10. El tour del lagarto gigante (I)

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—Tendrías que verte la cara ahora mismo —se burló Drake.

Tenía asuntos en mente más importantes que mi apariencia. El primero de ellos, asimilar la existencia del ser ante mis ojos:

Su cuerpo era del tamaño de un autobús, y no de un interurbano normal, no, sino de uno de esos articulados que rondan los veinte metros. Veinte metros de puro músculo, recubiertos de escamas naranjas en su parte posterior y blanquecinas en la inferior, desde la mandíbula hasta el nacimiento de la cola.

La cola... La cola no entraba en la medida anterior. Un ancho látigo que bailaba a espaldas de la bestia y aparecía a intervalos suficientes como para advertirme de que si me golpeaba con ella alguien tendría "Puré de Diana" en su cena.

Luego estaban el par de alas que aleteaba rítmicamente para mantenerla casi suspendida en el aire, de una envergadura mayor todavía al resto de su cuerpo. A diferencia de este, no estaban acorazadas, sino recubiertas de una capa de piel cartilaginosa que se tensaba y aflojaba con cada nueva sacudida. 

Y pese a lo impresionante de todo lo anterior, su importancia era nula para mí ante la parte que tenía más cerca: Una cabeza reptiliana, rematada por un par de retorcidos e imponentes cuernos, que a duras penas cabía por el ventanal destrozado y de cuya boca entresalían multitud de colmillos con aspecto de poder triturar un coche de ser necesario.

Drake, por supuesto, no reparó en mis dudas. Se acercó a aquella criatura y le acarició el morro con la palma de la mano, haciendo que aquel disparate de la naturaleza entrecerrase sus ojos rasgados, anteriormente fijos en mí:

—Diana, te presento a Blaze.

Que tratara a aquel bicho de nosecuántas toneladas como un caballo de doma tampoco ayudaba a aliviar mi reticencia, pero a pesar de ello dejé escapar mi observación:

— ¡Vaya! Al fin veo un dragón que sí parece un dragón.

El fuerte resoplido propinado por la bestia casi hizo que me cayera de espaldas. De alguna forma, conseguí recuperar el equilibrio y mantenerme en pie mientras Drake soltaba una risotada:

—Tranquila, Blaze —habló entre risas—. Seguro que Diana no es consciente de lo que dice.

— ¿Consciente de qué?

—Ella no es una dragona —acto seguido se golpeó el pecho con el pulgar—. Yo, soy un dragón.

Me había dicho que no me ofendiera, pero no era algo fácil cuando parecía estarse burlando de mí constantemente. No podía ponerme delante a un león y decirme que era una oveja.

Quizá intuyendo mi disconformidad o mi absoluto desconcierto Drake aclaró:

—Blaze es una wyvern.

No era como si nunca hubiera escuchado el término, era un habitual en los videojuegos de fantasía que solían rondar mi habitación (aunque no fuesen de mi propiedad), pero hasta donde tenía entendido, wyvern no dejaba de ser un tipo de dragón que en vez de brazos delanteros tenía alas.

— ¿No son lo mismo? —Pregunté, intentando hacerme oír entre el vendaval que entraba en la habitación, producto del aleteo de Blaze.

Por un instante hasta me pareció intuir la horrible sombra de algún tipo de indignación nobilesca en los ojos del joven, pero la camufló con una nueva carcajada.

— ¡Ni de lejos! Los dragones somos seres ancestrales, anteriores incluso a la creación de la Tierra. Los wyvern, pese a tener una apariencia externa que recuerda a la nuestra, son una especie mucho más reciente, apenas tienen unos milenios.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now