18. Llego tarde a la Fortaleza de la Soledad (I)

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Georg y yo seguimos hablando mientras lo acompañaba hasta el aula de Artes Marciales. Ninguno de los dos éramos personas demasiado sociables ni de muchas palabras, eso se notaba a la legua, pero congeniamos enseguida. 

Estaba bien tener a alguien alrededor que viese todo el loco mundo del Mar de Esferas con una mirada tan sorprendida como la mía y a quien, además, no tuviese que explicarle mis referencias y expresiones.

Sí, se suponía que debía tener cuidado con mantener mi tapadera, pero Georg no necesitaba saber mi vida al dedillo, le bastaba con lo que le había contado Georgson y lo que yo quisiese decirle. En su compañía, me sentí como si hubiese vuelto a la Tierra... hasta que llegamos a nuestro destino.

Poner un pie en el aula de Artes Marciales fue muy similar a recibir una bofetada recordándome que seguíamos en un mundo extraño a más no poder. Tal y como el resto del edificio, aquella ala era solemne, espectacular, de un blanco prístino, pero también parecía muy claro que alguien se había inspirado en la base secreta de cierto superhéroe kryptoniano a la hora de diseñarla ¿O habría sido al contrario?

Estaba situada en la cima de una de las torres más altas del palacio (tan sólo la principal, donde estaba mi habitación, la superaba), sin embargo la sensación de altura se veía reducida al estar cercado todo el lugar por enormes prismas minerales entrecruzados con una ligera inclinación que centraba la atención en el centro del lugar. Allí había una arena más propia de un coliseo que de un centro de enseñanza, salpicada aquí y allá por el repiquetear del metal contra metal y el bullicio de la actividad: Algunos alumnos se dividían en parejas enfrentadas la una a la otra con armas blancas mientras que otros formaban grupos entorno a ellos comentando sus actuaciones.

 Allí había una arena más propia de un coliseo que de un centro de enseñanza, salpicada aquí y allá por el repiquetear del metal contra metal y el bullicio de la actividad: Algunos alumnos se dividían en parejas enfrentadas la una a la otra con ar...

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Juraría que Weissman había dicho que aquella era una institución que fomentaba la paz... o algo así.

—¿No te recuerda a la For-? —Iba a preguntarme Georg cuando se vio interrumpido.

—¡Llegan tarde! —Se alzó sobre sus palabras una voz autoritaria— La segunda campanada ya ha sonado.  

Su dueña, una mujer joven, había salido de entre los corrillos de alumnos y se dirigía con la firmeza de un rompehielos hacia nosotros.

«¡Genial! —Pensé— Segunda hora de mi primer día y ya me están echando la bronca»

¿Que si era mi récord? No. Si la memoria no me falla, en una ocasión alguien me había sermoneado por llevar los cascos puestos durante la presentación de inicio de curso. 

De todos modos, tampoco me importaba demasiado llevarme una llamada de atención o dos, aunque no parecía ser el caso de mi compañero de ultramar:

—Lo siento. Ha sido culpa m... —comenzó a disculparse Georg.

—¡Sin excusas! —Se impuso tajante la mujer, ya frente a ambos— A mi clase o se llega puntual o no se entra, Georgsen. Y si su despiste natural le hace olvidarse de su salvoconducto, habrá que pegárselo al brazo.

¿Sabía lo del brazalete? ¿Acaso no era la primera vez que ocurría? Al menos eso era lo que decía la expresión acongojada del chico.

—Sí, señora.

Su personalidad tampoco ayudaba, se veía a la legua que Georg no era de los que protestaban o se imponían. Apenas lo conocía de unos minutos, pero era fácil distinguir a una de esas personas que, pese a mostrar una fachada silenciosa e inexpresiva, son demasiado amables para su propio bien.

Complacida ante la respuesta obtenida, la profesora (o al menos yo supuse que lo era), puso los brazos en jarra y asintió:

—Bien. Así me gusta —y volviendo a envolverse en su manto de seriedad añadió—. Ahora vaya junto a su compañero de Orden, no ha dejado de holgazanear con el pretexto de estarlo esperando.

—Sí, señora —repitió mecánico el chico alemán.

Fuera quién fuera, tenía subyugados a los alumnos bajo la mirada de sus ojos pardos, pues Georg se disculpó conmigo con una leve inclinación de cabeza antes de apresurarse a cumplir sus órdenes. Eso hizo que ella diera su reprimenda por concluida y centrase su atención en mí.

—Y usted debe de ser la hija de Weissman, ¿verdad?

Asentí. Tenía la impresión de que no me iba a gustar aquella clase: al fin y al cabo, la autoridad y yo no solíamos llevarnos bien.

Ella me analizó de arriba a abajo, deteniéndose extrañada durante unas milésimas de segundo en el qipao escarlata que vestía. Enseguida debió de relacionarlo con Sun y terminó su examen visual con gesto de desaprobación.

Aprovechando su inspección, hice lo mismo sin cortarme: 

Vista de frente, aquella mujer imponía. Debía de medir dos metros, puede que algo más, y aun así sus proporciones guardaban un extraño balance entre contundencia y elegancia. Marcaba además las curvas de su figura un corpiño exterior de aspecto coriáceo, que resaltaba por su color sobre las sencillas camisa y falda blancas que vestía.

El rostro de rasgos suaves y redondeados, junto a la larga y lisa melena castaña que caía tras sus hombros, parecían dignos de una princesa de cuento, mas su expresión seria y la cantidad de armas que llevaba encima decían otra cosa.

En serio: Dos sables envainados a un lado de su cinto, varios cuchillos en el otro y una espada casi tan grande como ella colgando a su espalda ¿Qué necesidad había de llevar todo eso encima?

—Dado que es nueva, me presentaré —comenzó de improviso—. Soy Nayra Mykene, adalid de la Diosa de la Guerra y profesora de Artes Marciales en esta academia.

Bueno, eso respondía a mi pregunta sobre si era la profesora, pero me planteaba otra:

—¿Adalid? —¿Qué narices era una adalid?

—Los adalides somos aquellos escogidos por los dioses para encarnar los valores que representan —me explicó con una mezcla de desgana y rechazo ante mi ignorancia—, dado que ha venido con Georgsen debería usted saberlo, pues él es heredero de uno. Y si tanto él como San Jorge obtuvieron un talento especial para la protección de manos de su dios, la mía me bendijo con una comprensión y unas capacidades bélicas fuera de lo común.

Sonaba a lo que diría una fanática de la NRA, sólo que en lugar de fliparse con las armas de fuego, lo hacía con las blancas.

—Ahora bien, otra de las cosas que ha de saber sobre mí es que no me gusta la impuntualidad en mis alumnos.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora