Cap 26: Encuentros

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Del cielo, caían pequeñas partículas de cenizas. La joven sin nombre, abrazaba la espalda del príncipe. Se sujetaba con fuerza. Pues no quería caerse del lomo de Flevata mientras volaban.

Colemar, arrugó el puente de la nariz y aspiró el olor del aire

—Huelen eso —dijo Colemar—. Es un olor parecido al fuego.

—Miren abajo —dijo Flevata. La joven sin nombre y Colemar, estiraron sus cuellos para avizorar una pequeña luz que provenía de las Islas del Calamar—. Quizá hubo un incendio. Volaré por debajo de las nubes. Empezaré a descender para aterrizar en una de las Islas del Calamar.

 Al bajar, los jóvenes se desmontaron de Flevata para encontrarse a su alrededor con una gran cantidad de cadáveres. Algunos tenían armaduras de hierro y otros posaban en el suelo con yelmos hechos con peces globo y espadas de madera forradas con lo que parecían ser dientes de tiburón.

Las campiñas se incendiaban. El olor a metal, tan característico en las guerras, impregnaba el olfato de todos junto con el del fuego.

—Pero, ¿Qué ha pasado aquí? —dijo la joven sin nombre con un rostro desconcertado. Apuntó con su dedo índice en una dirección—. Colemar, mira, esos hombres se parecen a los que nos atacaron en Rostal mientras nos habíamos escapado para nadar.

Colemar se acercó. Al tener el cadáver enfrente, se agachó para examinarlo. Al quitarle el yelmo de pez globo, vio cómo una melena de plata le caía en los hombros a aquel cuerpo sin vida. Colemar, giró su cabeza lentamente para atisbar a la joven sin nombre y a Flevata.

—Cabellos de plata... —dijo Flevata llevándose una mano a su frente y la otra a la cadera—. ¿Cómo es posible? ¿Ya llegaron tan al oeste?

—Estos que están aquí. —Colemar señaló a un hombre recubierto en una armadura de metal, estaba justo al lado del cabello de plata que Colemar había examinado—. Son soldados reales. Tienen el blasón del linaje de los Colemar en su peto. Un muchacho subido en un galeón tomando una gema de las manos de la diosa del mar.

—Ninguno es un habitante de cabellos dorados —dijo la joven sin nombre, algo consternada—. Ellos estaban rezando en las entrañas del titán que sostiene esta isla. Es probable que sufrieran el mismo destino.

De repente, se logró percibir un leve sonido. Todos guardaron silencio.

—¿Lo escuchan? —dijo la joven sin nombre, poniéndose una mano en su oído para tratar de percibir el sonido.

A Flevata, le pareció que era el ruido de algún tugurio destrozándose por el fuego. La joven sin nombre, como si ajustara la señal de una radio con una perilla, trató de darle un sentido al ruido hasta que descifró una palabra.

—Ayuda —dijo ella quitándose la mano de su oreja—. Alguien está pidiendo ayuda.

—¿Por dónde? —preguntó Colemar. 

La joven sin nombre, señaló la isla vecina que estaba unida con un puente movedizo. Con un ademán de su cabeza, les indicó que la siguieran. 

Corrieron por el oscilante puente hasta llegar a la otra isla. La joven, atisbaba las chozas incendiándose por el fuego. Avizoraba en todas direcciones para volver a encontrar el rastro de la palabra. Por unos segundos dejó de escucharla, pero en un instante volvió a percibirla con claridad. Corrió por un camino de calzadas y se detuvo con una mirada perdida. Colemar y Flevata estaban detrás de ella tratando de alcanzarla. En cuanto lograron llegar, ambos, vieron en dirección a donde ella clavaba sus pupilas verde y gris.

Vieron a un hombre de cabellos plateados, parecía ser que solo contaba con un ojo, tenía a un hombre entre sus manos. Y estaba rodeado de otros hombres de cabellos blancos y una mujer de cabellos rojos sin mano. Ahorcaba a un soldado real con sus musculosas manos, lo alzaba con orgullo. Era como ver cómo un adulto sostenía a un niño desde su garganta. El soldado pataleaba y gimoteaba con el poco aire que le lograba pasar por su tráquea. Pero al hombre de cabellos blancos poco o nada le importaba su sufrimiento, parecía, a juzgar por su sonrisa dantesca, que de hecho le divertía. Como un gato que juega con un ratón antes de darle muerte.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresOnde histórias criam vida. Descubra agora