Cap 11: Canciones de solsticio

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Era ya solsticio de verano en los Archipiélagos Meteoro. Los peces voladores se elevaban del Mar del Titán en cardúmenes, como si de mariposas revoloteando en un jardín se tratase. Los dragones dejaban de surcar los cielos para dar paso a las aves pesqueras, que se alimentaban con los peces voladores a la velocidad del rayo.

En el horizonte se formaban unas nubes con una forma muy particular, que se da cuando están por encima de una isla con montañas altas. Parecía ser que la isla de Restal estaba cerca, sin embargo tardarían algo en llegar.

En el velero, se podía escuchar la acalorada discusión entre un trueno y un mago. Los dos jóvenes, al igual que Flevata, se hacían los desentendidos con la situación. Como si no sucediera nada en esa nave en medio de la nada; sin embargo entre las paredes resonaba la gruesa voz de un dragón.

—... Se suponía que te ayudaría con el huracán y regresaría al noreste —dijo Skynathrax, se escuchaba desde la habitación de Ten—. Perdí una de mis alas por tu estupidez —dijo Skynathrax, con un acento extraño. Como si hablara con chispas en su boca.

La voz tenue de Ten se escuchaba como un murmullo de medianoche, respondiéndole. Con el tono apacible que tiene una mujer al hablar con su esposo borracho para que no la golpe.

—...No me interesa en que loca y estúpida aventura se hayan metido. Déjenme fuera de todo esto —dijo Skynathrax. Un fuerte golpe se escuchó, como si hubieran roto algún artilugio de madera —. Me llevarás al noreste ahora, o este barco se caerá a pedazos.

El rápido sonido de unas pisadas se escucharon en el cuarto donde estaban Skynathrax y Ten. El sopetón de la puerta llenó el silencio que había dejado en la habitación. El dragón-hombre estaba parado en el portal de esta.

—¡Bien! Nos reabasteceremos en la siguiente isla y ya está —exclamó Skynathrax—. No quiero seguir perdiendo mi tiempo con tus estupideces.

El dragón-hombre, subió a proa, encontrándose a Flevata en el timón del velero. Skynathrax tenía un aspecto lánguido y descuidado, parecía ser que la mar lo había tratado con desprecio después de tanto tiempo. Se apoyó en la barandilla de madera. Sus ojos rojos ya no destellaban con fulgor, estaban apagados, como una estrella a punto de morir.

—Soy Flevata, quizá Ten no me menci...

Skynathrax lo cortó con un ademán, como si intentara arrancar el aire con sus garras.

—No me interesa. —Skynathrax alzó la mano con la sutileza y elegancia de un gato, atrapando a un pez volador en el aire. Tragándoselo de un bocado—. Tú eres el único que puede entender lo que es el estar atrapado en el cuerpo de un animal asqueroso —replicó con desdén.

Flevata lo miró con sorpresa.

—¿En una bestia-pájaro?

El dragón sonrió de una manera forzada.

—En un humano. ¿Tú también te reabastecerás? creo será luna llena y ya sabes que sucede cuando pasa eso.

—Ten insistió que me quedara en el barco, para no causar estragos en el pueblo portuario de Restal —dijo Flevata.

—Sí, ustedes los Cambiaformas tienen mala reputación en estos cielos y mares. —Skynathrax le proporcionó una risa seca a su anfitrión—. Roban y violan mujeres en las islas, embarazan a las mujeres. Las más piadosas abandonan a sus crías en las costas de Drifar'On, de donde son originarios ustedes. La otra parte, los arrojan al mar para que mueran ahogados. —Skynathrax suspiró—. Sí, ustedes son encantadores. Pero las mujeres rezan para que el próximo mozo que las quiera cautivar no sea un Cambiaformas. Es por eso que las mujeres en estos lares son más castas. Veo que tu cabello rojo se está destiñendo, yo que los habitantes de Restal me andaría con cuidado.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now