Fábula I: Condenados a selenofilia

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El crepitar del fuego iluminaba el rostro de Colemar, quien miraba expectante a Flevata con unas pupilas que esperaban una historia que ni siquiera el viento conocía. La joven sin nombre se acomodó en un tronco, abrazándose las piernas y depositando su cabeza en su hombro.

—¿Te gustan los cuentos? —le preguntó Flevata a la joven sin nombre.

Ella alzó la cabeza, con una mirada tímida y distraída. Asintió.

—¿Pero conocen el verdadero poder de una historia? —les preguntó a ambos jóvenes, a lo que ellos respondieron negando con la cabeza—. Los relatos tienen un poder impresionante. Las historias condicionan a las personas. Por eso me gusta decir que todos Los cuentos son reales, incluso los inventados. Por qué marcan y afectan la realidad de una persona. Y algo que no existe no tendría la potestad de hacerlo. Ese es el hechizo de los cuentos, y es una magia universal, ya que existe en todas partes del mundo. —Flevata, alzó su mano contra el cielo con una tenue sonrisa—. En ocasiones, un cuento o una historia, le puede cambiar completamente la vida a una persona. Piénsenlo y digiéranlo hoy antes que se vayan a dormir, reflexionen en esas historias que los marcaron. ¿Qué les enseñó? ¿a no rendirse? ¿A seguir adelante? Quizá sea gracias a una historia que encontraron lo que querían hacer con su vida. Es por eso que a los jóvenes se les cuenta fábulas, para incitarlos a conseguir un nombre.

Flevata dio un fuerte aplauso y se levantó con expectación. Hizo una pausa dramática mientras ambos jóvenes lo atisbaban con sorpresa.

Flevata hizo otra pausa.

 —¿Pónganse cómodos pues, y déjenme contarles la historia del hombre que se enamoró del cielo... de cómo le robó la luna al mar y de la vez que se adentró en el mundo Fini... y con este mi primer secreto.

Flevata, comenzó a hacer sombras chinescas con las manos, una vieja técnica de teatro de sombras de las que sólo los nómadas del viento marino conocen.

—Hace mucho tiempo —dijo Flevata—. Antes de que los reyes del archipiélago reinaran, cuando no existía oscuridad, y solo un crepúsculo con estrellas brillantes que adornaban los cielos se asomaba por el mar, y muchísimo antes de la caída de las islas del cielo, y todavía mucho antes de la era de los nombres y mucho más aún que la luna errante volara sobre el cielo.

Flevata, cerró el puño, tratando de hacer una sombra que aparentara ser la luna.

—Existió un hombre —dijo continuando de narrar—. Un hombre sin nombre para ser más específicos. Era un mozo muy joven y talentoso en la magia de la música. Soñaba con obtener un nombre, pero no un nombre cualquiera, sino un verdadero nombre. Uno otorgado por la mujer de la que se había enamorado: el cielo.

»Admiraba las estrellas del firmamento, y le gritaba con todas sus fuerzas al crepúsculo rebosante para que el cielo la pudiera escuchar.

»En una ocasión, se subió en lo alto de una copa, el viento soplaba con fuerza, pero a él poco o nada le importaba. Le comenzó a tocar una canción con su arpa al cielo y a gritar con todas sus fuerzas una canción de amor.

Flevata, puso sus dedos en la rama de un árbol bajo, y le arrancó una hoja con telaraña y se la puso en un dedo, para que la sombra del muchacho, aparentara sostener un arpa. Y continúo contando la historia con las sombras de sus manos iluminados por el brillo de la fogata chispeante.

—Por la fuerza del viento —dijo Flevata—. El hombre fue empujado, cayendo a toda velocidad a lo que sería una muerte segura, pero escuchó una voz en el aire. Y repitió lo que le decía.

»—Aveús —dijo confundido el hombre.

»Y el viento lo acarició con dulzura, y cayó como una hoja de octubre en el césped. Confundido, miró a su alrededor, para comprobar de donde había provenido esa voz tan melódica. Pero no había nadie, sólo él, el viento, el árbol y el cielo crepuscular. En ese momento, supo que el cielo lo había escuchado.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWo Geschichten leben. Entdecke jetzt