Cap 17: Llama para una sin nombre

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Colemar intentó desenvainar la espada de su cinturón, pero fue inútil, la rapidez con la que la mano lo arrastró hacia la oscuridad fue comparada con la sutileza y sencillez de un parpadeo. Ni siquiera hubo un grito de parte del príncipe. Fue como ver agua siendo tragada por un drenaje.

Flevata corrió en dirección a la oscuridad de la habitación para encontrarse con nada, estaba vacío. La joven sin nombre se llevó las manos a la cabeza. Atisbaba la oscuridad a su alrededor, apenas cortada por una franja de luz lunar.

—Si es que lo suponía —expresó Flevata con dureza—. Dormir en las sombras sólo trae problemas. —Flevata, observó con desaire a la joven—. Y más cuando se trata de mentes débiles.

—Yo no he sido la que se imaginó una sombra —se defendió la joven—. En Senterruz sabemos de los peligros de dormir con miedo en la oscuridad.

—Es igual. —Flevata se cruzó de brazos—. Dormir en casi plena oscuridad es una tentación —dijo, llevándose una mano a su rostro—. Y ahora no tenemos ni idea de dónde está el príncipe Colemar, fallé.

Ambos se quedaron en silencio por un rato, sin saber qué hacer realmente. Se les notaba angustiados y nerviosos. Flevata tamborileaba con sus dedos el suelo de madera en donde se había sentado, con un semblante serio y una mirada penetrante en el suelo. Era como si tratase de ver por debajo de la madera. Finalmente se levantó.

—No tengo más opción que intentar buscarlo —dijo Flevata—. Con suerte puedo encontrarlo, es mejor que quedarme aquí sin hacer nada.

Flevata se dirigió hacia la ventana de la torre. Puso sus pies sobre el alféizar, admiró la oscuridad del páramo, era casi imposible ver algo más allá de dos metros. Estuvo a punto de arrojarse al vacío, pero una voz, aguda, con un tono ahogado y lánguido lo detuvo.

—¿No pensaras ir a buscar a ese chico verdad? —dijo la voz. Era un tono tan bajo, que ambos tuvieron que sostener la respiración para intentar escucharla nuevamente—. Eso que se llevó a tu amigo es una Sombra Nocturna. Ni en un millón de años la encontrarás en la oscuridad de la noche, ellas caminan por las tinieblas como los peces nadan por el mar. Tu amigo puede estar en cualquier parte en este momento.

Flevata se bajó con cuidado de la ventana. Ambos deslizaron sus miradas en toda la habitación. Y se preguntaron de dónde provenía la voz.

—No sé —continuó la voz—. Si tu amigo el grandulón se dio cuenta, pero la sombra evitó tener contacto con el tenue rayo de luz que sale de la ventana. Odian la luz, y considero que ustedes quieren encontrar a su amigo, ayúdenme, y los ayudaré yo a ustedes.

—Muéstrate entonces —expresó Flevata, quien seguía mirando de un lado a otro—. No tengo idea si intentas engañarnos, antes que sentir tranquilidad porque designas ayudarnos, presiento una sensación de sospecha. No te ocultes en las sombras.

—No estoy en las sombras —dijo la voz con la delicadeza de un grillo—. Estoy aquí, encima de la caja de madera.

La joven sin nombre se acercó hacia la caja, pero no vio nada más que el candil de cristal. Lo tomó, lo acercó a su oído y luego lo agitó.

—Oye, oye —dijo la voz—. Con cariño, ¿sí?

A la joven se le resbaló el candil de las manos, como si hiciera malabares, lo atrapó dos o tres veces en el aire con torpeza. Con un rostro descompuesto, admiró nuevamente el candil, alejándolo y acercándolo nuevamente.

—¿Qué te ocurre, jovencita? —dijo la voz, ya algo fastidiada—. ¿Nunca habías visto un candil?

—No, no —dijo ella, sacudiendo su cabeza—. Es sólo que, nunca había conocido a uno que hablara...

La voz se rio.

—Pues no has conocido muchos candiles entonces —dijo la voz, con el tono indolente de las personas que saben muchas cosas—. No soy un candil, soy el candil. Antes era un fuego enorme que ayudaba a una vieja maga a capturar sombras y espectros. Pero desde hace ya muchos siglos que no soy encendido como se debe.

—¿Qué es lo que quieres? —dijo Flevata con un tono de desconcierto—. Este tipo de tratos no suelen ser fáciles, ni mucho menos baratos. Y por lo que me dices, eras el ayudante de un mago muy famoso... y yo sé una o dos cosas sobre eso.

—Deseo dos cosas —dijo la voz—. En primer lugar: un nuevo dueño —confesó—. Y al parecer la señorita de aquí tiene una capa de mago, apuesto a que debes tener un nombre muy importante, más que el del grandulón.

Flevata le soltó una mirada de odio al candil de cristal. Como si quisiera convertirlo en esquirlas con el sólo hecho de mirarlo.

—En segundo lugar —continuó la voz—. Quiero un vínculo de sangre. Dame de beber una gota de tu sangre para convertirme en un familiar tuyo.

La joven atisbó a Flevata, con una expresión que denotaba inquietud. Flevata se encogió de hombros con una mirada que le decía que no tenían más opción que aceptar.

—De acuerdo —expresó la joven. Levantó un dedo y comenzó a agitarlo con nerviosismo—. Pero este trato se romperá si no logramos encontrar a Colemar.

—Trato hecho —dijo la voz—. Ponme en la caja de madera y enciende mi mecha.

La joven obedeció. Depositó el candil. Le pidió a Flevata algo de pólvora para poder encender el mechero. Había visto a su padre encender pipas con un chasquido de dedos. Tratando de imitar a su padre, se untó algo de pólvora y chasqueó. Una pequeña llama se encendió en su dedo, le quemaba, era como tener cera caliente en su dedo gordo. Se apresuró a encender el mechero del candil, y agitó su mano para apagar el fuego.

Del candil emanó un enorme estallido de chispas con todos los colores, era como ver fuegos artificiales, que luego fueron menguando poco a poco para dejar una pequeña llama color azul con forma de lágrima. Unos pequeños ojos color amarillo aparecieron en la flama que chisporroteaban con dinamismo. Abrió la boca, cuyo interior era color anaranjado.

—Sangre —dijo la llama con una boca titilante, con el tono que utilizan los bebés al pedir leche.

La joven reaccionó asintiendo con la cabeza, se miró el dedo gordo, y se mordió con sus dientes caninos. La llama abrió la boca esperando la gota de sangre. La cual cayó sin dilación.

Cuando la llama se tragó la gota de sangre, una luz de color azul iluminó el pecho de la joven sin nombre. Sintió un calor muy intenso en su corazón.

—Espera —dijo la llama chisporroteando—. Este nombre ya fue reclamado por un demonio. Es más, tú ni siquiera tienes nombre.

—Felicidades —dijo Flevata, con un obvio ademán burlón, como si se estuviera vengando de algo—. Tu nueva dueña es una Kertarni. Apuesto a que ahora preferirías a este grandulón como amo.

Flevata rio triunfante. Le hizo una mueca, y le sacó la lengua.

—Demonios —dijo ahíto la llama, sacudiendo sus pequeños brazos de color azul—. Estoy atado a esta sin nombre de por vida. No me queda más que protegerte y servirte supongo. —La llama chasqueó la lengua de fuego—. Ya veré que puedo hacer con tu maldición, jovencita, por ahora busquemos a tu amigo.

La joven sin nombre tomó el candil y lo ató a su cinturón. La llama ocultó su cabeza dentro del cristal.

—¿Hacia dónde vamos? —le espetó Flevata a la llama.

La llama volvió a sacar la llameante cabecita azul. Examinó el suelo, como si siguiera un rastro con la mirada.

—Rumbo al sureste de aquí, hacia el Gran Teatro de Marionetas —le dijo la llama, que chisporroteaba de un lugar a otro—. Los fuegos fatuos olemos con los ojos, si se le puede llamar así.

Flevata cargó a la joven sin nombre y corrió a toda velocidad en dirección a la ventana. Salieron disparados de un salto, la joven ahogó un grito de terror, y Flevata se transformó en la bestia-pájaro que era. La llama volvió a sacar la cabeza del candil, dándole indicaciones a Flevata. El fuego azul admiró lo poco que se podía contemplar del páramo.

—Por cierto —dijo la llama mirando a los ojos a la joven—. Me llamo Arginan.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now