Cap 25: El titán de hierro

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El rechinar metálico y el temblor de carácter oscilatorio con cada pisada, que hacían que todas las cosas a su alrededor se elevaran ligeramente, pertenecían a aquel ser que se erguía tan alto que aparentaba sostener sin ningún esfuerzo los cielos de todo el archipiélago. Sus ojos de fuego daban la impresión de tener dos soles sobre el cielo nocturno. Y Flevata, se planteó si esa amalgama podría haber arrancado todas las estrellas, como si fueran calcomanías, del firmamento para robarles todos sus nombres si lo deseaba.

Un enorme trono de metal se alzaba sobre la cabeza de aquel ser. Un cadáver lo adornaba sentado en el. Como si fuera algún tipo de atavío en una corona. Una gema de color blanco y amarillo.

Una espada del tamaño de una montaña le atravesaba la espalda, y de su herida, el fuego que desprendía su corazón incandescente se escapaba. Como la sangre de una herida.

El gigantesco Titán de Hierro se desplazaba por el bosque, siempre en línea recta, escrutó una pequeña llama de color azul cerca de un árbol. Se detuvo con la rigidez de un ser sin vida. Miró por encima de su hombro. Y con la velocidad de un rayo, extendió su brazo para tomar el árbol donde le pareció ver la llama. Alzó el árbol, era como ver a un hombre tomar un alfiler con sus dedos, y lo introdujo en la chimenea de su pecho para alimentar su corazón. Se quedó quieto y corrió, dando pisotones fuertes, destruyendo todos los árboles en donde le había parecido ver a la llama azul.

Flevata, puso su emplumado brazo enfrente de los jóvenes para protegerlos. Estaban debajo de un árbol, justo a un lado del lugar donde el titán había hecho su estampida. Una respiración acelerada se compartía en el grupo.

­­—Arginan —susurró la joven sin nombre mientras encerraba a la llama entres sus palmas—. ¿Podrías ser menos brillante?

—No puedo controlar eso —dijo Arginan fastidiado—. Es como prender una candela y esperar que no brille en la oscuridad.

Flevata se llevó uno de sus dedos a los labios, haciendo un ademán para que guardaran silencio. Estiró su cuello, asomándose con cautela.

—Vaya que es violento —comentó Flevata con una mirada de terror—. Y gigante también.

—Para eso fue diseñado —dijo en un susurro Colemar—. Para proteger a su rey. Mira —dijo apuntando con su dedo índice—. Eso que lleva en la cabeza es el cadáver del último rey de las islas del cielo. El material con el que fue fraguado, es el hierro de la sangre de miles de personas que fueron sacrificadas para crearlo.

—¿Y qué hacemos? —dijo Flevata—. ¿Ahuyentarlo con sonidos como un perro?

—Es muy inteligente —dijo la joven sin nombre—. Cuando veníamos aquí, vimos los tocones de los restos de los árboles. Es obvio que consume cosas para mantener a su corazón funcionando. Pero creo que va rotando de lugar en lugar, y así cuando vuelve al lugar donde arrancó árboles para consumirlos, después de unos años, ellos ya habrán vuelto a crecer.

—Es verdad —dijo Colemar—. ¿Qué pretendes?

—¿Incendiar el lugar para forzarlo a moverse a otro sitio? —dijo ella, se tomó lo poco que le quedaba de capa—. El plan era que yo lo ahuyentara, pensaría que era la maga Nyileli. Pero dudo que con esta capa rota y desgarrada logremos convencerlo.

—Es en extremo arriesgado —dijo Flevata—. Los incendios tardan tiempo en propagarse. Además, tardará mucho que se prenda fuego todo el lugar.

Flevata le observó el pecho a Colemar, en él, se alzaba la botellita que era la lágrima del ángel.

—Podríamos poner a Arginan en alguno de los árboles —dijo Flevata—. Y amarrar la lágrima del ángel en el tronco del árbol donde está Arginan para que lo tome y lo introduzca en su corazón. Y así apagar su fuego. Ya vimos que lo hizo una vez.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now