Cap 23: Olor a lluvia y a hogar

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La llovizna del plenilunio impregnaba a todas las cosas con el característico aroma de las cenizas de una chimenea hogareña y a sal marina. Y al mismo tiempo, empapaba con sentimientos de nostalgia a todos los que se encontraban fuera de sus hogares. Lo sentían en sus poros, en sus rostros con las gotas de lluvia y en el ambiente. El sentimiento de querer volver a casa.

Flevata, alzó la palma de su mano al cielo para atrapar una gota, al tenerla en su mano, dejó que se escurriera en varias direcciones hasta finalmente acercar su nariz para sentir su olor.

—El olor a hogar, una comida caliente y un lugar al cual volver —comentó Flevata con una sonrisa—. Los marineros suelen oler gotas de lluvia lunar para recordar a sus familias. Les llena de sentimientos y los motiva a seguir navegando en estas épocas del año, que no son muchos los que salen, es muy peligroso navegar con una luna que cambia las mareas.

Colemar, movía con ímpetu los enormes remos de la balsa que habían encontrado en la orilla de la vía fluvial del gran laberinto. La joven sin nombre no pronunciaba palabra, se limitaba observar las ruinas de las enormes edificaciones cuando pasaban a su lado. Que se alzaban como farallones en las orillas de una bahía.

—Flevata. ¿Podrías ayudarme? —preguntó Colemar, las venas le resaltaban de sus brazos, tenía los músculos hinchados por el esfuerzo de estar remando durante algunas horas.

—Siempre y cuando huelas una gota de lluvia —le respondió Flevata levantándose y pidiéndole con un ademán los remos.

Colemar se recostó cansado en el piso de la balsa. Alzó su temblorosa mano y olfateó la gota que había caído en su pálida palma.

—¿Y bien? —preguntó Flevata mientras remaba. La espesura de la niebla los envolvía como un abrazo espectral—. ¿A qué huele?

Colemar dio un suspiro.

—A la chimenea de mi alcoba real. —Colemar sonrió—. A dulce luna, a amor, a la voz de mi padre... a una amena conversación a su lado.

—¿Y a ti? —le preguntó Colemar a la joven sin nombre.

La joven parecía despertar de una hipnosis. Sonrió con su característica sonrisa de brillo y confusión que decía: ¿me podrías repetir tu pregunta? Colemar, se rio con apremio junto con Flevata, mientras ella seguía confundida al no entender que pasaba.

—Las gotas —continuó Colemar—. ¿A qué te huelen?

Ella alzó su mano y atrapó una escurridiza gota. Arginan, quien estaba en su candil, procuró dejarle claro con una mirada a la joven sin nombre que no le gustaba mojarse.

Olió, dio dos profundas inhalaciones y se encogió de hombros.

—A una trébede con sopa de conejo. —Volvió a oler la gota—. A hierba meciéndose con el viento, a cariño, a un cuento... y a un viejo amigo.

—¿Y a ti, Flevata? —preguntó Colemar nuevamente.

Flevata suspiró.

—A un hogar —dijo Flevata—. A un abrazo y un beso de bienvenida, a soledad, a sangre... y un lugar al que jamás podré volver.

El grupo marcó el silencio y permitió que el olor de los sentimientos en la lluvia lunar llenara sus corazones con nostalgia y melancolía mientras la densa neblina se comenzaba a disipar como un telón anunciando su siguiente acto.


Después de un rato navegando, pudieron avistar unas enormes edificaciones que parecían ser un templo megalítico construido sobre un arrecife de coral. Consistía en un conjunto de pequeños islotes artificiales, unidas por una red de canales con lianas colgándoles en toda su superficie. 

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now