15. La fuerza de un apellido (I)

19.3K 2K 680
                                    

La hija de Sydonai Weissman, futura heredera del Clan Blanco, había nacido en la Tierra.

Tan particular circunstancia tenía su origen en que la amante del director del Palacio Cristalino se hubiese puesto de parto mientras ejercía allí sus labores como preventora. Los preventores eran de los pocos seres mágicos con acceso al planeta azul pues, tal y como indicaba su nombre, se encargaban de que ningún habitante del Mar de Esferas interfiriese con la prueba impuesta a la humanidad tras el Tratado de Paz.

—Señorita Weiss.

Por desgracia, la madre de la criatura había fallecido durante el parto dejándola abandonada allí. Y aunque el bebé terminó siendo recuperado por una patrulla de Caballeros de San Jorge, su propio padre los instó a hacerle un hueco en alguno de los muchos orfanatos de la Orden.

La ley especificaba que, con la excepción de los preventores, ningún ser nacido en el Mar de Esferas podía poner un pie en la Tierra mientras el Tratado siguiese en vigor. No obstante, ella había venido al mundo allí. Además, ignorante de su origen y con su existencia confinada en un cuerpo humano, la cría resultaba indistinguible a cualquier otro miembro de esa especie.

—Señorita Weiss.

Con el objetivo de dotarla de un conocimiento más profundo sobre la humanidad con la que ansiaba convivir algún día, Sydonai Weissman sacrificó el tiempo junto a su hija esperando recuperarla en cuanto tuviese la edad adecuada para aceptarla en su academia o diese alguna muestra peligrosa de su ascendencia.

Ese momento había llegado un par de días atrás, cuando la niña, ya una adolescente, había sido atacada por una sombra y trasladada de inmediato al Palacio Cristalino.

¿Y qué hacía ahora la recién rescatada heredera del Clan Blanco? Pues tomarse un buen tazón de cereales con leche mientras le daba vueltas a todo lo anterior.

—Señorita Weiss.

—¿Podrías dejar de llamarme así? —Protesté airada ante la insistente cantinela de fondo que me impedía concentrarme en memorizar aquella estúpida tapadera.

Mi pequeña rebelión hizo saltar por los aires el contenido de la fina cuchara de aspecto acristalado que estaba a punto de meterme en la boca. Pese a ello, la mujer frente a mí no mudó la expresión neutra en su rostro. Impasible, se mantenía entre el enorme ventanal de mi cuarto y yo, viéndose su figura al completo atravesada por la luz del amanecer, haciendo destellar multitud de arcoíris de colores entre los pliegues de su vestido.

—Lo hago para que se acostumbre —afirmó Crystal con tono pausado—. La repetición es un método válido de adaptación.

Me habían explicado que Crystal era una existencia artificial creada por Weissman. Una especie de homúnculo sin sentimientos labrada en cristal, encargada de administrar el Palacio y realizar otras tareas que por la limitada capacidad de desplazamiento del director se le hacían complicadas. Al verla por primera vez la había comparado con el espejo mágico de la madrastra de Blancanieves, pero había resultado ser algo más parecido a un androide con inteligencia artificial. Y si hablar con otras personas no era mi fuerte, hablar con algo que simulaba ser una lo era aún menos.

Para darle la puntilla al asunto, esa mañana Crystal daba la impresión de estar programada para comprobar de forma insistente el que yo estuviera lista para afrontar mi primer día de clase en el Palacio Cristalino.

—Pero que lo repitas cien veces sólo hace que me duela la cabeza —suspiré.

—Weiss es su apellido ahora —me espetó sin despeinar ni uno sólo de sus cabellos de cristal—. Lo utilizarán a menudo para referirse a usted. Debe reaccionar a él con naturalidad.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Kde žijí příběhy. Začni objevovat