16. Las lecciones del Rey de los Monos(II)

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—¡Oh! ¿Y ha decidido empezar por mi asignatura? ¡Que bien!

La joven albina nos miró de reojo un instante antes de volver a concentrarse en sus planchas. Resultaba evidente que aquella exclamación de alegría no había abandonado sus labios, sobre todo al observar su ceño fruncido.

«¿El elefante?» Comenzaba a notar tambalearse de nuevo los pilares del sentido común ante la posibilidad de que aquella bestia no sólo hablase, sino que fuese la encargada de dar una clase, cuando noté que alguien me pellizcaba el brazo. 

No había pedido que nadie me demostrase que no estaba soñando así pues, suponiendo que el causante era Drake, solté un irreflexivo manotazo. Y conectar conectó, pero no con el dragón humanoide, sino con algo de textura similar a un globo peludo que estalló al golpearlo.

Ni tiempo tuve a extrañarme por eso antes de sentir otro pellizco en la zona lumbar inferior. Eso ya era tomarse demasiadas libertades, así que me volteé hacia Drake enfurecida, sin embargo él estaba a una distancia prudencial, con las manos en alto y negando de forma enérgica con la cabeza. Claramente no era cosa suya, pero ¿si no era él, quién?

Dirigí mi mirada a la zona donde notaba el contacto (algo que quizá debí haber hecho en primer lugar), para descubrir así a dos figuras simiescas resplandeciendo en tonalidades amarillas. Si tuviera que compararlas con algo, diría que eran como tubos de neón vivientes con forma de mono. Uno examinaba la parte inferior de mi espalda, mientras que el otro estaba agachado, tanteándome la pantorrilla derecha.

—¿Qué demonios?

Salté para alejarme de ellos, más fruto de la sorpresa que de una decisión lógica. Los dos seres, viendo su cacheo interrumpido, brincaron de forma cómica y sobreactuada antes de desaparecer con un chispazo momentáneo.

—Algo debilucha, pero tienes espíritu. Eso me gusta.

Negando a mi corazón la ocasión de recuperarse de aquel violento sobresalto, el pelaje del mastodonte comenzó a adquirir un brillo dorado cada vez más intenso. Antes de resultar molesto o llegar a cegar, decayó y el cuerpo del animal comenzó a desintegrarse como si fuera un montón de purpurina, saliendo así de su interior un nuevo personaje estrambótico que añadir a la colección:

"Hombre-mono" fue la primera impresión grabada en mi mente. 

Caminaba descalzo, a saltitos impulsados por pasos ligeros que hacían ondear su escasa vestimenta: una túnica carmesí de corte oriental y tejido satenado que colgaba de su cinturón dejando expuesto al fresco aire de la mañana la parte superior de su cuerpo. En él, marcado por la orografía de los músculos más definidos que había visto jamás, contrastaba el tono rojizo de su piel con la gran cantidad de vello rubio poblando su cabeza, brazos, pecho y espalda. Dicho pelaje también hacía acto de presencia en su rostro donde, en conjunto con una barba de chivo y unos rasgos simiescos, le daban un aire fiero sólo rebajado por la sonrisa burlona asomando de sus labios.

—Diana —me introdujo Drake—, te presento a Sun Wukong.

— ¿Son Goku? —Me desconcerté al parecerme escuchar el nombre de cierto personaje de la cultura popular.

—Hay quien lo pronuncia así —rió el hombre mono—, pero con Sun está bien.

—Claro...

Como si la formalidad y la quietud fueran una aberración para aquel individuo, hizo aparecer un báculo de puntas labradas en oro, realizando varias cabriolas antes de apoyárselo en la nuca.

—También hay quien me llama "El Apuesto Rey Mono" o "El Inmortal Rey Mono" —enumeró entremedias de su exhibición—. Sin embargo, de todos ellos mi preferido es Sun. Los nombres cortos denotan confianza.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora