Entreacto: La bestia debajo del árbol

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Flevata se retorcía con violencia en el tronco de un árbol. Sus colmillos se alargaban con ímpetu. Sus escamosas patas, que aparentaban ser tan fuertes y menudas como las de un águila, pataleaban. Enterraba sus garras en el suelo. Para soltarse de ese maleficio que lo tenía atado.

—¡Grien! —gritó la joven sin nombre con la palma de su mano abierta.

Cada vez que Flevata intentaba atacarlos, la joven, pronunciaba su verdadero nombre. Era como si una pesada y tensa cadena lo jalara desde su cuello al tronco del árbol. Sometiéndolo.

—Debemos esperar a que la luna vuelva al mar —dijo Colemar, recostando su golpeada cabeza en una improvisada almohada hecha de juncos.

La joven se sentó al lado del príncipe. Exhaló con preocupación. Había estado ocupada atendiéndolo. Con lo poco que le quedaba de capa, detuvo el sangrado de Colemar presionando de manera firme la herida. Y, al mismo tiempo, tenía que estar alerta de pronunciar cada cierto tiempo el nombre de Flevata para qué no los atacara. Era complicado tratar una herida mientras vigilabas que una gran bestia no los devorara. El control hacia los Cambiaformas solo dura unos cuantos segundos. Debía renovarlo constantemente.

Era como tener a un perro agarrado de una correa mientras tratabas que el canino no se te soltase porque vio a un gato, podías evitar que persiguiera al gato pero solo por la correa, realmente no tienes control sobre el animal. Con el mínimo descuido, el perro se lanzaría sobre el gato, y lo que pasara después de tomar la correa poco a nada importaba. Estaba exhausta y Arginan lo sabía.

—Arginan, creo que el príncipe está lo suficientemente caliente —dijo la joven sin nombre—. No le dará hipotermia. La luna ya casi vuelve al mar. No tengo ánimo de hacer una fogata. Ayúdame con eso, ¿quieres?

Arginan salió del cuerpo del príncipe. Y se postró en una pila de ramas que la joven había logrado juntar del mismo árbol en el que Flevata estaba encadenado con su nombre.

—Gracias Arginan —dijo Colemar, intentando levantar la cabeza, pero este hizo un gesto de dolor y se llevó su mano a la cabeza.

—Colemar, por favor, te he dicho que no te muevas, ni hables, ni hagas nada. Esa herida es muy grave —se quejó la joven sin nombre con un tono remilgado mientras atizaba a Arginan arrojándole otra rama. Arginan abrió su boca y se la comió sin más.

La joven sin nombre volvió a suspirar, observaba a Flevata, vigilando que no se moviera de su lugar. Flevata contaba con el típico semblante que tendría un tigre o un león mal alimentado. Mostrando sus colmillos, sus garras, sus intenciones. Era la misma mirada que tenían los animales carnívoros en los zoológicos al ver a los humanos que decía: "si no fuera por esta jaula, te arrancaría el cuello de un bocado".

—Suerte que estabas conmigo, Arginan —dijo ella con un tono trémulo—. Cuando Flevata me tomó de mis cabellos con sus fauces para llevarme a lo más profundo de la arboleda... bueno, no sabía qué pensar.

—Bueno —dijo Arginan—. Los Cambiaformas, al igual que los dragones, demonios y ángeles de mar, no pueden revelar su verdadero nombre. Si lo hacen, quedan a merced de quienes lo conocen.

—Su apariencia... cambió completamente —expresó la joven sin nombre—. Esas pupilas moradas, su lengua bífida, sus patas como las de un pájaro, sus orejas en forma de plumas y una cola emplumada, alargada.

—Así es como se ve un Cambiaformas real —dijo Arginan con indiferencia—. La lengua bífida es porque conocen dos lenguas, al nacer, todos los Cambiaformas saben de nacimiento las lenguas de los humanos y la lengua de los dragones. Los Cambiaformas eran los que dirigían a los dragones del cielo, del mar, de la tierra. Los dragones, en cambio, son de lenguas trífidas. Conocen las lenguas humanas, la lengua dragón y la lengua de los nombres, con la que tienen control sobre las cosas.

—Yo conocí a un dragón de tormenta —dijo la joven sin nombre—. Pero su lengua no se separaba en tres partes.

—Pues no era un dragón de tormenta —le respondió Arginan cruzando sus brazos de fuego—. Debiste confundirlo con un dragón común. Los dragones de cielo solo se muestran para anunciar una nueva era entre los humanos.

—Juro que era uno —prosiguió la joven—. No es una argucia. Peleó contra otro dragón de tormenta en un huracán.

Arginan rio a carcajadas. Las chispas salían de sus amarillentos ojos.

—¿Dragones de cielo peleando? —dijo Arginan—. Jamás escuché algo tan ridículo como eso. Los cielos no pueden luchar con otros. Está prohibido.

La joven se levantó con desdén. Y zarandeando su dedo con aires de riña le respondió:

—Pues yo los vi —dijo la joven con tono fastidiado—. Y el dragón durmió en el cuarto de Val, y su lengua no se separaba en tres partes, lo único que tenía eran tres tajos en su rostro y destruyó el cielo del corazón del archipiélago y...

Se escuchó un estrepitoso sonido, el suelo se zarandeó y de un momento a otro todo había quedado en oscuridad. Finalmente, la luna había regresado al mar. La marea había subido en otras islas. En estas épocas, es peligroso quedarse en la orilla.

El crepitar de Arginan se hizo más intenso, pues temblaba por el susto.

—La luna ya regresó al mar... —dijo Arginan con un tono intranquilo—. Ya es hora.

La joven asintió con decisión. Caminó en dirección a Flevata, lentamente, lista para pronunciar su nombre por si algo sucedía. Flevata estaba sentado, cabizbajo, su pecho se inflaba y se desinflaba. La joven, se agachó y extendió una mano para acariciar el rostro de Flevata.

—Flevata, te encuentras... —Un zarpazo en la mano de la joven sin nombre fue la respuesta de Flevata. La joven cayó de bruces al suelo. Sus ojos se empaparon en lágrimas.

Flevata alzó su mirada. Respiraba con agitación desde su nariz. Vio cómo la joven sin nombre se cubría su herida con su otra mano. Y las lágrimas se resbalaban en su semblante moreno.

—Me recuerdas a ella —dijo Flevata. Se levantó en dirección a la joven sin nombre. Pero antes que ella pudiera pronunciar el nombre verdadero de Flevata él la abrazó, acariciándole el cabello—. Perdóname pequeña, no fue Flevata quien te hizo daño... fue Grien. —Flevata suspiró con vergüenza, le acarició el semblante a la joven, limpiándole las lágrimas que se escurrían entre sollozos—. O eso era lo que yo solía decirme.

Flevata se levantó. Y notó cómo el príncipe, acostado, estiraba su mano en dirección a la espada rota. 

—No fue mi intención asustarlo, príncipe —dijo Flevata, disculpándose con una reverencia—. Mil perdones. Supongo que tendrás preguntas. Como es evidente. —Flevata se sentó al lado de la fogata—. Acérquense pues, y déjenme contarles la leyenda de la bestia del gran continente en forma de serpiente. Un lugar del poniente, en donde los niños jamás han visto la furia de la mar... pero si la crudeza de la guerra... y con este mi segundo secreto. 

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now