35. La víctima colateral (I)

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El patio se había ido llenando mientras limaba asperezas con Weissman y el profesorado. Buena parte del alumnado comenzaba a llenar una a una las mesas blancas para disfrutar de un bien merecido descanso entre clases. Nadie sospechaba que aquel día todos y cada uno serían partícipes de mi espectáculo personal.

Como era de esperarse, en cuanto abandoné la sombra del Árbol de la Armonía llegó hasta mí el sonido de las llamas levantadas por cierto incendio intencionado:

—Por ahí va la hija del director.

—No puede ser tan débil, aquí algo no cuadra.

—Calma. Marina hará el trabajo sucio por nosotros.

—¿A qué viene tanta fe en ella?, ¿tu familia no apoya a su hermano?

—Cierto. Mis padres confían en que él les devuelva a los mares su gloria de antaño tras el Tratado, pero a mí me parece que un mundo nuevo requiere de algunos cambios y ella tiene buenas ideas.

—Desde luego, si Weissman o la chica nos están ocultando algo gordo podría ser la oportunidad perfecta para reemplazar unas cuantas coronas.

—Los árboles no te dejan ver el bosque.

En fin, podían pensar que iba a bailar al son dictado por otros cuanto quisieran, ya les cerraría la boca con una buena dosis de cruda realidad.

Para quitarme sus voces de la cabeza, me aseguré de tener todo lo necesario listo: Procuré ocultar bien la llamativa pulsera con los colores de la Orden de San Jorge bajo la manga derecha de mi cazadora y me coloqué uno de los desgastados auriculares de mis cascos en el oído con sus cables descendiendo por mi espalda hasta llegar al smartphone de Georg para que nadie pudiese verlos.

Saqué el teléfono un segundo del bolsillo donde estaba guardado para llamar a mi propio número, actualmente en manos de Drake, antes de devolverlo a su lugar. La inconfundible voz del dragón no tardó en escucharse al otro lado de la línea:

—¿Estás seguro de que puede oírme? —Le preguntaba al aprendiz de caballero— ¿Funciona como una piedra resonante?

—Lleva una dentro —contestó el interpelado.

—¡Oh! ¿Usáis la flamita para-?

No era ni el momento ni el lugar para ponerse a discutir los detalles técnicos del sistema alquímico de comunicaciones de la Orden, así que les hice una seña con la cabeza a los dos para confirmar que los escuchaba y que se centrasen en el asunto entre manos. Por desgracia, mis auriculares pertenecían a un modelo tan antiguo que ni siquiera tenían micrófono incorporado y no podía recurrir al del teléfono sin delatar su existencia, lo cual convertía nuestra conversación por voz en unilateral. Tampoco necesitábamos más.

—Está bien —confirmó Drake pasando a cumplir su rol—. Diana, Marina todavía no ha llegado. Vuelve y repasemos todo una vez más.

Empezábamos bien. Creía haber perdido bastante tiempo discutiendo en la mesa del profesorado, pero al parecer la Reina de las Sardinas resultaba impredecible incluso cuando debía hacer lo mismo que todos los demás a una hora determinada. Seguramente se debía a esa costumbre nobiliar suya de llegar la última a los lugares para hacer notar su entrada.

En todo caso, viéndome con la oportunidad de comprobar algo, aposté por seguir las palabras de Luke M. Septimus dirigiéndome hacia una mesa no demasiado lejana, situada al borde de un riachuelo y con una única ocupante. Al comprobar de quién se trataba, la airada queja de Drake ardió de inmediato en mi auricular:

— ¡Diana! ¿Qué haces? —Se lo notaba bastante contrariado por mi acción ajena al plan acordado— Mira, sé cuál es mi papel en todo esto, pero si Tessa sale herida por tu culpa tú y yo tendremos un problema.

La seriedad de su advertencia resultaba refrescante. Prefería tratar con alguien capaz de llevarme la contraria si no estaba de acuerdo conmigo a hacerlo con un lameculos que estuviera constantemente intentando agradarme. El heredero de la Corona Roja por fin caminaba en la dirección correcta si se había dado cuenta de ello.

Aun así lo ignoré. Bordeé el recorrido del río que lo conducía hacia las raíces del gran árbol y tomé asiento sin invitación alguna en el sitio que la dragona estaba guardando para Marina y los suyos.

—¿Qué hay, Drachenblut? ¿Cómo lo llevas?

No sabía muy bien cómo tratar con ella. Con anterioridad había visto cambiar su aspecto y personalidad de golpe debido a la "aclimatación" o algo así, aunque no tenía ni idea de los pormenores del tema. En aquel instante sus ojos, cabello y buena parte de su ropa lucían el tono azulado que tanto la había asustado al conocernos.

—¿Cómo llevo qué? —El miedo en su voz, más notorio todavía que la sorpresa o desconfianza ante lo inesperado de mi aparición, hablaban por sí mismos.

Por un lado su reacción era de esperarse, ella y yo apenas nos habíamos presentado durante mi primer día como alumna y no habíamos vuelto a intercambiar palabra desde entonces. Por otro, se hacía inusual tanta vacilación en una asistente a aquella academia para futuros líderes del mundo sobrenatural.

—Pues lo de estar encadenada al juramento de almas de Marina —contesté restándole importancia— ¿Te diviertes?

No habían sido necesarias más que unas pocas explicaciones por parte de Drake para comprender por qué me sonaba aquello del juramento de almas. Aunque no conocía su nombre con anterioridad, atar su existencia a un acuerdo verbal mágico era lo que había dejado a Sydonai Weissman en silla de ruedas... Que Tessa hubiera aceptado algo así, con o sin la influencia de Luke, constituía un elemento demasiado llamativo para pasarlo por alto.

Al verse descubierta, Tessa alzó la cabeza, rauda y sorprendida cual conejo ante el estruendo cercano de una escopeta.

—N-No sabes de lo que hablas —intentó fingir seguridad en su propia negativa, sólo planteada tras mirar a ambos lados temerosa— y no deberías estar aquí.

Estaba en absoluto desacuerdo con ambas afirmaciones:

—Como quieras —aparenté rendirme mientras hacía ademán de levantarme—. Aunque ahora me has dado más ganas todavía de saberlo, iré a preguntarle a Drake...

Obviamente el heredero de la Corona Roja ya me había contado todo lo que sabía del asunto durante su interminable reprimenda. Según él, se lo había sonsacado a una amiga de la propia Tessa, pero eso ella no lo sabía y su alarma creciente gritaba a los cuatro vientos que prefería mantener ese muerto bien encerrado en su respectivo ataúd.

—¡E-Espera! —Se le quebró la voz al alzarla por encima de su volumen habitual— ¡No le digas nada!

Bingo.

—Entonces ilústrame —la extorsioné volviendo a sentarme.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now