17. El despistado caballero alemán (I)

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Comencé a arrepentirme de haber escogido la clase del autoproclamado Rey de los Monos como despertador en cuanto, con tan sólo una palmada, me cambió la ropa por otra más... digamos, de su estilo:

Cuando quise darme cuenta llevaba puesto un conjunto completamente diferente al que me había puesto no hacía tanto, entre el cual destacaba un llamativo qipao rojo sin mangas de textura satenada. No había llevado ropa oriental en mi vida, ni tenía intención de interrumpir esa racha (sobre todo al darme cuenta de las miradas que me lanzaba Drake), aun así Sun ignoró todas y cada una de mis protestas. Con su expresión despreocupada me instó a empezar con el ejercicio que me había asignado mientras se iba a atender a otra alumna.

Si eso me hizo poca gracia, menos la tuvo el berenjenal donde me había metido. Lo que me pedía resultaba ser tan sencillo en unos aspectos como complicado en otros:

Sencillo, pues no había ni trampa ni cartón en ello. Sólo tenía que dar la vuelta al Palacio Cristalino, e incluso había un camino perfectamente pavimentado al pie de su muro exterior por donde hacerlo.

Complicado porque, aunque no había caído en ello, el edificio tenía un radio descorazonador ¡Me estaba pidiendo correr media maratón en una hora!  No estaba muy puesta en el tema, pero por ahí debía de rondar el récord mundial; eso sí, llevado a cabo por un deportista de élite que acababa destrozado en el proceso.

«Tiene que haber algún truco» Fue mi pensamiento inicial «Él sabe que soy humana»

Suponiendo que lo descubriría conforme fuese quemando metros, comencé a correr.

Al principio todo fue a las mil maravillas. Pese a la impresión que daba el ajustado tejido satenado del qipao, tanto él como los holgados pantalones a juego que me había dado Sun resultaban la mar de cómodos y transpiraban bastante bien. Junto al buen día reinante y el aire puro me instaron a imprimirle ritmo a la carrera.

Sin embargo, con el paso de los minutos el ejercicio continuo comenzó a cobrarse su factura: Sin haber logrado recorrer gran parte del total ya tenía la sensación de que me faltaba el aire y mis piernas parecían multiplicar su peso con cada paso. 

El interminable recorrido, el cansancio, la acusadora pared del Palacio constantemente a mi izquierda y cierto individuo de ojos rojos trotando a mi derecha como si pudiera hacerlo hasta el fin de los tiempos, eran más de lo que podía manejar. Al fin y al cabo, tanto mi condición física como mis notas en gimnasia nunca se habían alejado de la media. 

Y la campana que marcaba el final de la hora fue el golpe de gracia.

Destrozada, me recosté contra el edificio intentando recuperar el aliento mientras las piernas me temblaban amenazando con tirarme a un suelo que estaba empapando de sudor. Si lo hacían no sería capaz de levantarme de nuevo.

—¿Un descansito? —Preguntó Drake deteniéndose frente a mí.

Pese a haberse quitado la chaqueta durante el ejercicio, él ni tan siquiera había comenzado a sudar. Insultante.

—Paso —admití la derrota—. Probaré suerte en otra clase cuando me vea con fuerzas para llegar hasta alguna puerta de este estúpido palacio.

Tonta de mí, el cansancio me había hecho bajar la guardia y el dragón no dejó pasar la oportunidad:

— ¿Tan cansada estás? —Preguntó acercando su rostro a unos centímetros del mío— ¿Quieres que te lleve?

Se me subió la sangre a la cabeza al tener tan cerca aquellas dos lámparas de lava incapaces de ocultar sus intenciones. Intenté sacar fuerzas de flaqueza para rechazarlo una vez más y evitar que las llevase a cabo, pero antes de poder mover un músculo fue él quien me empujó contra el muro.

Todo se desdibujó. Me sentí ingrávida a mitad de un sobresaltado latido; no obstante, para cuando éste terminó de repartir la sangre por mi sistema circulatorio, me encontré a mí misma sentada en el suelo y de cara al muro blanquecino ¿Qué había ocurrido?

Teniendo la impresión de que faltaban fotogramas en la película de mi vida, vi surgir a Drake del cristal que formaba el palacio como si el edificio estuviera hecho de gelatina.

En serio: ¿Qué acababa de pasar?

Mejor dicho: ¿Qué acababa de hacer?

Todo ello dejando al margen las incómodas preguntas de: ¿Qué había pensado yo que iba a hacer? y ¿Por qué se me había pasado por la cabeza tamaño despropósito?

Viéndome dudar entre qué razón esgrimía para despellejarlo verbalmente, el chico se apuró en mostrarme dónde estábamos para aclarar mis ideas. Porque ya no ocupábamos el mismo espacio de unos segundos atrás sino que, alargando hacia mí su mano siempre febril, Drake me ayudó a levantarme a un lado de la puerta principal del Palacio Cristalino.

Según explicó, el único acceso al interior del Palacio Cristalino era la Puerta Grande, como él la llamó (un nombre que no estaba segura si calificar de simplista, rimbombante o ambas). Y, aunque las pulseras que llevábamos podían crear ascensores y abrir pasadizos en múltiples superficies del edificio, el muro exterior era la excepción, nada podía alterarla o dañarla.

Habiendo por tanto sólo una entrada/salida, si te encontrabas al otro lado del Palacio y querías ir a ella o al revés, bien podías caminar (con la considerable cantidad de tiempo que ello conllevaba) o "deslizarte". Y para explicar esto último con precisión citaré las palabras textuales del dragón: Al parecer durante la construcción del Palacio se habían grabado multitud de "runas" en la pared, que en conjunto con las pulseras, permitían disparates como escoger dos puntos en la circunferencia de la estructura exterior del edificio y pasar entre ellos eliminando el espacio que los separaba. A eso lo llamaban "deslizarse".

En serio, sus explicaciones apestaban, ni siquiera sabía de qué iba eso de las runas. La traducción simplificada que hizo mi cerebro fue que las pulseras creaban algún tipo de agujero de gusano entre un punto y otro de la pared.

Quizá mis explicaciones no distaban mucho de las suyas... pero yo me entendía con ellas.

—¿Y no podías explicármelo antes de... eso? —Protesté.

Mi pregunta le hizo gracia. A mí no.

— ¿No ha sido más excitante así? —Sonrió.

¿Excitante? ¿Iba en serio? Él y sus malditas segundas intenciones... ¿No podía conformarse con hacerme de guía? ¿Tenía que intentar mover ficha constantemente?

—Voy a avisar a Sun de hasta dónde has llegado y que lo dejas por hoy —habló antes de que mi furiosa mirada abriera un agujero en su cerebro—. Espérame aquí.

Y envolviéndose de forma repentina en llamas dio un salto imposible en dirección al bosque. Más allá de su poco apego por la gravedad, ¿no le preocupaba causar un incendio?

Aunque si hablábamos de incendios, a mí me inquietaba más el que había causado tan sólo una hora de clase en mis músculos ¡Y quedaban cinco!

Quizá no había sido tan buena idea escoger Preparación Física como despertador.

Buscando algo de alivio me acerqué como pude a una fuente de agua cercana. Estaba labrada en piedra y dispuesta elegantemente al borde de un jardín de flores multicolores. Unos cuantos tragos no venían mal después de algo de ejercicio y tras semejante marcha espartana era obligatoria... en cantidades ingentes.

Algo más fresca, me levanté y me dirigí tambaleante hacia el descomunal acceso al edificio. Sí, podía haberme sentado allí y esperarlo, pero su actitud sólo había hecho resurgir mi desconfianza hacia Drake.

Al fin y al cabo "aquí" era una palabra muy relativa.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora