14. El auténtico callejón sin salida (I)

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A esas alturas, el cielo al otro lado del precipicio había adquirido ya el tono azul eléctrico propio del mediodía en algún paraíso tropical, mientras una suave brisa llenaba el ambiente con la fragancia originada por las flores de los jardines. Pese a ello, ignoraba si mi estimación horaria era acertada, pues sobre nuestras cabezas seguía sin aparecer sol alguno.

Sospechando que algún sistema mágico incomprensible estaría involucrado en toda aquella anomalía astronómica renuncié a buscarle sentido, pues de ser así, mi lógica no iba a llevarme a ningún lado. Lo que sí había alcanzado un punto candente era mi conversación con Sydonai Weissman, si bien era uno al que hubiera preferido ni acercarme:

—¿Cómo no va a ser un acosador enamoradizo el pirado que asegura ser mi alma gemela sin importarle mi opinión y además lo usa como escusa para secuestrarme pese a los problemas que pueda eso causar? —le grité al anciano, incrédula.

—Todo lo contrario —el constante tono conciliador de Weissman sólo me atacaba más los nervios— Ahí es donde reside la problemática: En que el joven Redfang jamás había demostrado un interés similar por nadie.

—¿Y a mí qué me importa? ¿Debería renunciar a mi vida y ceder a sus desvaríos sólo por ser su primer amor?

No era ninguna experta en el tema, pero mi solución era partirle su corazoncito de reptil escupefuegos bien rápido y que me devolvieran tan tranquila a mi mundo mientras él recogía los pedazos. Porque vale, se supone que primer amor sólo hay uno, pero no tiene por qué ser verdadero, acertado, ni mucho menos definitivo.

Sin embargo, al viejo director se lo notaba más interesado en capear el temporal de mi mal humor con su impermeable paraguas de tranquilidad que en aceptar esa sugerencia:

—Nadie le está pidiendo eso —aseguró—. Ha de comprender que si los dragones son seres ancestrales y complejos, sus sentimientos (incluido el emparejamiento) no lo son menos.

El paréntesis en aquella última frase me dio muy mala espina. Presentimiento reforzado al hacer Weissman una larga pausa para pasarse la mano por la barba mientras meditaba sus siguientes palabras, habiendo soltado con anterioridad centenares de ellas sin necesitar descanso alguno.

«¿Por qué me dará la impresión de que no me va a gustar lo que va a decir?» Interioricé.

Y no tardé en averiguarlo:

—Su emparejamiento difiere notablemente de la forma de amor que conocen los humanos, es un sentimiento más poderoso y primigenio, que sólo experimentan una vez en la vida —comenzó a desgranar un tema que me arrepentiría de conocer—. Surge de una impronta repentina e incontrolable que ata de por vida al dragón y al objeto de su pasión, si bien lo más habitual es que surja entre dos dragones, siendo por tanto recíproco.

— ¡Pero yo no soy ningún dragón! —Interrumpí, para luego recalcar— Ni tengo el más mínimo interés en Drake.

—A eso iba. También existen casos en los que un dragón se encapricha de un miembro de otra especie. En dicho caso el segundo individuo —me señaló para que lo entendiera (aunque no hacía falta alguna)— carece de dicho sistema de reciprocidad, convirtiendo así el lazo en algo unilateral.

Mi escalofrío inicial comenzaba a transformarse en una migraña con todas las papeletas de ir a peor.

—Suena más a una cadena que a un lazo —exterioricé mi rechazo.

—Bueno, los dragones son conocidos por ser seres apasionados hasta rayar lo obsesivo ¿No ha oído hablar de dragones que raptaban princesas, custodiaban tesoros o arrasaban ciudades por mero impulso? Era algo bastante común en los viejos tiempos, y provocado por ese mismo sentimiento.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora