25. Charla paternofilial (I)

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Tras terminar mi primer día como alumna del Palacio Cristalino mi ánimo estaba tan bajo que se habría necesitado una perforadora experimental de unobtanium con láser sónico para desenterrarlo. Eso incluía no estar de humor para más disertaciones al filo de lo irreal, ni tratar con Drake y compañía o demás gaitas mágicas. 

Así pues, decidí que el lugar más seguro para relajarme sería mi cuarto y me dirigí a él sin más demora consiguiendo, de algún modo, evitar encontronazos molestos por el camino.

Una vez en su interior, levanté cuanto pude la voz para dejarle algo claro al ente encargado de controlar la arquitectura del lugar:

—Crystal. Cierra la puerta, bórrala de la existencia, desmaterialízala, cristalízala o haz lo que quiera que hagas, pero no dejes pasar a nadie.

—Como desees —fue su seca contestación.

La inteligencia artificial humanoide ni tan siquiera hizo ademán de aparecer en su forma física, simplemente cumplió mi demanda eliminando el acceso de la pared. Quizá su chip empático funcionaba mejor de lo que pensaba.

Sin darle más importancia al asunto lancé el Libro Rosetta sobre una mesita y me apresuré a cambiarme de ropa, algo que llevaba media mañana deseando hacer. Las prendas que llevaba antes de que Sun las intercambiase por arte de magia se encontraban en mi armario, como si nunca las hubiera sacado de allí. En un fútil intento por corregir el pasado  me deshice del qipao sin remilgos y me vestí con ellas antes de dejarme caer sobre la cama.

—Menudo día de locos...—exhalé provocándome una ligera sensación de déjà vu.

Si tan sólo aquella cama pudiera hundirse hasta atravesar el espacio interdimensional y devolverme a mi hogar...  

La vida en Estados Unidos no era una juerga, pero al menos tenía la decencia de mantener los asuntos improbables dentro del ratio de lo improbable. Había quien sobrevivía a un balazo en la cabeza o a quien le tocaba la Powerball, pero no era algo que te exigieran por norma. En cambio, en tan sólo unas horas en el Palacio Cristalino me habían pedido correr una maratón en tiempo récord, manejar armas sin instrucción alguna, dominar poderes fuera de mi percepción, asimilar la existencia y costumbres de un montón de seres propios de los cuentos, aprender a leer en varios idiomas (para eso servía el libro que había tomado prestado de Hattori-sensei) y asistir a la clase más aburrida del mundo con regularidad... ¿Cómo se me habría ocurrido la brillante idea de probar todas las asignaturas en un día?

—¿Te has divertido?

La voz grave a escasa distancia de mí me dio el susto de mi vida, haciéndome saltar de la cama con un grito en la boca y el corazón a punto de salírseme por la misma. Su dueño me examinaba divertido a través de unos ojos dorados.

—¡Weissman! ¿Qué-.?

El anciano director de la academia reposaba sobre su particular silla de ruedas semitransparente a escasa distancia del ventanal que hacía las veces de pared exterior: ¿Qué hacía allí? ¿Lo había dejado pasar Crystal sin consultarme? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué?

—¿A qué viene tanto sobresalto? —Rió él por lo bajo— Ya estaba aquí antes de que entraras. Te habría ido a buscar al aula de Antropología, pero a la señorita Long no le gusta pasar mucho rato en el ala de la Orden de San Jorge.

¿También estaba ella? ¿De veras estaba tan cansada como para pasarla por alto? Busqué su inquietante presencia a un lado y a otro de la habitación con el corazón a punto de parárseme. Sin éxito.

—Ya se ha ido. No le hacía gracia esperar aquí, parece tener algunos sentimientos encontrados hacia tu persona.

Casi me río y todo. Sí claro, sentimientos encontrados ¿Cuáles? ¿Arrepentimiento por no haberme despedazado en su momento e impaciencia por encontrar una oportunidad para hacerlo? Porque eran los únicos que me transmitía en cada uno de nuestros encontronazos.

De todos modos seguía siendo inquietante que Weissman llevase allí todo el rato. Lo atribuí al poco contraste que ofrecían sus ropajes y cabello níveos entre el blanco dominante en todas las superficies y me dije a mí misma:

«Nota para mí, cambiar el color de las paredes»

—Confieso que yo también me he sorprendido —aseguró de la nada—. A estas alturas esperaba que te refirieses a mí como "Papá", o "Padre" al menos, no por mi apellido.

Y de nuevo el techo de lo extraño-barra-incómodo volar alto. Primero me hablaba de tú a tú cuando apenas me estaba acostumbrando al habitual tono respetuoso de nuestras conversaciones y ahora me soltaba esa perla. Alguien se estaba divirtiendo más de la cuenta con su papel de progenitor. O eso o hacía como Crystal, que insistía en el asunto para que yo me acostumbrase.

Fuera cual fuera la razón, no tenía la energía suficiente para fingir interés en seguirle el juego:

—Lo haré en público si es necesario —me sinceré—, pero no espere esas niñerías de mí en privado. No cuando ambos conocemos la verdad del asunto.

—¿La verdad? —preguntó con curiosidad haciendo repiquetear los dedos sobre el reposabrazos de la silla.

—¿No habrá olvidado su parte del trato, no? Porque yo estoy haciendo lo posible por respetar la mía.

—Nunca deja de sorprenderme su franqueza —comentó el anciano volviendo a su trato educado de costumbre—. Y no, no he olvidado mi parte en nuestro acuerdo

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now