31. Como perros y gatos (II)

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Tenía razón, entre los demás miembros de su familia adoptiva seguían dominando las miradas desconfiadas pese a las palabras del dragón. Así pues, tras prometerle a William que le concedería esa revancha en otro momento nos dirigimos hacia la cabecera de la nave.

A las habitaciones se ascendía por un par de escaleras de caracol colocadas a ambos lados del ábside. Desde ellas era inevitable fijarse en el majestuoso altar donde una estatua de San Jorge tallada en mármol presidía el templo ataviado con un conjunto de espada y armadura calcados a los que solía llevar Gorka Georgson. Lo flanqueaban las efigies de otros adalides de la cristiandad, hombres y mujeres cuyos nombres me eran conocidos por mi educación en un ambiente religioso, pero que jamás habría creído que formasen parte de algo tan real como su presencia allí sugería.

Georg, Drake y yo subimos hasta el dormitorio que compartían él y William. Los integrantes de la Orden tenían cuartos comunes para fomentar el ambiente familiar de la misma forma en que lo hacían en nuestros orfanatos de origen y eso se notaba nada más abrir la puerta: Allí ya no había nada propio del Mar de Esferas, era un pedazo de la Tierra en medio del Palacio Cristalino.

La habitación en sí era sencilla: cuatro paredes de colores suaves, un armario empotrado para guardar la ropa y ventanas oscilobatientes desde donde la luz incidía sobre una litera de dos pisos. 

El resto de la decoración había quedado en manos de sus ocupantes, razón por la cual hablaba más de ellos que otra cosa: Pósteres, maquetas y videojuegos protagonizados por coches de gran cilindrada delataban la pasión de William por los deportes de motor, mientras que una modesta colección de libros y cómics crecía por doquier, fruto de años de dedicación por parte de Georg. Que les hubieran dejado traerse todo aquello desde sus lugares de origen me daba cierta envidia hasta que recordaba mi espartano estilo de vida personal en el Saint George. De donde no había no se podía sacar.

En todo caso, era difícil no encontrarme cómoda allí y, como de costumbre, nada más entrar alcancé de un salto a la parte alta de la litera donde habitualmente dormía el huérfano alemán:

—Sí. Esto es como estar en casa —comenté mientras daba botes sobre mi recién reclamada tribuna elevada.

Acostumbrado a que invadiera su camastro como una vulgar okupa cada vez que me invitaba a su habitación, Georg preguntó con una sonrisa:

—¿Por qué no transformas esa enorme cama de tu cuarto en una litera si así te sientes más cómoda?

Por el rabillo del ojo pude ver a Drake cotilleando de forma disimulada entre el caos que tenía alrededor intentando encontrar algún sentido en todo ello. Seguramente para él aquella habitación era tan extraña como para mí el Palacio Cristalino cuando había llegado allí.

—He dicho que me hace sentir como en casa, no que sea más cómoda —contesté—. Además, sería estúpido tener litera en una habitación individual.

—A Noel no le importaría compartir cuarto contigo. Seguro que las vistas desde la torre son una pasada, tienes que enseñárnoslas algún día de estos.

Imaginarme con una compañera de cuarto me hizo rememorar los viejos tiempos, cuando no tenía la ridícula carga del apellido Weiss encima. Sin embargo, el comentario tampoco pasó desapercibido para el menos habitual de quienes estábamos allí presentes. A pesar de su prometida contención debió sobrevolar la cabeza de Drake algún pensamiento fuera de contexto pues, pese a mantener un semblante tranquilo, el chisporroteo en su pelo delató el vaivén de sus emociones. Para evitar que se perdiera por ése camino, decidí incluirlo en la conversación:

—Quizá otro día. Ahora que no hay tiranteces ni espectadores entre medias sería un buen momento para presentaros como es debido —señalé con la mano al dragón de ojos rojos— Georg, como bien sabes éste es Drake Redfang, heredero de la Corona Roja. Drake, Georg.

—Encantado —tendió su mano con educación el chico rubio.

— ¿De veras? —Fue la réplica sincera del dragón mientras correspondía su gesto— Disculpa si no me lo creo y mantengo un ojo sobre tu espada por si intentas algo raro.

Por supuesto, no esperaba sanar la suspicacia de Drake hacia la Orden forzándolo a pedir disculpas, pensar eso habría sido bastante ingenuo. Sin embargo, tenía ciertas esperanzas más modestas puestas en Georg. Y el joven alemán, habiendo depositado con anterioridad su ropa de entrenamiento y armamento en el interior del armario, materializó mi expectativa en forma de un comentario que ya había escuchado durante alguna de mis visitas allí:

—Discúlpame tú si no entiendo a qué viene tanta desconfianza. Hasta donde tengo entendido la misión legada por San Jorge a sus herederos es la de defender al rebaño de Dios contra los seres mágicos que lo amenacen, no pelear con dragones porque sí.

La expresión del heredero de la Corona Roja al oírlo me hizo desear tener la cámara de mi teléfono disponible para inmortalizar el momento:

—Tienes cara de haber encontrado un grano de azúcar en el salero —me burlé.

—Eso sabría fatal —respondió Georg mientras se acercaba a un pequeño televisor colocado a cierta distancia de la cama.

—Sólo me sorprende encontrar a alguien con raciocinio propio entre las filas de Georgson —reconoció Drake, ignoro si como un insulto o un halago— ¿No será un truco?

—Los únicos trucos que me interesan a mí se introducen en una consola. Y ya que estamos —levantó un par de mandos— ¿Hace una partida?

Drake cogió el controlador que le ofrecía Georg con cierto recelo, examinándolo de arriba a abajo y dándole vueltas como quien recibe un paquete misterioso sin remitente. No sabría decir si estaba más sorprendido el dragón ante aquel objeto o Georg al observar cómo lo inspeccionaba desde la más absoluta ignorancia.

Con anterioridad había comparado a Drake y los caballeros con perros y gatos, no había sido algo improvisado. El mito de que las dos especies se llevan a matar era un tópico que podía tener sentido desde lejos, pero caía por su propio peso examinado al detalle: Había visto suficientes gatos durmiendo plácidamente sobre el viejo mastín de mi orfanato como para creerlo. Generalizar el odio sólo lo alimenta, al final cada individuo es un mundo.

Y hablando de mundos:

—Otra vez será, Georg. Me pediste que te avisara si iba a meterme en algo potencialmente peligroso y por eso estamos aquí. Al fin y al cabo, tres medios cerebros piensan mejor que dos.

—Pensé que nunca me lo pedirías... —contestó mientras evitaba que Drake se llevara el mando a la boca (ni idea de cómo había llegado a la conclusión de que ése era el modo de usarlo)— ¿Cómo de peligroso? Yo me apunto a un bombardeo, pero recuerda que aún soy caballero en prácticas.

Le dí un par de vueltas antes de expresarlo de la siguiente forma:

—Podría ser increíblemente peligroso... o resultar un paseo por el parque, eso nunca se sabe.

—Yo sí lo sé —puntualizó Drake, volviendo a ponerse serio—. Será lo primero.

— ¡Qué poca confianza! —Me burlé— Sólo voy a dar un buen golpe sobre la mesa para evitar que cierta inconsciente pulse el botón de autodestrucción más estúpido del mundo.

—Me apunto entonces —decidió Georg con una inmediatez sorprendente—. Para eso están los amigos.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now