29. Bailando con cuchillos (II)

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Me volví de mala gana hacia la profesora; no obstante, cuando alcancé a verla ya caminaba hacia un semicírculo de alumnos que observaban las prácticas con el arco de alguien.

«¡Si no me va a enseñar podría guardarse sus críticas!»

Con la bilis de mi mal humor a punto de salirme por la boca extraje el fino acero causante de mi vigésimo octava derrota del día. Sentí el impulso de lanzárselo a Nayra por la espalda, pero en su lugar se lo tendí a Nikuya, quien me estudiaba con expresión neutra.

—Siento decírtelo, pero lleva razón: a tu proceder le falta respeto —comentó tras guardar el cuchillo y llevarse la mano al hombro de su chaqueta con cuello de mutón, donde lucía el apellido Akamatsu—. Si respetas a tu enemigo no importan las diferencias numéricas o de fuerza, tienes media pelea ganada.

Cuando hacía eso sabía que estaba pensando en el anterior dueño de aquella prenda, "El último portador de Nikuya Muramasa" como ella misma lo había descrito en alguna ocasión. Un piloto de cazas al que había acompañado durante varias guerras y cuyas batallitas contaba de vez en cuando. Sólo tras su muerte había dejado de ser una renegada oculta en la Tierra para aceptar su papel como guardiana en el Mar de Esferas.

—¿Y dónde está mi falta de respeto? —Pregunté, harta de no comprenderlo— ¿No me esfuerzo bastante?, ¿no me lo tomo suficientemente en serio?, ¿o ha sido por meter a Yukihime en nuestra pelea?

—No. Eso último habría sido inteligente si no lo estuviera esperando.

Enarqué una ceja.

—Pues no entiendo a qué os referís con el tema.

La espada viviente se pasó la mano por su media melena morena antes de encontrar una solución:

—Te lo enseñaré —dictaminó

Nos dirigimos entonces a otro punto de la sala repleta de alumnos, atrayendo con ello despertamos unas cuantas miradas poco amistosas, nuestra dudosa reputación nos precedía. 

Mientras andábamos, la grieta de su aikuchi creció hasta su máximo exponente, terminando esta por desmoronarse en un montón de esquirlas. La causa de tan repentino y veloz desgaste no eran los impactos ni el uso habitual, sino la propia Nikuya. Según había entendido al verlo suceder una y otra vez, cuando aquellos que dominaban el poder de la existencia blandían un arma les era inevitable transferirle algo de esa energía y eso terminaba por hacer mella incluso en los filos más fuertes.

Debía haberlo tenido en cuenta a la hora de hacer mis cálculos. De haberlo hecho, quizá con algo más de paciencia en nuestro enfrentamiento, tan sólo unos segundos, Nikuya habría perdido su principal baza y se habría visto obligada a mostrar el as escondido bajo su manga.

La chica hizo una corta pausa, dedicó a su herramienta un epitafio susurrado antes de guardar los restos en su bolsillo y continuó. Al fin y al cabo, para ella no eran sólo peligrosos trozos de metal, sino algún tipo de familia lejana.

No tardamos en acercarnos a otro corrillo cercano al armero, en cuyo centro practicaban dos alumnos. Cuando nos abrimos paso y pude observar quiénes iban a ser mi ejemplo de respeto no me hizo gracia alguna: Drake Redfang y Schwarz Long se veían las caras mientras los demás observaban desde una distancia segura.

¿Qué decir de la fría y hostil dragona punk, aparte de parecer en su salsa con las garras enfundadas en sendos guanteletes metálicos que empleaba para castigar el cuerpo de su adversario sin prisa pero sin pausa? 

Quien no parecía disfrutar tanto era su oponente, mientras luchaba a brazo partido por evitar ser golpeado e intentaba de forma infructuosa que sus puñetazos la alcanzaran. 

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now