Cap 24: Milenramas y amapolas

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La herida de Colemar aparentaba haber cauterizado por completo. Ya no le dolía la cabeza cuando se levantaba con rapidez, la hinchazón había menguado al cuarto día, pero no cesado por completo. Fue hasta que se cumplió la semana que Colemar se había recuperado. Y en cuanto al arañazo que le había proporcionado Flevata a la joven sin nombre, para su suerte, había sanado sin dejar cicatriz.

En cuanto a Flevata, la joven sin nombre tuvo que hacer de centinela atándolo al árbol durante todos esos días. Dormía cuando la luna caía al mar. Y cuando Flevata finalmente recuperaba noción de sí mismo, él, se encargaba de cuidar al príncipe. Por la diferencia de horarios, Flevata decidió no contar su tercer cuento. Su historia podía esperar.

Y al octavo día continuaron su camino.

Habían visto lo que parecía ser una chimenea extraña cerca del agua. Y al inspeccionar la sierra, notaron que tenía agujeros con agua.

—Son pozos de inspección —dijo Flevata, aún conservaba su aspecto de Cambiaformas. Parecía más bestia que hombre ahora. Revisaba el mapa que había dibujado—. Tenemos que seguir una línea gigantesca en medio de las sierras y valles. Sospecho que es un gigantesco acueducto.

—Está bien... —dijo Colemar con cavilación. Desde que Flevata había vuelto a ser Grien, ni la joven sin nombre, ni él lo habían llamado por alguno de sus dos nombres. No estaban seguros de cómo llamarlo—. Sigamos entonces, compañero.

Pasaron por las sierras imponentes del Laberinto del Titán. Ya nada más atisbaban a lo lejos la enorme meseta que rodeaba el relieve. Los follajes de árboles impedían hacerse una idea de donde se encontraban. Hasta que disiparon poco a poco, y vieron un enorme valle, y el acueducto gigantesco.

Descendieron al valle. Y la joven sin nombre se maravilló al estar frente el acueducto. Lo tocó, rocoso y firme. Sentía que podía escuchar el agua fluir. Los campos de amapolas le rodeaban los pies. Ella sonrió.

—¿Para qué sirven estas estructuras? —preguntó la joven sin nombre.

—Para llevar agua de un lugar a otro —le respondió Arginan desde el candil—. ¿En dónde tú vives no tienen de estas?

La joven negó con la cabeza.

—Yo vivo en una isla pequeña —dijo ella con un deje de vergüenza—. Nos abastecemos en los cráteres de los volcanes. Se reserva el agua en esos lugares cuando llueve. Y el agua corre por las cañadas. También, en épocas secas, tenemos las napas subterráneas. Eso sí, solo los niños pueden acceder a ellas. Ya que los agujeros son muy estrechos.

—En las islas más grandes —dijo Colemar. Uniéndose a la conversación—. Se suelen usar estos mecanismos. Ya que los únicos receptáculos comunes que tenemos en el archipiélago son las calabazas. La gente pálida nos enseñó a cómo construir este tipo de estructuras para trasportar agua de un lugar a otro.

—¿Y qué hay de las islas de Valta, Jolpamit o la Isla del Águila? —dijo ella con curiosidad—. Son islas áridas, donde se dice que la arena de mar se une con la arena de sus desiertos y son muy grandes. Me imagino que deben darles un gran uso.

—En esas islas —le contestó Colemar—. La gente solo vive en sus costas. Sus desérticos interiores son imposibles de habitar. Y no hay nada que trasportar. La poca agua que tienen, viene de ríos. Aquí. —Colemar extendió sus brazos—. Tenían varias ciudades, poblados y polis. A decir verdad, está es la última isla flotante y la más grande del archipiélago, de la época cuando existían las ballenas voladoras que comían rayos. Todas las ciudades estaban unidas aquí por los acueductos, según veo.

—¿Y no podemos hacer lo mismo en los archipiélagos? —preguntó la joven sin nombre—. Crear acueductos que unan todas las islas del archipiélago y usarlos como puentes también. Y así, llevarle agua a las islas como Valta, Jolpamit o la Isla del Águila, visitar la isla Partido de Trueno y comprarles rayos en un frasco y que los habitantes de la Isla de Perla puedan huir a otros lugares cuando sea época de huracanes...

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon