37. Entre la espada y la pared (I)

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Dicen que los besos robados son los más dulces. Yo nunca me había parado a pensar en ello hasta aquel instante, pero los sorprendidos labios de Tessa eran tan suaves como el algodón de azúcar de los puestos callejeros y, a pesar de la alta temperatura corporal que los inflamaba, no pude evitar sentir cierta ternura proveniente de su reacción inocente.

No obstante, el dulce siempre me había empalagado rápido. Si me dieran a escoger una gominola, mi paladar prefería las lenguas ácidas y la de Tessa ni se acercaba a eso. Así pues, tras mi lento mordisco inicial, abandoné el hurto con la lentitud y confianza de la ladrona que se sabe indemne.

Ni se trataba de mi primer beso, ni había tenido significado especial alguno para mí más allá de su conveniencia, aunque tal vez eso no podía extrapolarse por completo al otro lado del mismo porque Tessa Drachenblut parecía fulminada por un rayo. Bueno, era una reacción natural dada su personalidad, seguro que de no ser por aquel tono de piel oscuro suyo habría estado más roja que un rubí iluminado por láser. Yo no sería Drake, pero nunca nadie se me había quejado.

Puesta a mencionar al príncipe de los lagartos lanzallamas, juraría haber escuchado el sonido de un gato siendo aplastado por un coche a través del auricular de mi oído justo antes de cortarse la llamada, ¿lo habría matado de un infarto mi improvisado encuentro cercano con su amiga?

De todos modos, la reacción más importante allí era la de Marina, quien daba la impresión de haber recibido la sacudida buscada al incorporarse pasmada:

—Ignoraba que estuvierais juntas... —Masculló con una refrescante expresión dubitativa— Aunque eso explicaría...

Se lo había tragado. Seguramente no le cuadraba del todo y por eso se puso a darle vueltas a cualquier tontería, pero había acusado el impacto y retrocedido, un avance que no pretendía dejar pasar. Debía hacer toda la leña posible del árbol caído antes de que se recuperase.

—Puesta a reconocer tu ignorancia, ¿por qué no nos dejas en paz y te limitas a arengar besugos? —comenté con desdén— Porque está claro que no sabes nada de ninguna de nosotras.

Mi mordaz comentario fue a dar de lleno en su infladísimo ego. Justo cuando pensaba que el enfado de la semidiosa comenzaba a ir a menos, el globo se pinchó propulsándolo a nuevas alturas, aumentando la humedad del aire de golpe y pudiendo escucharse a mis espaldas el borbotear del agua en el río hirviendo.

—No te pases de lista, insensata. Sé lo que necesito —afirmó mientras se acercaba para clavarme uno de sus dedos en el esternón—: Sé que eres escoria sin el más mínimo control de tu éter u obtendrías mejores resultados en Preparación Física y no tendrían que esconderte en Ontología. Desconozco cómo has anulado mi-.

«¡Así que el truco de la clase de Sun es la magia!» Casi pierdo por completo los papeles al descubrirlo «¡Sabía que se estaba quedando conmigo!»

Pese al inesperado descubrimiento até mi impulsividad con camisa de fuerza: 

— ¿Sin el más mínimo control? —Sonreí.

Todo había salido a pedir de Milhouse.

Marina acababa de ofrecerme la oportunidad perfecta para servir el plato fuerte del día y mi torrente sanguíneo se anticipó a él erizándome la piel con una descarga ingente de adrenalina. Incapaz de seguir sentada, me levanté eliminando cada uno de los grados descendentes en la mirada de la semidiosa que tanto rechazo me despertaban y le planté cara.

— Nunca has oído hablar de Carrie ¿Verdad, Reina de las Sardinas?

Ignoro si le sonaba el nombre o no, desde luego lo que sí reconoció fue la amenaza inmediata inscrita en mi repentino cambio de actitud. Dio un paso atrás. Demasiado tarde.

Poco importaba su alerta cuando mi recién desenvainada espada metafórica vibraba ya en el aire. Dándole un matiz más corpóreo, acerqué la mano al oído de una sorprendida semidiosa y chasqueé los dedos mientras mi truco final explotaba con la potencia de una bomba atómica:

Con el discreto estallido de mis dedos surgió una resplandeciente onda lumínica desde el lugar exacto donde mis zapatillas tocaban el suelo. Se expandió a la velocidad del sonido, invadiendo con un silencio opresivo toda la superficie del patio y tiñendo cada brizna de hierba de un blanco níveo; a su paso, la atmósfera se secaba de golpe, seguida de cualquier otra muestra de agua en estado líquido, evaporada al instante como si fuesen las velas de una tarta de cumpleaños.

No contenta con eso, cuando la onda alcanzó las paredes del palacio Cristalino y hasta el último ser allí fue incapaz de ignorarla, subió en intensidad hasta transformarse en un frío mar de llamas blancas que ardía con violencia por doquier. El silencio no tardó en llenarse con los gritos de los alumnos atrapados en su interior.

No pude evitar sentir una pizca de preocupación. En teoría aquella combustión sobrenatural debía evitar afectar a cualquier ser biológico, pero Georg me había advertido de que no estaba completa, así que tampoco podía descartar la posibilidad de estar causando más daños de los previstos.

En cualquier caso, ese tema ya estaba completamente fuera de mi control.

Y justo cuando disfrutaba viendo el fuego reflejado en la mirada de Marina, cuando el profundo océano en sus iris se veía agredido por mi blanco cegador, entonces la espada se fundió.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora