Cap 20: Una carta y cinco secretos

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La monumentalidad de la meseta, alta y firme, daba paso a la contemplación del paisaje de hierbas secas, de un tinte leonado. Las plataformas invitaban a indagar y a pensar mientras te sentabas en sus orillas y sentías el aire fresco, con las bellas vistas de los claros, bosques y estructuras que yacían al otro lado, en armonía con la naturaleza.

Los jóvenes no veían sentido en esas estructuras. Quizá las crearon para generar una actividad recreativa al observar el paisaje. Ver un mundo lúdico y plantearse preguntas. Tal vez, por la simple necesidad del ser humano por la belleza, mirar paisajes y reivindicar su vida con ello. 

La joven y Colemar estaban sentados en una de las imponentes plataformas de piedras, meciendo sus pies a orillas del precipicio, mientras admiraban el débil sol crepuscular, que indicaba el final de un día, pero el inicio de una noche.

La joven le presentó a Arginan al príncipe. Un fuego fatuo muy astuto, y con un aire hosco y hastío. El fuego apenas interactuó con Colemar. Se limitó a decir un: "Encantado". Y luego de eso, se escondió en el candil.

La joven sin nombre había estado casi todo el día explicándole a Colemar lo que había sucedido. Intentó explayarse de la manera más tranquila posible, pero los casi dos días sin dormir le dificultaban mantenerse con energía.

El viento soplaba, y con él, un intempestivo anuncio. Colemar escudriñó uno de sus bolsillos secretos de su ropa. Mostrando un papel doblado en tres.

—¿Dices que tu hermano se llama Ukyrenipae? —espetó Colemar. Con un deje desidioso desdoblando el papel, sin apenas mirar a la joven.

—Sí, —dijo ella—. Pero no tengo idea de cómo...

Colemar la cortó con un ademán de su mano. Tenía una mirada severa y autoritaria. Única, la que sólo puede esbozar un príncipe con un rey tan alcahueta como caprichoso con su hijo.

—Compartes sangre con él. —Colemar, se llevó su mano a su aro de oro que brillaba junto con el sol. La otra mano, sostenía la carta, como si leyera una sentencia—. La ley del mar y del cielo dicta que si una persona que comparta, aunque sea una sola gota de sangre con el culpable que intente matar a un rey o al príncipe, debe ser condenado. Esto es felonía.

La joven se estremeció. A orillas de ese lugar, y con lo cerca que estaban sentados, como si de dos amigos charlando se tratase, se le hacía extraño que la acusaran de traición. Un lugar intempestivo y un momento inusitado para una acusación de semejantes magnitudes.

Colemar, la observó. Su ojo gris, su mirada cansada. Su delicado porte al sentarse. Sus rasgos afilados. No parecía una asesina o mucho menos una traidora.

—Si hubieras querido matarme —dijo el príncipe finalmente—. Pues. —Suspiró —. Creo que ya lo hubieras hecho. Sólo tenías que dejar que la sombra hiciera su trabajo. —Colemar vio cómo Flevata volaba en su forma emplumada por las alturas, como un ave a la cual acaban de liberar de una jaula—. Se tomaron muchas molestias. La ley es clara, eres culpable sólo por compartir lazos con tu hermano. Pero algo me preocupa más ahora que unas tontas leyes hechas hace ya mucho por un rey agónico y preocupado de que su linaje desapareciese.

El príncipe le sonrió a la joven, para tratar de amainar el tenso ambiente que se había generado. Él se relajó. Pero su rostro se volvió adusto al voltear a la carta.

—Verás —continuó el príncipe—. Nunca había escuchado ese nombre. Hasta... bueno. Míralo por tu cuenta. —Colemar le puso la carta en las manos a la joven—. Léelo, encontré esto en uno de los cofres de Ten. Vi que lo observabas con mucha curiosidad.

La joven deslizó su único ojo sobre el papel. Tenía una textura vieja y descuidada. La sujetó con fuerza, pues el viento quería arrebatársela de las manos. El eco del ambiente, provocado por el acantilado, dio un deje de sorpresa. Pues dicen que el viento conoce todos los cuentos, y es celoso ante los secretos. Al hablar, expulsamos aire, y por eso es que él conoce todas las historias y secretos del mundo, pero los que están en un papel, esos son los únicos secretos y cuentos que el viento no puede conocer.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now