06. El juicio del Capitán Ramius (II)

21.5K 2.5K 608
                                    

—Aunque primero tal vez sea conveniente hacer algunas presentaciones —aseguró con actitud protocolaria—. Las cosas han de seguir el orden adecuado para llevar a un resultado satisfactorio. Me llamo Sydonai Weissman y soy el director de esta institución, el Palacio Cristalino.

Por sus palabras y el rostro expectante de Drake supuse que debía darle mi nombre a modo de contestación. Me habría encantado mantener mi anonimato lo más posible (sobre todo si el bocazas de ojos rojos prefería todo lo contrario), pero cedí ante Weissman:

—Diana.

—Diana... —escuché murmurar a Drake (por su expresión temí que estuviera pensando tatuárselo en un brazo o algo así)— ¿Diana qué?

Directo a la chincheta en el bolsillo. Juraría no haber reflejado abiertamente mi molestia ante la idea de dar aquel montón insignificante de letras que era para mí mi apellido, pero aun así el anciano director pareció notarla:

—Por favor, ignore la impertinencia de mi joven alumno —alegó—. Entre nosotros los apellidos tienen un significado mayor al que le dan las gentes de la Tierra.

¿Significado? ¿Un apellido? Como si la tuviera para mí... Un apellido sólo era una cifra más en el código de barras que identificaba a cada individuo, una que buscaba encadenarte a tu pasado (o ausencia de él) y que nunca lo olvidases.

—El mío no significa nada. Sólo es el primero que se le pasó por la cabeza a la empleada del orfanato encargada de registrarme.

Silencio incómodo.

Drake actuó como lo hace la mayoría: Encogiéndose en el sitio y mirando hacia otro lado, temiendo que con sus palabras acabase de golpear el pedestal en que descansaba alguna valiosa obra de arte propensa a romperse. Una reacción tan habitual como estúpida, la mayoría de los huérfanos con un mínimo de orgullo que conocía se tomarían a modo de ofensa que los compadecieran por su condición.

En cambio, Schwarz demostró a la perfección la reacción correcta: Ninguna. No movió ni un músculo ante mi revelación, aunque quizá lo hacía porque la conversación se había desviado de donde ella quería y aguardaba el momento de que se volviera a encauzar.

Por otra parte, lo de Weissman sí fue toda una novedad:

—Así que es huérfana —habló sin pudor mientras jugueteaba con uno de sus anillos—. Eso sólo la hace más interesante.

¿Interesante? ¿Por ser huérfana y que no me haya adoptado nadie en dieciséis años?

 —No veo cómo —Bufé.

—¿Podría preguntarle entonces qué orfanato se hace cargo de usted?

—Por poder, ya lo ha hecho... —y tanta preguntita comenzaba a irritarme de veras— ¿Acaso es importante?

—Todo en la vida es importante si lo miras desde determinado punto de vista.

¿Y eso qué era? ¿Una frase sacada de alguna galletita de la fortuna? De haberme dado tantas vueltas en cualquier otro instante de mi vida la persona responsable se habría ganado una muy mala contestación. Y ya habría abandonado mis labios de no mitigarse de forma extraña la desazón que me inundaba en cuanto chocaba con la calmada mirada dorada de aquel hombre

Finalmente, me incliné por contestar sus preguntas para que él hiciera lo mismo con las mías y terminásemos con todo aquello (lo que fuese) cuanto antes:

—El Centro de Acogida de Menores Saint George de-.

No hizo falta ni terminar la frase. Anunciar que venía de Marte habría despertado menos reacción que pronunciar el nombre Saint George:

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now