09. Pudor (I)

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Poder dormir hasta la hora que quisieras era un privilegio exclusivo de las mañanas de los sábados en el Orfanato Saint George. Entre semana había que madrugar para ir al instituto o a lo que te tocase, mientras que los domingos debíamos levantarnos a primera hora para acudir a la iglesia adosada al viejo edificio.

Así pues, despertarme sin el grave retumbar de las campanas armando escándalo mientras sentía el cálido sol sobre mi piel desnuda era señal más que suficiente para mí de que me aguardaba una gloriosa mañana de sábado y de que todavía podía remolonear un rato más.

Mi aletargado cuerpo secundaba esa moción, agotado tras cinco días hasta arriba de exámenes, aunque resultaba algo extraño que eso me hubiera agotado, pues tampoco recordaba haber invertido demasiada energía en mis pruebas académicas. No era de esas personas mal de la cabeza que incluso se abstenían de dormir durante los períodos de evaluación.

La mosca alrededor de mi oreja surgió, irónicamente, del silencio y la tranquilidad a mi alrededor:

Que lo mío fuera mantenerme aferrada a las sábanas el mayor tiempo posible una vez el sueño me alcanzaba no significaba que Alva, mi compañera de habitación, compartiese esa actitud. Mucho menos las trabajadoras del orfanato, o el resto de la ciudad más ruidosa del mundo.

Medio adormecida, pero aún así intrigada, levanté el brazo para descargar un puñetazo sobre la parte inferior del colchón de Alva, situado encima del mío. Para mi sorpresa no golpeé ni colcha, ni tablas, ni metal... sólo aire.

Abrí los ojos de par en par.

Allí estaba pasando algo raro.

Sobre mí no había cama alguna, sino un techo de algo similar al mármol, material lo suficientemente caro como para tener una metafórica orden de alejamiento de cualquier lugar en el que yo soliese dormir.

Abofeteada por aquella anomalía, giré mi cabeza cada vez más despejada en busca de la escalera de mano situada al lado de mi almohada. Me había golpeado contra ella las suficientes veces como para desear que estuviera colocada en cualquier otra parte de la litera pero, justo ahora que esperaba encontrarla, tampoco había ni rastro de ella. Sólo una pared blanca desconocida situada a varios pasos.

¿No había dormido en mi litera? 

La sangre bulló con fuerza por mis venas en un desesperado intento de ofrecerle combustible al cerebro que debía darle sentido a todo aquello. Teniendo el rostro hundido en una almohada demasiado mullida para ser la mía, sólo logré notar en mi oreja los latidos desbocados de un corazón sobresaltado. El mío.

Finalmente, la renqueante maquinaria que era mi mente recién despertada me ofreció una rápida sucesión de escenas tan fugaces e inquietantes como un mensaje subliminal: recuerdos de callejones puestos en bucle, sombras vivientes con complejo de Freddy Krueger, así como personajes y edificios demasiado increíbles como para haberlos inventado mi limitada imaginación.

—Así que todo eso no fue una pesadilla —mascullé en una especie de gruñido ahogado por la almohada.

Ya recordaba cómo había llegado hasta allí: El día anterior, justo cuando había tomado la iniciativa dándoles luz verde a Georgson y Weissman para borrarme la memoria, este último había intervenido.

Según él, todos estábamos alterados y el asunto resultaba demasiado complejo como para resolverlo aquella noche, así que nos había invitado a retirarnos hasta la mañana siguiente.

A mí no me había hecho gracia alguna, mucho menos al caballero de la Orden de San Jorge, quien había protestando blandiendo multitud de argumentos concernientes al peligro que suponía mi presencia allí, tanto para ellos como para mí misma. No obstante, el anciano había insistido y Drake no había dudado ni un momento en ejecutar su sentencia llevándome hasta una habitación de invitados antes de que alguien cambiase de idea.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now