Cap 40: El último solsticio

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El solemne sonido de los ecos, chocando contra las paredes y volviendo a los cuerpos de un grupo de personas paradas sobre la arena se percibía. Las varias bocas de la cueva de marea se curvaban, formando arcos, como arcadas. Haciendo que se llenara casi por completo con el choque de las olas, invadiéndolo de espuma.

Un muchacho, preparaba una silla de montar en lo que parecía ser un lagarto de color dorado. Apretaba el arción, como si creara un complejo y sofisticado nudo. Se aseguraba que los estribos de hierro con forma cuadrada fueran cómodos para andar y firmes para cabalgar y afirmarse. Pasaba sus manos por el tinto, como si corriera una cortina de hilos. Tomaba el fuste con precisión, para ver si se sostenía bien.

La realidad, era que ponía de excusa el revisar la silla para retrasar lo más posible su partida. Veía a su hermana de manera subrepticia, como si quisiera disimular su partida con el solo hecho de no hablar.

—¿Mañana es el gran día no? —dijo Val en un suspiro. Le proporcionó dos golpecitos en las costillas al lagarto—. Irán al castillo para tratar de robar los objetos que Orca no ha encontrado.

—Así es —dijo Colemar haciendo un leve movimiento de cabeza. El corazón le latía con intensidad con el solo hecho de recordarlo—. Mañana se decide todo.

—Debes irte —le dijo su hermana, apretándole la mano—. Si las cosas no funcionan... no me gustaría que tuvieras que pagar las consecuencias de nuestro fracaso.

—Puedo ser de utilidad, hermana —insistió Valskanyr, apretándole la mano. Era como si hubieran tenido esa conversación cientos de veces—. Lo sé. Si no regresan al barco, los podría ir a buscar al castillo. No soy el mejor con la espada, pero quizá pueda hacer algo.

Su hermana le acarició la mano con la yema de su dedo gordo con cariño.

—Si el príncipe y yo no lo logramos —dijo ella—. Nadie más lo hará. Somos los únicos que podemos. Colemar sabe dónde guardan los objetos, las entradas secretas del castillo y tiene su espada. Orca cuenta con la espada de oscuridad. Por mejor que luches, dudo que puedas ser rival para él. Yo tengo mis poderes. No me gustaría que murieras en vano. Si fallamos, es probable que el archipiélago se destruya.

Val, ocultó su mirada. Cabizbajo.

—Escúchala, amigo —dijo Colemar, dándole una palmada en la espalda, tratando de animarlo—. Si lo conseguimos, podrás volver a ver a tu hermana y a tu príncipe. —Colemar, le levantó el mentón para verlo a los ojos, como si fuera un niño pequeño y tímido—. Si te quedas o te vas, y fallamos, de cualquier forma nunca la podrás volver a ver. Si te quedas, morirás con ella, pero si te vas, por lo menos tu hermana se irá con la tranquilidad de saber que su hermano está seguro.

Val, le soltó la mano a su hermana, y la abrazó con fuerza. Depositó la cabeza de su hermana en su hombro. Ella, sorprendida, le correspondió su abrazo. Al terminar, tomó desde las mejillas a su hermana y le besó la frente.

—Ganen —le dijo Val sonriendo—. Quiero ver a la mocosa de mi hermana en uno de los cuentos marinos. —Val le revolvió el cabello.

—Tenlo por seguro —dijo ella con una media sonrisa. Hizo un ademán con sus manos para que se diera prisa—. Anda, si te apresuras, aun podrás alcanzar la caravana.

Val, se montó en el lagarto. Movió ligeramente la rienda del arnés para que el lagarto dorado corriera por la superficie del agua, perdiéndose en la distancia.

La joven, se puso al lado de uno de los arcos de piedra de aquella cueva de marea. Miraba cómo se alejaba aquel punto de color amarillo en la curvatura del mar. Tomaba uno de sus brazos que caía sin fuerzas, frotándoselo con la mano.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now