11. La rata y la reina de las sardinas (II)

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Lo primero que rompió la superficie fue su cabello, una larga cascada que se derramaba sobre el agua y de ese tono dorado oscuro que adquiría el pelo rubio al estar mojado. Después emergió un rostro de piel olivácea y rasgos trazados con maestría, entre los cuales unos ojos azulados resplandecientes como un rayo de luz lunar atravesando las profundidades oceánicas. Bajo ellos, unos labios finos se curvaban en una orgullosa sonrisa autocomplaciente que me hizo hervir la sangre nada más verla.

Avanzó sin pausa en nuestra dirección dando la impresión de estar subiendo unas escaleras ocultas a simple vista que conectaban la superficie y el fondo del lago. Cuanto más se acercaba, más exponía al fresco aire del lugar su cuerpo de formas voluptuosas, cubierto por algún tipo de traje de una pieza ceñido hecho de escamas esmeraldas.

Fue esa especie de segunda piel tan parecida a la de los peces la que me hizo presuponer que el siguiente nombre de criatura fantástica en salir de los labios de Drake sería el de ciertas mujeres pisciformes famosas por su canto. No obstante, el par de piernas humanas que empleó para dar un par de pasos sobre la superficie antes de quedarse parada sobre ella me hizo dudar.

Drake, mudando rápidamente su temor por molestia, obvió la puesta en escena digna de algún ilusionista o pasaje de la Biblia que habían realizado ante él:

—¿Qué quieres, Marina? ¿No tienes secuaces subacuáticos a los que mangonear?

Sus sorprendentemente duras palabras resbalaron inofensivas sobre las escamas de la interpelada, quien contestó con la cabeza bien alta:

—Me resultaba tan ofensivo escuchar la palabra "élite" en boca de un simple lagarto de sangre caliente que he decidido llevar a cabo mi primera buena obra del día poniendo a remojo ese inflado ego tuyo.

—¿Cómo has dicho? —Gruñó él mientras generaba un pequeño incendio entre sus dedos.

—Una pena que te hayas apartado, aunque eso tiene fácil solución.

Pasando por alto el recién descubierto detalle de que el dragón tuviese parte de culpa en el hecho de estar empapada de arriba a abajo, me temí lo peor. Estaba viendo repetirse ante mis ojos la escena entre Drake y Georgson del día anterior, pero ahora Weissman no estaba allí para detenerla.

La chica dio una puntada sobre la superficie del agua, como si intentase acomodarse un zapato que no llevaba. Nada exagerado, sólo un ligero puntapié. Al estar cerca del borde fue suficiente para lanzar algunas gotas hacia mi acompañante.

La reacción de éste fue, a mi entender, absolutamente desproporcionada. Saltó hacia atrás en un acto sólo al alcance de un saltamontes dopado y, una vez lejos, lanzó una poco acertada bola de fuego que voló inofensiva sobre nuestras cabezas.

Aunque ambas acciones me parecieron igualmente ineficaces, el rostro de Marina reflejaba ahora una expresión de victoria absoluta. Drake, en cambio, vestía el suyo de rojo vergüenza mientras oteaba con ojos temblorosos el punto donde el camino enladrillado se había humedecido.

—¿Acaso me tienes miedo, lagartija? —rió ella burlona—  ¿A dónde ha ido tu orgullo de élite?

Daba la impresión de que aquel fuese el golpe de gracia en una trifulca entre ambos que se me escapaba y cuyo resultado había sido la humillación absoluta del dragón:

—¿Mi-Miedo? ¡Claro que no! —Me negó Drake con una voz más aguda y apurada de lo habitual— ¿Cómo voy a tenerle miedo al agua? ¡Es sólo que no me gusta! ¿A quién puede gustarle esa cosa? Está siempre fría, no sabe a nada y deja perdido todo lo que toca.

Sus apresuradas escusas destaparon más pastel del que intentaban ocultar, Marina no había especificado tanto.

Así que el Señor Cásate-conmigo, quien caía del cielo como actividad matutina, que manipulaba el fuego como otros escupían chicle, capaz de pelear contra monstruos deformes un día y montar wyverns gigantes al otro... le tenía un pánico total y absoluto a la mezcla de dos átomos de hidrógeno y uno de oxigeno. 

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora