Cap 33: Mi nombre

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La joven estaba arrojando un montón de ramas al suelo del bosque. Las puso de forma vertical, haciendo una especie de tipi con ellas. Cuando estuvo satisfecha con su forma y cantidad, se sentó. Cada rama tenía su propósito y al igual que la cantidad que debía tener. 

Debían ser exactamente la porción de ramas que ella tenía de edad, en este caso, diecisiete. Estaba haciendo el ritual que los que deseaban ser onomásticos debían practicar para obtener un nombre.

La joven, abrió su palma, cerró sus ojos, y observó un pensamiento que la hacía enfadar. Canalizó ese sentimiento a la hoguera, y esta última se encendió. Abrió sus ojos nuevamente, satisfecha.

El fuego comenzó a crepitar. Sonaba como lluvia chocando contra los tejados de su hogar o como alguien que camina por un bosque pisando hojas secas de otoño. Sacó de su bolsillo aquella roca con la que ella había jugado en la cueva. Le pidió perdón por haberla tenido tanto tiempo olvidada, y la besó. La puso a un lado de la fogata.

Era hora de empezar.

La joven, se quitó la amapola que tenía en el cabello. La puso en su palma, y la admiró, estaba exactamente como el día en que la desprendió del suelo. Quizá fuera por el cumplido que había depositado en ella. Después de unos momentos, la arrojó al fuego.

—Valentía —dijo la joven con un tono lacónico—. Actuaré siempre con coraje, ante las adversidades, aun cuando pueda perder.

La joven, volvió a cerrar sus ojos para mentalizar un recuerdo. Lo tomó con minuciosidad de su mente, como una tenue luz. Al abrir los ojos, la admiró, una esquirla del espejo que componía sus recuerdos en el hueco de su mano.

—Perseverancia —dijo ella, echando aquel recuerdo que jamás volvería al fuego—. Nunca me rendiré si quiero conseguir algo. Intentar, intentar, intentar hasta lograrlo.

Volvió a observar aquella roca que la había acompañado en la cueva y en el mundo Fini. La acarició. Y pronunció su nombre, ordenándole que se volviera polvo. Vertió los restos en la llama.

—Honestidad —dijo la joven con voz quebrada, como si le aplastaran la garganta—. Trataré de ser honesta con mis sentimientos, pensamientos y deseos.

La joven, alzó su mano. Hizo que un recuerdo que le causaba miedo se manifestara en su mente. Lo ancló a la punta de su dedo índice para crear un filo de hielo. Puso su mano encima de la fogata. Dubitativa, hizo un corte en la palma con el filo del hielo. La sangre goteaba en el fuego, produciendo un extraño sonido, como agua evaporándose.

—Autenticidad —dijo ella, mientras veía cómo la sangre se escurría—. Siempre seré auténtica conmigo misma. Nunca fingiré. Seré fiel primero conmigo, después con los demás.

Cada onomástico, debía escoger cuatro valores con los que regiría su vida. Ella, meditándolo largamente, había decidido tomar aquellos.

Un objeto se fraguaba en la fogata. Estaba hecho con su cumplido, le había entregado la capacidad de sentir; con un recuerdo, le dio la amplitud de recordar; con la cosa en el que depositó esos sentimientos, le dio un cuerpo físico en el cual atarse y finalmente con su sangre la habilidad de convertirse en una extensión de ella.

Ahora, solo le quedaba cerrar sus ojos. Esperar a que la fogata se apagara. Y hablar con lo que se estaba formando en el fuego.

La joven, únicamente escuchaba el fuego crepitar. Entró en trance. Se sumergía en el agua cálida de su mente. En esta ocasión, ella no sintió ningún sabor en su paladar. Las burbujas revoloteaban a su alrededor y no vio a Speculum en ninguna parte. Todo era calma.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now