37. Entre la espada y la pared (II)

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Varios arcos voltaicos se alzaron entre el incendio de mi exhibición con un zumbido agudo antes de apagarlo sin previo aviso al estallar sobre sí mismos como un transformador alcanzado por un rayo.

—¿Qué ha sido eso? —Preguntó alguien mientras el fuego blanco se desvanecía en un enjambre de pequeñas volutas luminosas—, ¿uno de los profesores?

No, ellos estaban igual de confundidos que los alumnos ante lo ocurrido, no hacía más que echarle un ojo a la mesa de estos últimos para comprobarlo. Las únicas excepciones al desconcierto generalizado tampoco me sorprendieron: Emi Hattori, para quien mis métodos resultaban transparentes, se partía de risa pataleando en el aire. Sydonai Weissman, por su parte, fingía estar centrado en hablar con un perplejo Gorka Georgson empleando esa cara de póker suya que ya se me iba haciendo conocida.

—¿No se suponía que Weiss no podía manipular la existencia? —Acertó otra voz entre la creciente marejada de murmullos tras la tormenta.

En efecto, seguía sin ser capaz de hacer tal cosa por mí misma. Donde ellos habían visto un gesto capaz de alterar la materia a nuestro alrededor mediante la emisión de una cantidad descomunal de energía, no había en realidad más que runas.

Mi imitación del chasquido de Luke en la Sala de los Mundos había sido un juego de manos al estilo de trileros e ilusionistas, improvisado con el objetivo de distraer la atención del lugar donde ocurría lo verdaderamente importante: El enorme círculo compuesto por docenas, cientos de runas, oculto a simple vista bajo el tupido césped del patio, justo ante las narices de todos.

Mi imitación del chasquido de Luke en la Sala de los Mundos había sido un juego de manos al estilo de trileros e ilusionistas, improvisado con el objetivo de distraer la atención del lugar donde ocurría lo verdaderamente importante: El enorme círc...

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Crear algo tan complejo a espaldas del resto del alumnado había requerido un desolador número de horas hundiendo los codos en la biblioteca y otro aún mayor sacrificando tiempo de sueño para preparar el terreno al amparo de la oscuridad, lejos de miradas curiosas.

Georg no sólo se tambaleaba al poco agradable son de la anemia por las gotas de sangre empleadas en mi escudo, sino también por pasarse una noche tras otra realizando transfusiones a partes específicas de aquella espada rúnica destinadas a mantenerla bajo control. Una vez más, su contribución había resultado indispensable, dada mi incapacidad para la magia y la imposibilidad de usar el inestable Fuego de la Emoción de Drake como combustible.

¿Cómo habíamos generado entonces la inmensa cantidad de poder bruto que acabábamos de desplegar? Fácil, enchufando nuestra trampa a la fuente de energía principal de tanta otra tecnomagia disponible en el Palacio Cristalino, el Árbol de la Armonía.

Por desgracia, el maná transmitido desde el árbol había resultado tan abrumador que apenas había mantenido encendidos nuestros fuegos artificiales durante unos segundos antes de fundir todo el circuito, aunque confiaba en que fuese suficiente con eso.

Sin duda, había causado impresión.

—¡Te digo que ha sido ella! El flujo de prana provenía de su cuerpo.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now