Cap 22: Espada rota, nombre roto

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El coloso se mantuvo expectante, observando con diligencia un punto de la gradería. Y luego de un momento, siguió su camino. El coliseo de forma cilíndrica se estremecía con cada paso de la amalgama de piedra. Haciendo que pequeños escombros cayeran sobre los cabellos del grupo.

La joven sin nombre, había atrapado a Arginan entre sus manos con la mayor rapidez de la que fue capaz. Si el coloso había logrado ver algo, probablemente la confundiría con una luciérnaga que se apagaba de repente. Si es que esa cosa pensaba.

El coliseo estaba hecho con bóvedas anulares y enormes pilares de piedra, superpuestos sobre cada una de las plantas. Y si mirabas hacia arriba, se podía apreciar el cielo de Días Noctámbulos. Sin la luna, pues esta había regresado al mar, como solía pasar en estas épocas del año cuando llegaban las horas idóneas para dormir.

Después del susto, el grupo decidió regresar al pasadizo por donde habían entrado al coliseo. Ocultándose de la mirada del coloso. La joven sin nombre, continuaba ocultando el resplandor de Arginan entre sus manos para no ser avistados al salir. Hasta que esta no resistió más.

Soltó a Arginan con tal enardecimiento que casi pareció irreverente de su parte ante la pobre llama. Haciéndolo dar vueltas por el aire hasta caer al suelo.

Los demás no comprendían por qué había soltado a Arginan de esa manera. Fue hasta que vieron ampollas y enrojecimiento en la piel de sus palmas que comprendieron. La joven se había quemado las manos por atrapar a Arginan.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó el príncipe. El lugar se volvió a estremecer.

La joven sólo asintió con la cabeza. Viendo sus manos.

—No es nada —dijo ella—. Voy a romper algo de la capa de Ten para vendarme la quemadura.

—Déjame ayudarte —le dijo Flevata, tomando la parte inferior de la capa. De un tirón, arrancó un trozo de tela.

Flevata, le envolvió la quemadura de forma holgada en ambas manos.

La joven sin nombre, vio cómo un pequeño trozo de escombro le caía desde su cabeza a su mano vendada. Lo tomó con cierta sorpresa. Con un ademán, llamó a Arginan para que iluminara el aparente trozo de escombro.

—Chicos —dijo la joven sin nombre examinando el diminuto objeto—. Creo que el coliseo está hecho en el corazón de un volcán dormido.

—¿Por qué piensas eso? —La miró con sorpresa Colemar.

—Ve por tu cuenta. —Les mostró la pequeña partícula a ambos.

—No puede ser —dijo Flevata con sorpresa, apartándose el cabello de la frente.

—¿Qué? yo sólo veo un trozo de cascote —les respondió Colemar.

—No es un cascote, Colemar —le dijo la joven con tono comedido—. Es ceniza volcánica. Y todo esto... Arginan ilumina esa parte, si eres tan amable —dijo la joven apuntando con su dedo los diferentes lugares del sitio—. Esto es un tubo volcánico. Y creo que el coliseo está construido con toba volcánica.

—Esto es un Coliseo de Fuego —dijo Flevata—. Claro, ¿Cómo fui tan estúpido? Sólo luché en uno de estos hace ya mucho tiempo. Si el coliseo se encuentra en un lugar rocoso, es obvio que serían en un Coliseo de Fuego.

—¿Oye y tú cómo sabías que esto era un volcán? —interrogó Colemar a la joven sin nombre.

Esta produjo una pequeña risita complaciente tapándose con un nudillo los labios.

—En Senterruz, la isla donde yo vivía —respondió ella—. Tenemos dos volcanes. Gran parte de los jóvenes juegan a las escondidas en sus tubos volcánicos. Y muchas de las chozas y palafitos que construimos a orillas de mar son hechas con toba volcánica. Es un material duro, pero es lo único que tenemos a mano.

Cuentos del viento marino: La ladrona de nombresWhere stories live. Discover now