19. Siempre es posible hacerlo peor (I)

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Sobra decir que me pasé el poco tiempo restante de la clase de Artes Marciales dándole vueltas al armero, sin saber muy bien qué hacer o por dónde empezar. Comenzaba a sentirme como una idiota frustrada cuando la campanada que marcaba el cambio de hora reverberó en el lugar.

¡Que le dieran a Nayra y a sus maneras de sargento! Yo me largaba de allí. Si no me iba a dar clase no tenía tan siquiera por qué avisarla de cuándo entraba o salía de su aula.

Escogí mi siguiente clase más a voleo que por un razonamiento argumentado, esperando tener mejor suerte. Y si iba a ser así no lo pareció cuando, al rato de entrar al aula de Ontología, la asignatura destinada al aprendizaje y desarrollo de la magia, me encontré sentada en la típica postura de loto que todo el mundo relaciona con la palabra "yoga" (esa de las piernas cruzadas, manos juntas sobre ellas y espalda recta).

Meditar no iba conmigo, no pegaba con la mecha corta de mi temperamento. Con sinceridad, siempre me había parecido más un placebo que una solución a nada, pero yo no ponía el sumario de la clase, sino la profesora al cargo.

Según ella, siguiendo sus instrucciones aprendería a utilizar la magia (tema que unos días atrás habría tildado de fantasía, pero que ahora no podía dar dos pasos sin toparme con algo ligado a él). Y si alguien que los domina te dice que te ayudará a obtener unos poderes dignos de los sueños más disparatados... bueno, al menos le das una oportunidad.

Pero mi confianza se vino abajo tan pronto como me encontré perdida en la más absoluta de las oscuridades, sin control alguno de mis sentidos, pensamientos o hasta de dónde estaba.

Cuando quise darme cuenta ya no había nada a mi alrededor. Nada ¿He dicho ya que no había nada? Ni arriba ni debajo de mí. Tampoco a izquierda, derecha, o en cualquier otra dirección. Sólo una oscuridad sin fin, un espacio sin estrellas donde flotaba perdida.

Era una sensación agobiante.

—No te desconcentres, Diana. Sigue el latido.

Lo que me pedía la voz de la profesora (ajena a mí, pero que sonaba en algún lugar de mi cabeza), era un despropósito.

—Nota el fluir de la sangre. Cómo sale de tu corazón, recorre tus arterias y agita cada célula por la que pasa.

El estar aislada en aquel vacío absoluto me evitaba interferencias externas, pero aun así era mas fácil decirlo que hacerlo. Podía percibir el latir de mi corazón, grave y profundo, cada vez más acelerado. Incluso, si me apuraba, también notaba la sangre llegar a mis dedos entrelazados, pero mis nervios no controlaban cada célula de sistema circulatorio y, si lo hacían, no me daban toda esa información.

—No lo pienses, siéntelo. Deja la mente en blanco.

Otra instrucción irrealizable. Pese a la amabilidad con la que me guiaba durante la clase me costaba seguir el ritmo de sus peticiones:

¿Que dejara la mente en blanco? ¿Cómo se dejaba la mente en blanco? Es decir ¿Era tal cosa siquiera posible? Incluso si intentaba detener el tren de mis pensamientos su motor seguía en marcha. En ese mismo instante trataba de inducirse a sí mismo a no pensar, pero al hacerlo... bueno, pensaba.

Era un círculo vicioso. Uno en el que di vueltas y más vueltas sin salida a la vista.

Desde luego Ontología no era una asignatura física como las dos anteriores, en ella el esfuerzo a realizar se limitaba a uno del tipo mental, lo que podía resultar incluso peor. 

La frustración de no lograr seguir las instrucciones aún cuando lo intentaba se fue mezclando poco a poco con mis sentidos abotargados en aquel espacio donde no podía medir el paso del tiempo hasta producir un cóctel claustrofóbico y asfixiante.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now