05. El palacio Predator (I)

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Cuando quise darme cuenta flotaba perdida en las profundidades de un océano agitado que me zarandeaba en todas direcciones al mismo tiempo.  Contuve la respiración mientras trataba de recordar cómo había llegado allí pero, o al metraje de mi vida le faltaban fotogramas o algo importante se me escapaba.

Tras un instante eterno del más absoluto desconcierto la superficie apareció de la nada y avanzó con rapidez hacia mí (o yo hacia ella, no sabría decirlo con exactitud). Me habría cubierto la cara de poder controlar cualquier músculo de mi cuerpo, no era el caso, así que el líquido me escupió al exterior como si de un chicle desgastado me tratase.

Caí de bruces a un duro suelo de obsidiana cuya rígida recepción me recordó todas y cada una de las magulladuras que acababa de recibir no hacía tanto (incluso diría que añadió alguna nueva). Todavía con la cabeza dándome vueltas comprobé que podía respirar con normalidad, algo que sólo duró hasta que abrí los ojos.

Estaba sola, con la ropa tan seca como mi garganta y tirada bocarriba en el centro de una amplia sala circular. Todas las superficies, desde el alto techo a las lejanas paredes combadas parecían labradas en un mismo cristal azabache bastante inquietante. Pese a la oscuridad reinante, tras de mí notaba una tenue fuente de luz azulada, así que me incorporé con el objetivo de buscarla.

Me costó lo suyo levantarme, incluso tuve que apoyar las manos en mis temblorosas rodillas para que me mantuviesen en pie, pero cuando lo hice y me dí la vuelta me quedé con la boca abierta:

—Oh Dios mío —exclamé de forma irreflexiva.

A escasa distancia de mí flotaba fantasmagórico un gran globo terráqueo de aspecto holográfico y tonalidades cianes. Si su tamaño (varias veces el mío) no resultaba suficientemente impresionante, la exactitud con la que representaba al planeta Tierra haría esconderse en un hoyo al mismísimo Google Earth: Cada nube, cada masa de agua, cada diminuto movimiento de la naturaleza fluía de forma tan constante y realista que si alguien me hubiese dicho que estaba en la Estación Espacial Internacional viendo la esfera terrestre a través de un cristal tintado me lo hubiese creído.

O al menos me lo habría planteado antes de señalar las incongruencias, pues además del amplio espacio que me rodeaba (insostenible en las actuales construcciones espaciales) había algunos elementos en aquella representación que no recordaba haber visto la última vez que había puesto la nariz sobre un libro de geografía:

Las más llamativas de todos eran unas fuentes de luz blanca que brillaban con fuerza en varios puntos geográficos, lanzando hilos blanquecinos hacia la estratosfera. Seguí uno de aquellos hilos hasta llegar a otra esfera que flotaba cerca del techo, orbitando alrededor de la Tierra. En un principio pensé que podría ser la Luna aunque, de serlo, estaría representada a una escala incorrecta. Además, tenía una forma perfectamente esférica en cuyo interior se podía distinguir una mitad inferior cubierta por superficie sólida y otra superior donde sólo había cielo.  Se me vinieron a la cabeza las imágenes de esas bolas de nieve que la gente compraba como souvenir en navidad o esos montajes en  3D que intentaban demostrar teorías terraplanistas.

Y no sólo había uno de aquellos extraños cuerpos celestes, sino que eran decenas, cientos de ellos girando de forma geosíncrona al final de sus respectivos hilos de luz, salpicando el espacio como la marabunta de satélites artificiales abandonados durante la carrera espacial.

Las preguntas se apelotonaban en mi cerebro como señoras a las puertas del primer día de rebajas. 

El aire se licuó a mi lado en una imagen que ya no me era nueva (pese a seguir sorprendiéndome como la primera vez) y Schwarz apareció a mi lado.

—Bienvenida al Mar de Esferas, humana —comentó con un disgusto creciente a cada palabra—. Si quieres salir con vida de aquí haz lo que se te diga y no des más problemas de los ya creados.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now