Cap 13: Gigantes de Niebla

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Y a lo lejos, entre la bruma marina, avistaron los enormes muros de piedra que se perdían entre las amplias nubes. Las colosales tapias de piedra natural. Era el laberinto del titán de hierro. Incluso en la pronunciada lejanía se lograban escuchar los chirriantes y mecánicos sonidos de hojalata que hacía el monstruo de hierro al moverse. Era algo aterrador. El sólo hecho de contemplar y de hacerse una idea que detrás de esos muros se escondía una gigantesca amalgama de hierro era terrorífico. 

La soledad y el silencio de aquella parte del mar sólo hacían que pudieras imaginar esa situación una y otra vez. Y la bruma espesa y densa permitían que tu imaginación volara, preguntándote: si el sonido del hierro venía del laberinto o si el titán finalmente se había liberado y andaba vagando por los mares de esos lares. Ten, estaba temblando detrás del timón.

 La joven lo observaba, ya sin saber si se tiritaba por el frío o por el miedo que le provocaba el imaginarse que el titán se les aparecería de repente.

Apenas si contaban con algo de comida. El incidente en la isla de Restal no les permitió reabastecerse. En ocasiones el hambre y la imaginación desmedida dan pie a la paranoia. Y esta no sería la excepción. Ya llevaban seis días navegando y Ten empezaba a imaginar gigantes entre la niebla. Creía que el titán, efectivamente, había escapado de su laberinto y que los estaba asechando. Juraba que había presenciado al titán asomando la cabeza entre la neblina y que el gigante, rápidamente, la escondió.

Por la mañana. Ten, lanzó un grito desmedido. Flevata subió junto con la joven sin nombre. Encontraron a Ten tirado en el suelo oscilante con un dedo extendido. Ambos voltearon en dirección a la que estaba apuntando. Efectivamente, era un gigante lo que estaban viendo. Pero no un gigante cualquiera.

Flevata tomó de los hombros a su compañero.

—Ten, míralo bien —dijo Flevata con un tono tranquilo y adormilado—. Es un gigante de piedra. —Flevata bostezó largamente llevándose la mano a la boca—. Llegamos a las Islas del Calamar.

Ten se tranquilizó, el hambre y la falta de agua lo habían vuelto torpe y nervioso. Admiró con dilación al gigante de piedra que sostenía en sus manos una de las Islas del Calamar, elevándola del mar. Como era su deber.

—Es verdad, Flevata. Disculpa —dijo Ten, llevándose la mano a la nuca—. Es sólo uno de los gigantes de piedra que sostienen las islas.

Ten, más tranquilo, le ordenó al Trotamar que navegara a las piernas del titán. Esa criatura era enorme, sus brazos se perdían entre las nubes. El Trotamar, rodeó ambas piernas de la gran mole de piedra, tratando de encontrar un agujero por el cual entrar. Hasta que encontraron una pequeña abertura en el tibial del titán.

—Llama a Colemar —dijo Ten. Y de un salto se introdujo en el orificio—. Los estaré esperando aquí.

Flevata tomó impulso y de un brinco logró llegar a la entrada. Skynathrax lo siguió de un salto.

La joven sin nombre bajó y tocó la puerta de Colemar, el cual no había salido en todo el viaje.

—¡Colemar! —gritó la joven, mientras tocaba con ímpetu la puerta—. Ya llegamos a las islas Calamar.

El vago sonido de alguien levantándose de la cama se escuchó, seguido de unos pasos. Colemar abrió la puerta de un sopetón. Tenía un aspecto lánguido y triste. Sus ojos azules ya no reflejaban destello, contaba con unas enormes ojeras y un cabello desordenado. Miró de arriba abajo a la joven.

—¿En dónde? —dijo casi en un susurro Colemar.

—¿Cómo dices? —respondió la joven sin nombre.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now