10. El tour del lagarto gigante (II)

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Estar de pie sobre un wyvern que cuelga de una pared no es tarea fácil, recomendable, ni mucho menos segura. Teniendo además como alternativa una larga y mortal caída hasta el suelo, preferí hacerle caso a las instrucciones de Drake por una vez:

—Siéntate aquí —indicó, señalando hacia la base del cuello de Blaze—. Como si te subieras a los hombros de otra persona.

Dado el ancho del pescuezo de la criatura yo lo habría comparado con agarrarme a una columna suspendida en el aire o con subirme a una moto desproporcionada que volaba, pero lo hice. Y, una vez sentada, la wyvern, que no me quitaba ojo de encima, inclinó su cuello de forma leve permitiendo a Drake sentarse unos centímetros delante de mí.

—Será mejor que te agarres a mí si no quieres salir volando.

— ¿Que me agarre a ti? —No sabía qué parte de eso me gustaba menos. 

Ante mi reticencia él giró su rostro para mirarme de soslayo:

—A menos que quieras salir disparada cuando Blaze dé un giro brusco... o que prefieras que te agarre yo.

De esa frase sí que sabía cuales eran las partes que no me gustaban.

—Ni se te ocurra —contesté de inmediato—. Ya lo hago yo.

Me incliné hacia el chico apoyándome en su espalda y crucé mis brazos por debajo de los suyos, sobre su abdomen. Ahora sí que la situación se parecía a ir de paquete en una moto. Aunque, como ataque preventivo ante posibles malentendidos por parte del joven dragón le susurré al oído:

—Si disfrutas de esto más de la cuenta te tiro abajo.

—Entendido —sonrió él—. Blaze, en marcha.

Con un agudo rugido que sentí vibrar entre mis muslos a su paso por la garganta de la wyvern, el enorme reptil soltó los ganchos que lo unían a la cornisa y se dejó caer con las alas cerradas. Como es natural, no tardó en sucumbir a la fuerza de la gravedad.

Habría gritado de puro pánico de no ser porque tanto mi tensa garganta como mi encogido estómago libraban un disputado combate de judo que me impedía proferir palabra alguna. Y hablando de llaves (las de judo), cerré con fuerza la que me sujetaba a Drake  mientras me esforzaba por mantener los ojos abiertos pese al violento vendaval que me golpeaba la cara como un secador a máxima potencia.

Blaze caía en picado a una velocidad vertiginosa, casi rozando la pared en la que había estado colgada segundos atrás. Para darle más inri al asunto, era su jinete quien tenía los brazos abiertos de par en par, como si con ellos pudiera sustituir a las alas plegadas de su montura conforme el suelo se nos echaba encima.

Justo cuando pensaba que iba a conocer lo que sentían esas monedas que la gente arrojaba desde la azotea del Empire State Building al impactar contra la acera, Blaze desplegó al fin sus alas y, con un sonido similar al de la vela de un barco que recibe una inesperada bocanada de viento, se desplegaron tras de mí aquellos enormes y tensos miembros. 

Gracias a eso la wyvern recuperó la horizontalidad, multiplicando mi peso por la cantidad ingente de fuerza G que cayó sobre mis hombros. Acto seguido, propinó un único y poderoso aleteo capaz de propulsarla a toda marcha hacia delante. 

Su cuerpo sobrevoló así una superficie de coloridos tonos verdosos cuya composición no fui capaz de distinguir debido a la rapidez con que pasaba. Tan sólo unos segundos después, incluso dicha superficie desapareció.

Para entonces, a nuestro alrededor ya sólo estaba el azul claro del cielo de mediodía salpicado de algunas nubes aisladas. Encima, debajo, a un lado, a otro... Todo cielo, salvo el terreno a nuestras espaldas... Y dado que la ubicación del Sol brillaba por su ausencia, no pude evitar verme invadida por una cierta sensación de desequilibrio.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now