22. Marketing demoníaco (II)

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El aspecto del supuesto demonio apoltronado a mi izquierda habría llamado la atención en cualquier centro educativo del mundo, aunque supongo que en el Palacio Cristalino estaba a la orden del día: No, no tenía la piel roja, cuernos, ni patas de cabra (aunque, a saber qué ocultaban sus pantalones pitillo), pero aún así seguro que aparecía una foto suya bajo la entrada del diccionario referente a los chicos malos. 

Sí, ya sabéis, el típico que sale en toda película romántica, que está como un tren y destila peligro por todos los poros, pero que la ilusa de la protagonista cree que podrá cambiar con el poder del amor... y por supuesto lo hace, porque esas cosas pasan siempre en la vida real (Nótese la ironía).

Pues bien, él estaba cortado por dicho patrón.

Para infligir también hasta la más mínima normativa de vestimenta habitual en todo instituto público (o quizá lucirse ante el sexo femenino), no llevaba nada puesto bajo la chupa de cuero con cuya capucha se cubría la cabeza, dejando su torso completamente al descubierto. Además, tanto ella como sus botas y cinturón estaban surcados por tal cantidad de grabados y pinchos metálicos que harían  palidecer al propio Ghost Rider.

Y ya mencionado dicho personaje de cómics de rostro ardiente, ¿quién adivina lo que aquel individuo hacía bailar en su mano derecha en un acto digno de una representación shakespiriana?: Exacto, una calavera. 

¡Una maldita calavera! Tenía aspecto de ser humana, aunque todos los seres allí adoptaban esa forma, pero... ¡Por el amor de Dios, estaba jugueteando con la cabeza de alguien!

Sobra decir que mi intento de escrutinio disimulado no pasó desapercibido al quedar atrapada por mi curiosidad. Se hizo evidente cuando el cráneo despellejado se giró hacia mí y una voz sibilina habló:

—¿Tienes algún negocio para nosotros, Weiss?

Por un momento pensé que el demonio practicaba alguna macabra actuación ventrílocua con su particular atrezo, pero luego recordé mi recién adquirido apellido.

—¡Que va! —contesté, tratando de ocultar toda sorpresa— Sólo me llamó la atención tu pregunta.

Sí, esa me pareció una buena escusa, aunque por lo visto no lo era tanto.

— Ya, bueno —me devolvió él divertido—, y a mí esa bofetada tan calculada que le diste a Redfang, pero no te espío por ello.

Su voz desbordaba confianza sin dejar hueco alguno a la duda, hasta el punto de resultar tan amenazante como el siseo de una serpiente ¿Tan evidente había sido que no golpeaba a Drake sólo porque estuviera ofendida, sino para bajarle los humos con el más internacional de los gestos de humillación?

Nuestras voces apenas eran audibles entre la lección de turno, pero procuré mantener un volumen reducido y disimular.

—¿Calculada? —me hice la ignorante.

Esta vez sí giró su rostro en mi dirección:

—Soy un demonio —afirmó como si tal cosa—, puedo ver los sentimientos de los demás como otros ven los colores, y vi un claro tono de rechazo en ti cuando ibas a golpearlo, pero se desvaneció antes de hacerlo... —sonrió— y eso no fue lo más interesante.

Sus ojos. Sus ojos eran prueba suficiente para mí de que no mentía. No por su color, pues el rojo sangre que los teñía debía ser más habitual en el Mar de Esferas que en la Tierra, sino por la ausencia de brillo en ellos. Su mirada firme se clavaba en las entrañas procedente de una penumbra insondable a pesar del rostro de facciones agradables que la enmarcaba.

Imponía. Apenas era más alto que yo, si acaso algo más ancho de hombros, y aparentaba tener una edad similar. No obstante, su forma de expresarse era pausada y poseía un aire que se me hacía extrañamente familiar, pero a pesar de todo ello imponía. No sabría decir si imponía respeto o temor, pero lo hacía.

Y peor aún, primero Weissman, ahora él: ¿Por qué todo el mundo podía ver las cosas que debían estar a salvo dentro de mi cabeza? ¿Cómo pretendían que guardara mi humanidad en secreto en esas condiciones?

Mientras me debatía en mi foro interno intentando no sentirme acorralada, la chica sentada a su lado inclinó la cabeza para sumarse a nuestra conversación clandestina pinchándole la mejilla con un dedo de forma infantil.

—Por favor Luke, qué ingenuo eres. Así no se sonsaca a una preciosidad como ella ¿No ves que ahora está a la defensiva? —Me guiñó un ojo de forma pícara antes de seguir metiéndose con su compañero— Y luego quieres encamarte con una mujer de las nieves...

—Cierra esa infernal boca Liss — renegó éste por lo bajo.

¿Sonsacarme?, ¿qué querría sonsacarme aquel autoproclamado lector de sentimientos? Comenzaba a arrepentirme de haber cedido a la intriga, ¿iba a matar la curiosidad al gato?

Traté de hacer como que nada había pasado y fingí estar interesada en la alumna que hablaba de cara a la clase unas filas más atrás, pero ya había llamado la atención de aquel par.

—Ahora que me doy cuenta, no ha sido una buena forma de comenzar nuestra relación —Insistió el chico— ¿Dónde están mis modales? Ella es mi prima y guardiana, Liss Bachannalia, y yo soy Luke M. Septimus, Señor del Nuevo Infierno.

¡Dios! ¿Pero quién presta atención a cómo las hadas recolectan el polvo de las alas de su reina cuando te sueltan una frase como esa?

— ¿Nuevo Infierno? —Me pudo la tentación— ¿Y qué pasó con el antiguo?

Aunque lo pregunté con una inocente mezcla de intriga y emoción, debí tocar alguna fibra sensible, pues eso hizo que Luke se quedase absorto en las cuencas vacías de su calavera extra con una expresión siniestra.

Aunque lo pregunté con una inocente mezcla de intriga y emoción, debí tocar alguna fibra sensible, pues eso hizo que Luke se quedase absorto en las cuencas vacías de su calavera extra con una expresión siniestra

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—Que lo reduciré a escombros en cuanto tenga los medios necesarios.

Eso debió de cortar su incomprensible interés para conmigo, pues no volvió a dirigirme la palabra en un buen rato, oportunidad que aproveché para volver a lo mío. Socializar no ocupaba un peldaño demasiado alto en mi escala de prioridades y hacerlo con alguien que podía descubrir mis sentimientos con una mirada mucho menos.

Sin embargo, tras el toque de campana, cuando ya me levantaba para asistir a mi siguiente asignatura, el aspirante a Rey de los Infiernos (perdón, del Nuevo Infierno), me tendió algo sin tan siquiera dignarse a levantar su trasero del banco.

—Toma mi tarjeta, Weiss —me dijo, ofreciéndome un pedazo de papel rectangular con su nombre grabado en letras puntiagudas escritas a mano—. Sería un placer tener a un miembro de tu clan en mi lista de clientes, incluso te haré un descuento.

Cogí la tarjeta sin demasiada convicción.

—¿Y para qué quiero esto?

Tenía bien claro que si su interés hacia mí se orientaba hacia el mismo tema que el de las mujeres de las nieves lo iba a mandar de un puñetazo a su infernal casa.

—Para cualquier cosa —se encogió de hombros—. Lo mío son la diversión y los problemas. Ya busques lo primero o solucionar lo segundo, di mi nombre y negociaremos el precio adecuado.

Entonces comprendí cual era el matiz en su forma de expresarse que se me hacía familiar: marketing comercial puro y duro. Luke M. Septimus era un comerciante.

Todas sus frases desde la primera, aquella entonación insinuante que les daba... no intentaba ser mi amigo ni ligar conmigo, se estaba promocionando para sumar un nuevo cliente a su cartera.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora