Cap 41: El asesino de palabras (2/2)

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La joven, estaba en la Torre Observatorio Real, buscando los objetos. Una puerta con tallados de constelaciones color púrpura estaba detrás de ella. Las estrellas de la puerta estaban hechas de perlas blancas y los vectores, que unían y daban forma a las constelaciones, estaban forjadas con plata. El pulcro piso relucía y se reflejaba en la cúpula de cristal del cielo.

Habló con los objetos, y le pareció escuchar un nombre distinto en una perla que estaba detrás de ella. La tomó, segura que era uno de los objetos. Volvió a escuchar y encontró los demás. Una cuerda muy parlanchina que no paraba de hacer preguntas, una roca de mar muy seria, una concha en forma de corazón, el fósil de una medusa y el verde de una planta en una maceta. 

—Ya veo que era verdad que la diosa del mar ocultaba los nombres verdaderos de los mares en cosas más cotidianas —dijo la joven, metiendo los objetos en un macuto—. Debo ir a buscar a Colemar, quizá me necesite. —Se puso el macuto en el hombro—. Espero no sea tarde.

Cuando la joven se dio la vuelta se dio cuenta que Orca estaba justo en la salida del observatorio. Deslizó su mirada hasta la mano derecha de Orca, encontrando la cabeza de Colemar.

Ella dio un grito ahogado, cayendo al suelo. Un trueno iluminó toda la sala. Las lágrimas se le resbalaron en sus mejillas. Lloró sin control. No le importaba ya el anillo, su maldición o cualquier otra cosa.

Eso, era un dolor que le hería el corazón, como si lo cortaran con una navaja lentamente. La forma tan horrible de morir de Colemar, la destrozó.

Orca, se acercó a ella. Le puso una mano en la espalda con ternura. Y soltó la cabeza del príncipe.

—Tranquila —dijo Orca, abrazándola—. Tranquila, Lewtra. —La tomó de la barbilla, ella trató de apartar su rostro, pero Orca tenía poder sobre ella—. Construiremos un nuevo mundo, los dos.

—¿Qué? —dijo ella con el rostro descompuesto—. ¿Nosotros?

Orca la tomó con brusquedad desde las muñecas. Trató de resistirse, pero Orca era más grande y más fuerte que ella.

—Serás mi princesa —le susurró en el oído—. Lewtra. —Ella sintió cómo la tiraban de una cadena desde su cuello cuando escuchó su nombre.

Orca, empezó a bailar con ella de manera tosca. Acercaba su poderoso cuerpo sobre ella. Se aferraba a la joven con fuerza, obligándola a danzar con él. Tiraba de su brazo. Desviaba su peso por el empuje de su torpeza al moverse. La zarandeaba a su voluntad, como una muñeca de trapo.

Recordó cuando bailó con Colemar. Los movimientos bien calculados del príncipe. Su delicadeza. Su buen porte al andar. Su paciencia, pues sabía que a una dama jamás se le debe apresurar al decir sus sentimientos.

El ojo de la joven ardía de tristeza y rabia.

—¿Qué dices? —dijo Orca, acercándola a su rostro, como si esperara que ella lo besara.

La joven, le dio una cachetada. El rostro de Orca apenas si se movió. Su cuenca vacía, con cicatriz, mostró sorpresa.

—Preferiría estar muerta antes que vivir una vida contigo —dijo la joven.

Orca negó con la cabeza.

—Ya veo —dijo Orca, cabizbajo—. Es una lástima.

Orca, le enterró la espada de oscuridad en el vientre a la joven. Ella cayó al suelo, como una flor cortada con una tijera. Una alfombra de sangre apareció en el suelo.

La joven, trató de alcanzar la cabeza de Colemar, arrastrándose. Como si quisiera verlo por última vez. Como si tratara de decir el último adiós. Pero Orca, simplemente, lo apartó con una patada.

Unos soldados de cabellos de plata subieron desde las escaleras.

Orca, vio por encima de su hombro por un instante, para atisbar a los guardias. Y en ese momento, la joven sacó el cabello de Skynathrax y se trasportó al barco. Una luz blanquecina invadió la habitación.

—La niña —dijo uno de los cabellos de plata, alzando una mano.

—Déjala —dijo Orca, haciendo un ademán—. Está muerta de todas maneras. No hay forma que sobreviva a esa herida.

—Señor, pero aún nos falta el objeto con el nombre del cielo Skynathrax —repuso uno de los guardias—. Ella nos pudo haber guiado a él.

—El cielo del noreste muere —dijo Orca—. Nina me lo dijo. No existe nada en este mundo que pueda detener al Drakendor. Los dragones de tormenta murieron. —Orca, levantó el macuto desde su parte superior—. Tenemos los objetos con el nombre de los mares. Bajen, Comenzaremos todo.

Los soldados obedecieron. Orca destruyó los objetos con su espada de oscuridad y le ordenó a su espada que destruyera el nombre del mar que tenía grabado. Salió al mirador, admirando cómo los mares se volvían locos. Cómo los cielos se destruían. Olfateó la gema color azul. Y sonrió. 

—Que las palabras se olviden para que esta historia no continúe. Silencio. El asesino de palabras.


La joven apareció en el cuarto de Skynathrax, inconsciente. Perdía mucha sangre. Arginan, flotó hasta donde ella estaba. Se llevó una mano a la boca.

—Skynathrax —dijo Arginan, sacudiendo a Skynathrax—. Fallaron.

El dragón, se levantó con aspereza. Estaba jadeando. Vio cómo la joven estaba tendida en el suelo. Trastabilló al tratar de ponerse de pie.

—Arginan —dijo Skynathrax con cansancio—. No creo que llegue. Morirá antes.

Arginan, frunció las cejas de fuego.

—No si le doy mi vida —dijo Arginan—. Ella consumirá de mi llama, mi vida. Podrá resistir.

Skynathrax, admiró a Arginan. Asintió lentamente.

—De acuerdo —dijo Skynathrax—. Hagámoslo.

Arginan se introdujo en la joven. Dándole su vida.

Skynathrax, cargó con dificultad a la joven. Subió hasta la escotilla. Y admiró con horror el Castillo del Mar. Un negro y gigantesco dragón se enredaba entre las torres del castillo, como una boa. El rugido del dragón ensordeció al mundo. Silencio.

Skynathrax, se transformó en un dragón de tormenta y voló. Tratando de huir. Las palabras empezaron a desaparecer atrás suya, como si fueran páginas quemándose, se consumían y se volvían polvo.

El Trotamar, atisbó con tristeza cómo Skynathrax volaba. Pero sabía muy bien que no podía ir con ellos. Él, fue desvaneciéndose, las palabras que componían su ser se causticaron. Blanco. Nada.

El color blanco, borraba todo lo que tocaba. Era un miasma corrupto que destruía e incineraba las páginas de aquel libro.

El dragón de tormenta huía con toda las fuerzas que su cuerpo le permitía. Vio por encima de su ala la destrucción de todo. Era un incendio blanco que se esparcía por todo el libro. La substancia, logró tocar su cola, creía que era su fin; sin embargo vio lo que estaba buscando. Había volado al sentido contrario de donde sale el sol, más allá del confín del archipiélago. Para encontrar la gran grieta, en donde el cielo y el mar se encuentran: Fini.

De un impulso de su ala, logró entrar en la gran grieta, soltando a la joven. Cayeron en una sustancia negra. Desmayándose. Ya no sabía si estaba vivo o muerto, solo que cumplió su misión.

Una llama color azul se desvaneció del pecho de la joven. Dejando todo en silencio. 

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now