33. Al demonio con todo (I)

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Amistad, esfuerzo y victoria. Era el eslogan de cierta revista, el cual venía a traducirse como: Si tienes amigos y te esfuerzas obtendrás lo que desees.

Pese a su timidez y otras dificultades para relacionarse con los demás, a Georg le encantaba regirse por dicho lema, podría hasta decirse que lo llevaba tatuado en el alma. Pero la tinta de ese tatuaje no terminaba de calar en mí: No me sentía culpable porque mis deseos fuesen egoístas, si podía evitar esforzarme para lograrlos lo iba a hacer y, por más que Drake y él mencionasen el tema de la amistad, no se traducía en una fe ciega en ellos.

Quizá por eso, mientras el dragón tiraba de sus hilos en alguna parte para asegurar el correcto funcionamiento de nuestro plan y el caballero le daba los últimos retoques, yo decidí actuar por mi cuenta. Sí, era innecesario estando ya todo encarrilado como lo estaba de cara a la gran representación final, pero mi instinto de supervivencia, mi favorito entre todos, me estaba volviendo loca.

El plan... se me retorcía el estómago tan sólo de pensar en él. Nuestro ardid debía ejecutarse a la perfección bajo riesgo de crear más problemas de los necesarios y eso me provocaba una sensación de rechazo abrasadora.

No me gustaba planear cosas, lo mío era la improvisación. Los planes nunca se cumplían al pie de la letra, tenerlos significaba ser proclive a la decepción y eso ni era plato de mi gusto ni me lo podía permitir.

Estaba deseando finiquitar el asunto, desahogarme y volver a volar libre.

Sobra decir, sobre todo tras la perorata anterior, que después de varios días entretejiendo el tapiz de nuestra telaraña yo tenía un humor de mil demonios. Y tal vez no mil, pero sí había uno de ellos a mi disposición.

Desgraciadamente, llevaba dos jornadas seguidas sin ver a Luke ocupar su habitual puesto en el aula de Sociología.

«Menudo vendedor de pacotilla si desatiende el negocio justo cuando la clientela acude a él»

Habría preferido tratar el tema de forma casual, hablarlo con él como si fuese un pensamiento puntual que se me había ocurrido en el momento, pero su ausencia reiterada me obligaba a algo más formal. Una vez terminada la clase del profesor Patek me senté en una escalera cercana poco transitada por el uso extendido de los ascensores y saqué de mi bolsillo la tarjeta que me había dado en su momento.

A simple vista, un trozo de papel corriente y moliente con el nombre del demonio escrito en sobrias letras negras; a ojos de alguien que empleaba runas a diario hasta para hacerse el desayuno, resultaba evidente que se trataba de un dispositivo rúnico con una pequeña cantidad de energía existencial almacenada esperando activarse. Sólo había que leer las palabras escritas en él:

—Luke M. Septimus.

Latiendo en una escalofriante sístole, la tarjeta emitió partículas invisibles para mí encargadas de alertar a su dueño de que alguien requería su presencia. No obstante, tras unos minutos sin que ocurriese nada más, comencé a tener mis dudas de su buen funcionamiento.

Dando muestra evidente de mi actual estado de inquietud, volteé el papel entre mis dedos una y otra vez hasta hartarme y decidir irme.

«Quizá no debería darle tantas vueltas» Traté de convencerme a mí misma. Tal vez mi mal presentimiento se debía a la falta de costumbre a la hora de confiar en los demás.

—¿Llamas para algo divertido? —Tronó a mis espaldas una voz masculina.

No, no se trataba de Luke (estaba en guardia frente a una aparición a lo Houdini del demonio con sonrisa de chico malo), sino del último ser a quien esperaba ver dirigiéndome la palabra: Ao Tsume.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now