Fábula II: El latir silencioso de los sentimientos (1/3)

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—Saltémonos pues, los regaños y castigos del padre de las gemelas —dijo Flevata con el tono lacónico de desinterés de alguien impaciente emplea—. De cómo el padre condenó al cielo a que la luna y el sol fueran sus ojos. Saltémonos el cómo la gemela mar lloraba por su gema robada. "No es justo, cielo ya tiene al sol, no se supone que también tenga mi perla, padre nos regaló una gema a cada una", se quejaba ella. Saltémonos pues, cómo el padre condenó a cielo a que su ojo, la luna, se cerrara una vez solamente por completo, y solo pudiera dormir en una ocasión: en luna nueva. Las fases de la luna son nada más que el ojo del cielo tratando de cerrarse para dormir.

»Centrémonos en una balada de amor trágico.

»Escapé, como era obvio, mis hermanos me buscaban para asesinarme. Tenía el nombre de la vida eterna en mis manos. Dado por la diosa del mar como una maldición. El Drakendor ni siquiera tuvo dármelo.  A él ya lo habían castigado, convirtiéndolo en un dragón y encadenándolo en las profundidades del mar.

»Noté, en luna llena, cuando el ojo acosador de la hermana cielo se abría por completo, un hambre voraz e incansable. Devoraba humanos, robaba el corazón de mujeres y asesinaba a sangre fría. No me sentía mal por aquello, lo admito, nunca vi a los humanos con otros ojos que no fueran los de un depredador. Hasta un día...

»Me había ocultado en el continente en forma de serpiente. Ustedes ahora le llaman "La Línea de Fuego" pero esta historia es de una época en donde el archipiélago y la otra parte del mundo no se habían encontrado en guerra.

»Dejemos de lado este pequeño prólogo para dar pie a lo que realmente importa. No quiero aburrirlos con historia.



En el sinuoso borde del poniente, en las tierras en donde los niños nunca han visto al mar. Y los únicos barcos que conocen son las casas en donde viven; pues los habitantes del continente en forma de serpiente usaron los barcos en donde vinieron como hogares subiéndolos a los valles, praderas, planicies y montañas. Existía un bosque de pinos amontonados. Un bosque maldito, pues cosas extrañas ocurrían en él. En ese bosque, vivía un monstruo.

Una risa provenía de las profundidades del bosque. Una joven tomaba unas jugosas bayas de un arbusto. Las frambuesas, rojas como el cabello de la moza, eran colocadas con cuidado en un canasto. La joven tenía una flauta de plata colgada en el cuello.

De repente, un sonido en unos arbustos advirtieron a la joven. Ella se dio la vuelta distraída. El sonido pareció desaparecer. Ella se encogió de hombros, y continuó recolectando las bayas, después de todo, el viento soplaba con ímpetu.

Entonces, volvió a escucharlo. Se dio la vuelta nuevamente. Dejó el canasto con bayas en un montón de rocas y se dispuso a investigar aquel arbusto que no paraba de zarandearse. Lo vio, con curiosidad y con paciencia, estiró su mano para revelar que era lo que se movía.

Algo saltó en dirección a ella. La pelirroja, abrió la boca sin producir un grito. Cayó de bruces. Y alzó su vista, pero se encontraba más malhumorada que asustada cuando supo qué era lo que se escondía detrás de aquello.

—Menuda asustadiza eres, hermana. —Un joven, con cabello rojo, le tendía la mano a la señorita—. No tienes nada que temer, de día es seguro entrar en el bosque. Padre lo dijo. —Le sonrió.

Ella, apartó la mano del mozo. Malhumorada, se levantó y se sacudió el vestido de lana. Le hizo unas señales a su hermano con las manos.

—Vamos, Ecra —dijo el muchacho cruzando sus manos—. No le vayas a decir a padre. Ya sabes lo enervado que se encuentra por la desaparición de su alce.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now