Cap 41: El asesino de palabras (1/2)

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Los cielos morados relampagueaban mientras El Trotamar se acercaba al Castillo del Mar. La joven y el príncipe habían repasado el plan. Ellos, entrarían por un pasadizo del castillo y recuperarían los objetos que portaban el verdadero nombre de los mares. Utilizarían el hechizo de trasportación que Ten había utilizado en la isla de Rostal para volver al barco. Con uno de los azules y largos cabellos de Skynathrax.

Navegaron en las afueras del castillo. A Colemar, lo golpeó una extraña sensación. No reconocía aquel castillo. Sus torres que escupían agua como cascadas habían parado de alimentar el mar exterior. Las altas torres hechas de monolitos y farallones que tocaban las nubes, habían sido derruidas. Probablemente por el titán de hierro. Las atalayas se habían desmoronado. Los delicados y bien esculpidos matacanes estaban rotos, desquebrajados. La barbacana con un telón de cascada se había secado.

Colemar suspiró con desprecio. La joven le tomó la mano, dándole pequeños golpecitos con ella.

—No puedo creer que mi hogar fuera reducido a esto —dijo Colemar, apretando su mandíbula—. Las aguas del mar se volvieron oscuras. Su color verdemar se perdió por el cielo purpura y roto. Parecen las ruinas de un viejo castillo. No la imponente fortaleza en donde crecí.

—Tranquilo —le dijo ella—. Lo reconstruiremos en su momento. No te aflijas. Todo está roto. —La joven vio al firmamento, trozos de cielo caían al mar—. Los cielos, la esperanza. —Volvió a ver al príncipe—. Nuestros hogares. No vinimos aquí a reparar. —Ella negó con la cabeza con comedimiento—. Estamos aquí para evitar que las cosas se destruyan más. Cuando resolvamos esto, nos concentraremos en arreglarlo todo.

Colemar esbozó una media sonrisa.

—Sí —dijo él—. Supongo que tienes razón. En cuanto todo vuelva a la normalidad, podremos hacer cambios. Como tu idea de conectar todo el archipiélago con puentes y acueductos.

Ella asintió.

Colemar se puso su escudo-cometa en el hombro con el tiracol de cuero y su estuche de violín en la otra. La dama que se ahogó en un vado, su espada, descansaba en su cadera.

Lanzaron una cuerda con un gancho con agarre en dirección a la muralla, logrando que se atorara en uno de los merlones. Colemar tiró con fuerza dos veces para asegurarse que estaba bien enganchado.

Colemar respiró hondo.

—¿Listos? —dijo él.

—Listos —le respondió.

—Bien. —Alzó la vista, contemplando el alto muro, con una inclinación parecida a un terraplén—. Comencemos a escalar entonces.

Ambos ascendieron con ayuda de la cuerda. Subieron por una amplia almena apoyando sus manos y tomando impulso. En la punta del adarve vieron a un pelo plateado, haciendo guardia en una garita.

Se agacharon, pusieron los talones en el suelo y bajaron lentamente el resto de los pies. Entraron a la garita. Colemar, desenfundó su espada, y de un sablazo, le cortó el cuello. No le dio tiempo de gritar si quiera. El movimiento fue tan limpio y rápido que ni una mosca la hubiera podido esquivar. El cuerpo cayó, lanzando un chorro de sangre de la garganta degollada.

La joven hizo un gesto con su cabeza, indicándole que siguieran. Caminaron en cuclillas por el resto del camino de ronda hasta ver un pasaje de acceso.

Al entrar, vieron a dos cabellos de plata con espadas forradas con dientes de tiburón. Colemar y la joven dieron un suspiro de sorpresa.

La joven, canalizó un sentimiento de terror en uno de los guardias, congelándolo. Colemar, le lanzó un sablazo en el vientre al otro con rapidez. Pero un grito agónico se escapó del guardia. Mientras rodaba en el suelo, agonizando y tomándose el estómago, Colemar, le clavó la punta de su espada en la boca para callarlo. Este, alzó los brazos, tratando de tomar el filo de la espada, se cortó los dedos al lograr tomarla y pereció sin más.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora