36. Cara a cara (II)

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No sería fácil pues, antes de asimilar mi pequeña victoria o de que Tessa tuviese tiempo para preguntarse qué demonios acababa de pasar, Marina pasó entre las víctimas de su ráfaga de éter puro como otro tipo de ola, una a la que no se tiene vigilada, dando grandes zancadas más largas y aceleradas hasta llegar a donde estábamos.

Fulminándome con sus ojos azules y sin mediar palabra, pegó un manotazo sobre la mesa que hizo saltar a la dragona en el sitio. Por si la exhibición anterior no hubiera llamado suficiente la atención, tanta agresividad en un momento de distensión y relax nos convirtió de inmediato en el centro de casi todas las miradas.

Tenerla frente a frente me trajo cierta sensación de dejà vu:

Yo iba vestida del mismo modo que durante nuestro primer encontronazo. Complementos mágicos aparte, los azares cósmicos habían querido que esa mañana me apeteciese ponerme mi terrenal conjunto de cazadora, vaqueros y camiseta desgastada.

Marina, por su parte, lucía otro de esos impresionantes trajes a medio camino entre el neopreno y el vestido elegante propio de una recepción. Sí, podía quedarle de muerte al resaltar su figura de modelo y arrancarle la luz del mediodía destellos a las escamas que lo componían, pero al verla con él yo no podía dejar de imaginarme su cabeza, brazos y piernas saliendo del interior de un pez gigante.

Me sorprendió algo: a tan corta distancia parecía más alta de lo que recordaba. Quizá se debía a no haber estado nunca lo suficientemente cerca de ella para comprobar su altura real o tal vez ser consciente de su naturaleza divina le daba un aire de superioridad subjetivo, en todo caso procuré evitar amilanarme por ello y mantuve nuestras miradas enfrentadas desde mi asiento. Si Weissman no necesitaba levantarse de su silla para imponer respeto no había razón para que yo lo hiciese.

Estaba cerca... Lo suficiente para desenvainar y darle un golpe decisivo si lograba reunir las condiciones necesarias.

—¿No se te hace aburrido usar siempre el mismo truco, Reina de las Sardinas? —Me apuré a disparar la andanada inicial.

Podía intuir cómo Marina buscaba el medio utilizado para detener su agresión anterior, no sería tan sencillo convencerla de mi capacidad mágica. Apenas quedaba rastro de la pulsera rúnica, sin embargo, debía controlar la situación antes de que se oliese algo.

—¿Qué estás tramando, rata insolente? —Tronó su voz airada, al más puro estilo Reina de Corazones— Aléjate de ella.

Casi podía ver cómo se evaporaba hasta la última gota de su autocontrol; no sólo estaba pisando su territorio sin tenerla en cuenta, sino que también la despreciaba en público empleando mi nada respetuoso apodo. Luke tenía razón, de haber atacado de frente la semidiosa se habría reaccionado con cautela, en cambio, ahora mismo sus acciones rebosaban irritación y, para colmo, había dejado atrás a Halia, la única capaz de enfriarle los ánimos. Punto para mí.

— ¿Tramar? —Me encogí de hombros haciéndome la inocente— Yo no hago esas cosas, sólo le decía a la pequeña Lady Arcoíris que debería dejar de juguetear con una don nadie como tú y venirse a las Ligas Mayores conmigo ¿No es cierto, Tessa?

¡Eso era! Si conseguía convencerla de que mi interés giraba en exclusiva alrededor de la dragona y no de ella, ni de ninguna de sus bien fundadas sospechas, pasaría por alto el verdadero objetivo de mis actos y podría abrir el hueco que tanto necesitaba en su casi impenetrable guardia.

Por desgracia, esa nube de humo dependía de la participación de Tessa, quien se debatía consigo misma alternando la mirada entre mi adversaria y yo como si estuviera siguiendo el partido de tenis más lento del mundo. Si Marina se me había antojado más alta de lo habitual, ella iba perdiendo centímetros por segundos.

—Yo...

Por eso no me caía bien. La personalidad de la dragona era un barco sin motor, falto de la voluntad necesaria para evitar verse a merced de las mareas y el viento.

«Vamos, pequeña lagartija» Maldije al ver mi carta de última hora hacer tambalearse todo el castillo «Sólo te pido un pequeño pequeño paso fuera de ese cascarón tuyo»

—¿Por qué habría de interesarle nada de lo que le ofrezcas?, ¿o a ti lo que haga yo con ella? —Resopló Marina, suspicaz ante su expresión perdida— Métete en tus asuntos, Weiss. No me obligues a dar ejemplo contigo.

La cosa iba de mal en peor. Dijese lo que dijese resultaba obvio que estaba deseando dar ese ejemplo conmigo; por otro lado, Tessa no podía moverse a mi favor si eso implicaba llevarle la contraria a su captora, de hecho parecía a punto de echarse a llorar de nuevo.

«¿Por qué habría de interesarme?» Había dicho «Piensa... ¡Piensa!»

Una pregunta simple y precisa que requería una respuesta convincente para evitar echar por tierra mi teatro... ¡Y no se me ocurría!

¿Por qué debería interesarme el bienestar de una completa desconocida con quien tan sólo había intercambiado un par de palabras? Yo no era ninguna alma de la caridad y eso resultaba de dominio público. Si de mí dependiese, todos aquellos a quienes no conocía podían irse al Infierno sin por ello perder el sueño, e incluso añadiría algunos conocidos a la lista.

Necesitaba algo mucho más impactante que lógico para terminar de desestabilizar a Marina sin despertar su cerebro. Además, ese mismo motivo debía vincularme de forma irremediable a Tessa... y sólo había visto a una persona hacer algo remotamente parecido a eso.

Resultaba molesto tan sólo recordarlo.

—¿Por qué? —Fingí indignación al ocurrírseme la idea— Tessa, acércate un momento para aclarar las cosas, por favor.

Por un instante pensé en utilizar un tono más imperativo, pero eso sólo habría complicado las cosas visto el estado de la dragona. En su lugar deposité mi escasa fe en que algo de ternura la ayudase a buscar refugio entre tanto fuego cruzado.

Y por una puñetera vez en la vida mi fe se vio recompensada cuando Tessa reunió al fin la resolución suficiente para inclinarse en mi dirección con expresión asustada, dejando caer sobre la mesa una cascada de rizos azulados.

Desde luego, a esa chica le hacía falta una inyección industrial de autoestima, aunque por ahora me servía con ese pequeño paso. Eso sí, si pretendía salir con Drake más le valía dar otros cuantos o me compadecería de los súbditos de la Corona Roja gobernados por un rey impulsivo hasta decir basta y alguien incapaz de llevarle la contraria a nadie.

«Alguien debería enseñarle un par de cosas»

Dispuesta a darle la primera de esas lecciones, la atraje hacia mí y, ante su sorpresa, susurré un único aviso casi inaudible:

—Buen trabajo —le reconocí el esfuerzo—. Ahora cierra los ojos y piensa en Drake.

Entonces la besé.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora