39. Hacer sangrar a una diosa (I)

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Cuando Luke M. Septimus había hablado de preparar un escenario más adecuado para mi enfrentamiento con Marina tenía una imagen en mente de lo que eso significaba muy diferente a la mía. A mí me habría bastado con despejar una pequeña parte del patio o solucionar nuestras diferencias en el aula de Artes Marciales, en cambio él había sacado su vena teatral a pasear:

Tras trazar unos enormes círculos concéntricos en el césped, había elevado cada uno a distintas alturas hasta formar una especie de anfiteatro natural, donde el ansioso público comenzaba a entrar atravesando un gran hueco de raíces y tierra en suspensión que se me antojaba la boca de algún monstruo deforme. Desde luego, alguien se tomaba su trabajo demasiado en serio.

Una vez en su interior, pude comprobar cómo las distintas elevaciones de cada uno de los círculos servían para dar forma a las gradas, ya a rebosar y dispuestas alrededor de una arena circular central. En su centro y en el de todas las miradas, Marina aguardaba nuestra llegada con expresión neutra mientras sujetaba una lanza tan alta como ella y con un diseño óseo muy similar al del cuchillo en mi mano derecha; obra de Luke, sin duda.

 En su centro y en el de todas las miradas, Marina aguardaba nuestra llegada con expresión neutra mientras sujetaba una lanza tan alta como ella y con un diseño óseo muy similar al del cuchillo en mi mano derecha; obra de Luke, sin duda

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—¿Seguro que quieres luchar con eso puesto? —Preguntó al verme acceder a la improvisada zona de combate con mi atuendo de calle— Luego no te quejes.

—¡Qué curioso! —Ironicé— Iba a preguntarte lo mismo.

¿Por qué? Pues porque ella había cambiado su vistoso vestido por una armadura. Y no, no hablo de una de esas "armaduras" (entre comillas) de fantasía cuya protección resulta inversamente proporcional a la cantidad de piel cubierta; habría sido genial enfrentarnos mientras vestía una de esas, pues ofrecería multitud de oportunidades a mi cuchillo. Lo que llevaba puesto era una coraza completa de gruesas escamas gris arapaima, compuesta por varias piezas gravadas con motivos ictiológicos y de aspecto tan ligero como impenetrable.

Su protección extra no violaba ningún punto de nuestro acuerdo, pero servía para ponerme las cosas mucho, mucho más difícil.

Se me pasó por la cabeza la opción de agenciarme una defensa similar, aunque no tardé en descartarla, pues no me la podía permitir: En la vida había vestido una armadura, comenzar en aquel momento equivaldría a lastrar todos y cada uno de mis músculos con un peso al que no estaban acostumbrados.

«Punto para ella» Le concedí.

La única lectura favorable (si se le puede llamar así) que le veía al blindaje de Marina era que tamaña precaución sólo podía significar una cosa: si lograba alcanzar su carne con la hoja de mi cuchillo sangraría. Además, no llevaba yelmo alguno, así que ya sabía a dónde apuntar. Y si un humano como Ulises había podido darle una metafórica patada en sus partes a Poseidón en su momento, ¿qué me impedía a mí repetir tal proeza?

Metiéndose en su papel de anfitrión, Luke se interpuso entre las dos con los brazos abiertos:

—En cuanto ponga un pie fuera del círculo central podréis comenzar —explicó alzando la voz—. A partir de entonces cualquier objeto, persona o magia que entre en la arena supondrá la derrota inmediata de quien se beneficie por ello ¿Entendido?

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora