Cap 4: Se hunden los cielos (1/2)

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El dragón de tormenta salió de la cabaña en horas de la madrugada, volvió a su forma dragón. Atisbó cómo fragmentos de cielo empezaban a caer al ancho mar. Suspiró, y con mucha dificultad comenzó a volar. Empleó gran parte de la poca fuerza que le quedaba en invocar unas enormes nubes de tormenta. Gritó un nombre con todas sus fuerzas.

—¡Aleosaraleos! —gritó el dragón, entre las grumosas nubes. Miró al su alrededor.

El nombre que había gritado, era el verdadero nombre del cielo del corazón del archipiélago. Parte del cielo se restableció; sin embargo otra parte se volvió a romper. Intentó reparar los fragmentos de cielo que se desprendían, como si de la pintura descascarándose de un techo se tratase. Empleó gran parte de la madrugada intentando reparar el error que él había cometido.

No tardó mucho en olvidar el nombre de su hermano. Y cuando una palabra se olvida en este mundo se pierde para siempre. Por más que intentaba recordar no lograba pronunciar ese nombre. Había un hueco que rellenar en el mundo, era como si hubieran borrado el nombre de un héroe en algún libro. Siendo olvidado para siempre, un protagonista sin nombre que nunca existió. 

Los pobladores de la isla, no tardaron en despertar. Ya era de mañana y muchos comenzarían con sus actividades de pesca. Pero lo único que vieron fue un cielo que se caía a pedazos y al dragón con los tres tajos en la cara volando. De repente, tres enormes grietas se abrieron en el cielo. En una grieta era de día, en la otra era de noche y la grieta de en medio era un crepúsculo.

El Dragón miró anonadado al cielo. Sabía que, lo que había provocado, no tenía ningún tipo de reparo. Bajó a la velocidad del rayo. Se situó en una montaña, estaba jadeando, el intentar reparara el firmamento lo había extenuado, y las heridas de su pelea lo habían dejado endeble.

El dragón les advirtió a los habitantes de Santerruz, que el cielo se caería a pedazos, y que él no tenía forma de evitarlo. Los pobladores, al escuchar estas palabras, se enfurecieron. Maldijeron al dragón y le arrojaron piedras, pero su enojo no duro más de unos segundos. Admiraron como un gigantesco trozo del cielo caía al mar, el sonido se asimilaba al de una enorme y pesada roca cayendo en agua, pero con cien veces más fuerza. Era como ver una explosión en medio del mar.

Los pobladores entraron en pánico. Admiraban cómo el cielo se fragmentaba. Se sentían como los vientos aullaban con fuerza. Los truenos de colores morados y azules se hacían presentes, produciendo sonidos explosivos que retumbaban en el pecho, mientras la brisa se hizo notar entre el concierto de truenos, relámpagos y vientos que silbaban.

Los pueblerinos no perdieron tiempo, tomaron sus filibotes y naos, dirigiéndose a alta mar. Muchos saltaban y se escurrían en los botes para salvar sus vidas, mientras que otros robaban las naos para salvar las suyas. Pero como en todo en la vida, algunos se aprovechan del desastre para su propio beneficio, y exactamente eso fue lo que hizo el padre de Valskanyr. Vio una oportunidad única para deshacerse de su hija.

Consiguió, a la fuerza, un galeón en el cual poner a su familia. Les comentó que el iría a buscar a la joven sin nombre, que ellos lo esperaran en el galeón.

Subió la ladera mientras admiraba cómo otro fragmento de cielo caía en el mar, al llegar a la choza, busco a su hija en su habitación y vio que estaba plácidamente dormida. Él planeaba asesinarla, pero decidió dejar que muriera en la isla, sola. Buscó y salvó lo que pudo y se dirigió cuesta abajo, hasta encontrar el galeón donde estaba su familia y demás personas de la isla. Su familia le preguntó dónde estaba la joven sin nombre y el padre les dijo que ella había decidido quedarse junto con los ancianos que querían morir en la isla y los adultos sin nombre que nadie aceptaba en las embarcaciones. 

—No había forma de convencerla, insistió tanto que decidí respetar su decisión, la recordaremos con mucho cariño —dijo el padre con la mejor máscara teatral que pudo.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now