13. El mensaje de una vida (II)

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Cuando el vívido relato de Weissman llegó a su fin, gesticuló para darme a entender que también lo había hecho nuestro paseo. Nos encontrábamos junto al borde de la isla flotante en cuyo centro se erigía orgulloso el Palacio Cristalino, otro paisaje de vértigo con caída al infinito cielo azul incluida. Viendo la mirada del anciano perdida en la lejanía, opté por tomarme un descanso sentándome sobre el césped, disfrutando así de los destellos multicolor arrancados al colosal edificio por parte de un sol invisible.

—Me llevó algo más de tiempo levantar todo esto: dar forma a cada cristal, cada sortilegio, cada brizna de hierba, roca y nube... —comentó antes de enarbolar una media sonrisa entre sus labios— No quedó tan mal, teniendo en cuenta que los únicos materiales empleados fueron un pedazo de acero, dos trozos de coral y una gota de agua.

—Si sólo usó eso debería dedicarse a la construcción —reí—. Arrasaría en el mercado neoyorquino.

Mi cerebro no dio para un comentario más inteligente que aquel. Todo era demasiado absurdo y real a partes iguales. En el fondo de mi cabeza, una pequeña parte de mí me susurraba que debía de haberme quedado dormida durante alguna de mis escapadas nocturnas a Central Park, estaba soñando y en cualquier momento me despertaría.

Por supuesto, no había sido así. Mi subconsciente carecía de la imaginación suficiente para inventarse todo aquello.

—¿Y bien? —se inclinó el anciano hacia mí tras unos instantes— Ahora que conoce la respuesta a su pregunta, déjeme plantearle a mí una: ¿Qué le parece el resultado? ¿Sigue pensando que estoy maldito?

Con el rostro expectante tras haber recorrido multitud de emociones durante su narración, trazó un amplio arco con el brazo que se alejaba de la silla de ruedas donde estaba postrado hasta abarcar el resplandeciente edificio de cristal y todo cuanto lo rodeaba. Su expresión me recordó a la de un niño travieso fardando inocente de su última trastada.

¿Por eso me contaba tantas cosas antes de borrarme la memoria? ¿Porque quería conocer mi opinión de humana sobre la institución levantada entorno a las enseñanzas de mi congénere?

Me parecía una locura escogerme a mí para eso entre todas las personas del mundo... Aunque claro, tal vez no había dispuesto de muchas oportunidades similares desde la firma del Tratado (si no contaba a los miembros de la orden de Georgson como humanos). De todos modos, contesté:

—Es increíble —Porque lo era, en muchos sentidos. Y al no ser escritora, poetisa, ni una de esas periodistas que se tomaban tantas licencias a la hora de ejercer su profesión, carecía de palabras suficientes para describirlo mejor. —Lo que no me cuadra es todo el rollo ese del colegio elitista.

No era por cortar el rollo del paraíso supraterrenal ganado a base de sacrificio que vendía el anciano director, pero me había ofrecido carta blanca a mis preguntas y pretendía aprovecharla.

—¿A qué se refiere? —preguntó él, sin dar muestras de rechazo ante mi escepticismo.

—Drake me comentó antes que aquí sólo estudia la élite, los futuros gobernantes, bla, bla, bla... ¿Si lo que quería era transmitir su mensaje no habría sido más adecuado aceptar a todos cuantos estuviesen dispuestos a escucharlo?

—Una apreciación inteligente —admitió Weissman— Esa era la idea inicial. Lamentablemente, aunque el Tratado de Paz fue una medida salvadora en tiempos nefastos, la escisión creada al dividirse las distintas especies en mundos independientes lo complicó todo.

Mientras hablaba, ilustraba sus frases con figuras holográficas  flotando sobre el abismo. Como si intentase reforzar con imágenes las miles de palabras empleadas en su explicación, materializó en el aire una familiar representación del Mar de Esferas. La formaban tal cantidad de ecosistemas, completamente diferentes unos de otros, que se me antojaba inabarcable en su totalidad, no obstante, una de aquellas pelotitas brillantes intentaba conectar cada uno de esos puntos dispersos en el espacio interdimensional... sin éxito.

—¿Falta de medios? —ironicé con la escusa más vieja del sistema educativo humano.

—De tiempo —puntualizó él—. Me habría gustado poder instruir directamente a la totalidad del Mar de Esferas pero, mientras aún estaba desarrollando la forma de hacerlo, aparecieron las sombras

La representación traslúcida del nuevo habitante informe de mis pesadillas me revolvió las tripas.

—Sus ataques aleatorios e impredecibles crisparon el ya de por sí volátil ambiente. Como pocos habían visto una y la comunicación entre especies era reducida, ignoraban su existencia o acusaban a otros de sus actos. Con nuevas tensiones creciendo por doquier no podía dedicarle el tiempo necesario a ampliar mi academia y vigilar la nueva amenaza de forma simultánea, así que opté por emplear el método de quien me proporcionó la idea en su día.

—Buscar el pez más grande del estanque.

Weissman parecía cada vez más contento al comprobar la velocidad con que seguía sus explicaciones. Me estaba costando hacerlo pero, gracias a la cosmogonía del día anterior y al relato sobre sus desventuras durante la Gran Guerra, comenzaba a armarme un pequeño hilo conductor.

—Exacto. La gran mayoría de especies tienen un linaje o varios encargados de su gobierno. En las cabezas de esas familias regentes vi la forma más rápida de llegar a todas sus esferas.

— ¿Educando al rey para que pasara el mensaje a sus súbditos? —traduje.

—En realidad educo a los futuros reyes —corrigió—. Los adultos solemos arrastrar una pesada maleta cargada de las experiencias e ideas labradas a lo largo de nuestra vida. Como reemplazar esa carga llevaría demasiado tiempo, opté por depositar mis esperanzas en una nueva generación más ligera de equipaje.

—¿Y está usted seguro de que eso funciona? —dudé una vez más— Porque desde que he llegado aquí me da la impresión de que todos se llevan a matar.

Drake y Schwarz, muy bien no parecían caerse.

También recordaba con claridad el tono con que Drake había recriminado sus actos a la chica encapuchada de la Sala de los Mundos.

En cuanto a la actitud de los dragones frente a Georgson... bueno, eso iba más allá de llevarse mal.

También estaban algunos de los alumnos que se habían inclinado ante Drake... ¿Contaba eso como llevarse bien?

Y tampoco diría que él y Marina fuesen amiguitos del alma precisamente.

—¡Un momento! —Al recapitularlos había notado el factor común a esos ejemplos—Quizá sólo sea Drake, que es idiota.

Weissman sonrió benévolo ante mi apunte:

—Al haber sido criados con cuchara de plata, no es de extrañar que haya fricciones entre los miembros del alumnado. Por eso están aquí, para aprender a convivir en armonía.

—¿Fricciones? Diría que me he librado de presenciar algún asesinato por muy poquito.

—Si lo dice en referencia a la actitud sobreprotectora del señor Redfang, ha de entender que no es sencillo para un dragón contener sus emociones, mucho menos ante su pareja.

Remover ese puñal era algo inesperado y que no me hacía gracia alguna. Adiós a la charla tranquila, bajo ningún concepto iba a permitir que los desvaríos de Drake se dieran por sentados:

— ¡Pare el carro! —Mala elección de palabras, lo sé, pero juro que no fui consciente de ello al pronunciarlas— No se ofenda, pero llevo diciendo desde el principio que yo no soy nada suyo.

Me levanté con fuerza para dar más énfasis a mi negativa, arrancando así un desgarrador recordatorio de las heridas en mi costado. No pretendía desdeñar la amabilidad recibida por parte del anciano, sin embargo quería dejar dicho asunto muy claro.

—Soy consciente de ello —aseguró—. Lamentablemente, es justo esa circunstancia la que nos pone a todos en grave peligro, dificulta mi decisión y la mantiene a usted aquí.

—¿Cuál circunstancia? ¿Que Drake es un acosador enamoradizo? 

—Todo lo contrario, que no lo es.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora