Fábula II: El latir silencioso de los sentimientos (2/3)

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Un jadeo se escapó de entre sus labios carnosos. Lo observó, y sus manos que sostenían su flauta comenzaron a temblar. Compuso una mueca de sorpresa.

El ente, la inspeccionó de arriba abajo. Y ladeó ligeramente su cabeza. Tenía su boca entre abierta, para mostrar sus puntiagudos dientes.

—No es la primera vez que le robo un suspiro a una señorita —dijo la bestia.

—No fue un suspiro —dijo ella instintivamente en lenguaje de señas—. Fue un jadeo de sorpresa.

«Seguramente no puede entenderme», pensó. 

—Oh —respondió él, mientras la rodeaba. Ella, siguió al ser con su mirada—. Mis presas no tienen nunca la decencia de responderme, suelen correr por el bosque en cuanto les hago el primer comentario ingenioso que pienso.

Ecra amusgó sus parpados con curiosidad.

—Puedes entenderme —dijo ella con sus manos— tú. —Lo señaló—. A mí. —Se señaló el pecho.

El ser negó con su cabeza desaforado y con aires de decepción.

—Conozco todas las lenguas de los hombres. —Extendió sus palmas—. Y de entre todas ellas, la más terrible es el lenguaje de las bestias. Solo los animales usan el lenguaje corporal como principal forma de expresarse. Los humanos y demás seres lo utilizamos como complemento. Eres más animal que persona, niña.

—Eso... —dijo ella con sus manos, pero se detuvo, se secó las lágrimas con su palma izquierda.

—No te preocupes —dijo el hombre, acercándose a ella. Estiró sus garras depredadoras y punzantes y le intentó secar las lágrimas, pero en lugar de eso le produjo un corte en su pómulo, hizo lo mismo en la otra parte del rostro. Con una sonrisa—. Pronto, todo esto terminará. Nunca había devorado a alguien que no puede gritar... me pregunto... ¿Cómo es que expresarás el dolor cuando te abra el vientre y te devore desde adentro hacia afuera?

—Puedo saber tú nombre —dijo ella con un ademán.

El ser hizo un arco con su ceja. Y comenzó a reír.

—No puedo decírtelo —dijo él.

—Yo te puedo decir el mío —dijo ella con el silencio de sus manos—. ¿Por qué tú no puedes?

—Eso es porque no conoces el poder de un nombre, chiquilla —le respondió él—. No sabes qué es lo que soy. Si te lo digo tendría que matarte.

—Estoy muerta de todas maneras.

El ente alzó su mirada de un color púrpura puro. La luna seguía en su lugar. Comenzaba a tener hambre. Chasqueó la lengua. La vio con desdén.

—Mi nombre es Grien.

Y en cuando dijo eso, al ser le aparecieron alas en su espalda. Tomó a la chica con violencia desde el cuello. Ahorcándola. Las venas se le marcaban en la frente a Ecra, jamás había sentido una mano tan fuerte y grande como la de ese ente. Se sintió pequeña, muy pequeña a comparación de él.

Le arrancó el vestido con sus garras. Pero, de repente, la luna se tornó roja. Grien se alejó de la chica. Veía con temor al cielo. Después, vio a la joven otra vez, la sangre en sus pómulos daban la impresión que ella estaba llorando sangre.

—Luna de sangre —dijo Grien—. ¡Tienes mi nombre! —Le apretó aún más su cuello—. Dame el tuyo. ¡Solo así podrás devolvérmelo!

Deletreó su nombre en lenguaje de señas.

—¿Ecra? —dijo el ser con semblante descompuesto—. ¡Ese nombre está al revés! ¡No puedo tomar control sobre ti! Me devolverás lo que es mío de una forma u otra.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora