Cap 14: Cometas, gemelos, ángeles y demonios

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Una fresca brisa sopló en la mejilla de la joven, despertándola de improviso. «Impertinente viento», pensó ella. Y con un resoplido se apartó un mechón de cabello que le caía en el rostro. Se dio cuenta que era una mañana gris, de esas en que lo único que auguran es un mal presagio, y en donde sopla el viento, como si quisiera advertirte algo.

Como era de esperarse, gran parte de los isleños habían abandonado las Islas del Calamar. No querían nada que ver con un montón de invasores del otro lado del mundo, y ya los rumores de dragones de tormenta, que no sólo aparecieron volando, sino que también luchando dentro de un huracán, les habían traído una sensación de que algo iba a pasar.

Algunos bajaron a las grandes escaleras del cuerpo de los gigantes, que aparentaban ser un cenote, y rezaron para que los titanes de piedra despertaran y los llevaran lejos del peligro como habían hecho en el pasado con los antiguos hombres del cielo y del viento. Pues ellos no conocían nada del mar o de la talasocracia o del cómo se navegaba con la ayuda de las estrellas, ni mucho menos de la ruta de los cocos que todo navegante del archipiélago conocía en Días Noctámbulos. Pues lo único que conocieron desde la era de los nombres fue sobre nubes, viento y cetrería. Nada sabían de peces. Aunque los magos del archipiélago decían que el cielo también es un océano, sus olas son las nubes y las aves son sus peces.

Y así fue, con máquinas rudimentarias de madera, tela y cuerdas, hicieron, como ellos los denominaban, "pájaros de madera". No eran más que unos artefactos que aparentaban ser ornitópteros anticuados que los antiguos navegantes del cielo usaron cuando las islas flotantes aun existían. Y navegaron sus cielos y domaron las olas de viento hasta perderse entre las nubes buscando un nuevo hogar.

Colemar, observó con algo de tristeza y melancolía cómo los habitantes de pelos dorados y rostros quemados de las Islas del Calamar abandonaban lo que había sido su hogar desde hace ya más de tres eras. Recordaba haber leído sus historias llenas de misticismo y pleitesía hacia los gigantes que habían caído del cielo en su libro: Sobre los cuentos y los nombres de las cosas.

­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­—¿A dónde crees que vayan?—preguntó Colemar, sentado en el césped con rocío. Mientras miraba el cielo y apreciaba cómo el último habitante se perdía entre las nubes grises.

Ten, bajó su vista. Tanteó por un instante una respuesta en su cabeza hasta que encontró una pequeña luz en su mente y la tomó con delicadeza hasta llevarla a su boca. Dando una respuesta.

—Quizá busquen las últimas islas flotantes —dijo Ten con un ápice de duda en su tono—. Sólo cayeron algunos titanes que se esparcieron en todo el archipiélago. Y según los Cuentos del Viento Marino son más de cien islas las que había en el cielo. Muchas destruidas por la desgracia y guerras de sus antiguos reyes. Pero quizá algunas aún se encuentren en los cielos. Pero por ahora... diré que ese reino, oculto entre las nubes y tan avanzado tecnológicamente, y quizá el más sofisticado que jamás hubo, se extinguió como ellos lo hicieron con las ballenas voladoras que tragaban rayos.

—Y dicen que la gente del cielo se sentaba horas y horas bajo los árboles o encima de las nubes sólo para pensar y filosofar por las noches con sus amigos y conocidos, ya que todos eran filósofos en esa gran metrópolis del cielo —aportó Colemar, con un aire de superioridad.

Ten asintió.

—Sabes más de lo que cualquier erudito de cronista o mago de nombres podría llegar a saber. ¿Debería preocuparme? —dijo Ten, Haciendo un ademán severo con las manos. Como si quisiera regañar a Colemar, pero no encontrara la forma de hacerlo.

—No, a menos que seas un titán de hierro encerrado en un laberinto —dijo Colemar, y un atisbo de astucia invadió sus dedos largos y delicados. Tenía manos muy inteligentes, y Ten lo sabía. Sonrió y se alejó de su compañero. Punto para el príncipe.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now