuvo más opción que abandonar la horrible escena y buscar otro lugar por el cual llegar al bar-teatro. Se dio la vuelta y se marchó, tratando de que los adoquines blancos no hicieran ruido. 

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now