Cap 31: La roca parlanchina

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La joven sin nombre se llevó la mano a su ojo gris con brusquedad. Le palpitaba, las venas de los ojos sobresalían de la esclerótica, inflamadas. Y le parecía, en ese instante, que podía escuchar voces que provenían de todos lados, del suelo, de las paredes, de entre las rocas. Le preguntaban cosas, muchas de hecho. Le pedían secretos, le preguntaban su nombre, les rogaban por hablar con ella.

Arginan, se introdujo en la joven, y en ese momento, ella, dejó de escuchar y su ojo volvió a como era antes: gris.

La joven, atisbó a Arginan con horror.

—¿Qué fue eso? —dijo ella.

El recordatorio de tu trato dijo Arginan—. Ella te entregó la facultad de entender todas las cosas que tú quisieras. Tú, empezabas a escuchar las verdaderas palabras, y como consecuencia, percibiste todo cuanto te rodea. Las rocas, las paredes, las gotas. Es por eso que te enseñé la regla de las palabras. Cuando llegue el momento de hablar con las cosas que te rodean, tendrás que escoger qué es lo que quieres percibir. Los objetos, suelen preguntarte tu nombre. Jamás debes decírselos o tomaran cuerpo y tú el de ellos. No debes revelarles un secreto, por qué tendrán poder sobre ti y debes ser cuidadosa al hablar. No menciones nada de lo que te puedas arrepentir.

La joven, palpándose el ojo, asintió.

Cuando hable con todas las cosas —dijo ella recalcando—. Tengo que obedecer la regla de las palabras: el poder de un secreto, el poder de una conversación y de cómo nos referimos a las cosas.

Exacto —dijo Arginan—. Ten cuidado con lo que dices. Debes concentrarte en lo que quieres percibir. Todas las cosas tienen conciencia. Hablan. Y debes concentrarte en lo que deseas escuchar. Inténtalo de nuevo.

La joven sin nombre asintió. Miraba con diligencia la roca con la que ella siempre jugaba. Volvió a percibir las voces de antes, pero se concentró únicamente en el de la roca. La escuchaba hablar, le decía mil cosas. Como en una ocasión esa roca fue parte de una montaña, cómo se desprendió de ella. Le contó de las historias que había visto y de los chismes que había escuchado cuando se posaba al lado de un camino.

La joven, estuvo viendo de manera fija la roca durante horas, sin apenas parpadear. Como si intentara distinguir las muchas cosas que la rodean. Hasta que dio un brusco suspiro, con un espasmo, como si su alma hubiera regresado a su cuerpo.

Lo tengo —dijo ella con minuciosidad—. Tengo su nombre. Retrocedí cientos de páginas para leer el cuento con el que se relaciona está roca. Fue un trozo de un castillo de unas viejas ruinas de esta isla. Quizá un pedazo más grande, se desprendió del muro con el disparo de una catapulta. En la era de los nombres. Se llama: Nim, me dijo que significaba simplemente: roca.

La joven sin nombre se guardó la piedra en el bolsillo. Arginan alzó la ceja de fuego, confundido.

—¿Qué haces? —le preguntó él.

Oh. —La joven se llevó su mano a los labios. Y después se ruborizó—. Verás... mientras estaba en trance, hablando con la roca, me dijo que quería ser mi amiga. Dice que deposité sentimientos en ella. Y quiero que me acompañe.

Arginan se llevó una mano a su frente, divertido.

Los onomásticos y sus cosas raras —dijo Arginan—. Por eso algunas personas los ven como si estuvieran locos. Siempre voy a recordar la ocasión en que mi antigua ama encontró una aguja que aseguraba que la podía utilizar para costurar la brecha que se abre del mundo Fini. Como si de un trozo de tela roto se tratase.

La joven rio a carcajadas del último comentario de Arginan.

Tendría que encontrar un rollo de hilo crepuscular para eso —dijo la joven—. La aguja no le sirve de nada. —Se llevó su dedo índice a la mejilla, pensativa—. Aunque podría preguntarle a la aguja dónde puedo encontrar hilo del crepúsculo. Yo lo haría. Y podría darle un secreto, uno pequeño —dijo ella encogiendo sus manos—. Uno que pueda guardar en su ojo, creo que le podría interesar saber cómo se ven las cosas. Le podría describir la forma en que vemos algo.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now