32. Acoso y derribo (II)

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—Esa idiota —maldijo el dragón con un gruñido.

—¿No es la chica con la que estabais el otro día? —Preguntó también Georg.

Y era cierto; tras los pasos firmes y seguros de Marina, casi oculta por la mole de Makarov, caminaba una cabizbaja Tessa Drachenblut. Al principio me había costado reconocerla, pues su cabello había vuelto a cambiar de color hacia un azul oceánico y jamás habría esperado notar tan apagada a la risueña y enérgica amiga de la infancia de Drake, pero era ella. Su llamativa ropa multicolor resultaba inconfundible.

No tenía ni idea de las circunstancias, pero a todas luces parecía haber adoptado el dudoso honor de ser la mascota del grupo de la semidiosa. Y sí, sé que la palabra "mascota" tal vez suene un poco fuerte, pero no se me ocurría una forma mejor de llamar a cuando ése tipo de personas amparaban en su panda a alguien sin la suficiente personalidad o fuerza de voluntad para llevarles la contraria.

— ¿Qué hace con Marina? —Le espeté a Drake, genuinamente sorprendida.

—Yo qué sé. Lleva unos meses juntándose con ella, pero cuando le pregunto sobre el tema no suelta ni prenda.

—Creía que erais como hermanos —insinué medio en broma— ¿Tu hermanita te guarda secretos?

— ¡Yo también lo creía! —Admitió él— Mira que le digo una y otra vez que ningún dragón debe humillarse ante una semidiosa con ínfulas, pero Tessa es demasiado confiada. A saber para qué intentará manipularla Marina...

«Manipularla...» Reflexioné para mis adentros.

Pero no dije nada. Ninguno de los tres lo hicimos mientras el grupo de la semidiosa pasaba por la parte del camino que más los acercaba a nosotros, antes de llegar al paseo que bordeaba el lago. Disimulamos por si acaso reparaban en nuestra presencia y se olían algo, no obstante, si lo hicieron lo ocultaron de forma envidiable.

La Reina de las Sardinas y su séquito se detuvieron un instante frente a la orilla del agua antes de continuar en línea recta. Se sumergieron así en el profundo estanque como quien baja unas escaleras mientras los observábamos silenciosos. Sabía lo que había allí abajo: Un pequeño castillo creado por la propia Marina donde ella y los suyos podían seguir con sus maquinaciones lejos de los ojos y oídos de otros alumnos. Y pobre de a quien se le ocurriera perturbar la calma en sus aguas, pues la heredera de Poseidón poseía un sexto sentido similar al de los tiburones que le permitía notar cualquier intrusión en ellas. Allí era invisible e intocable, ¿cómo podía competir yo con alguien capaz de eso?

—Lo de "manipular" me ha dado una idea  —se encargó Georg de romper nuestro mutismo—. Me contasteis que Marina evita actuar directamente contra tu padre y que, incluso con todo su orgullo, inclinó la cabeza el otro día, cuando Long adoptó su forma de dragón en el aula de Ontología ¿no?

—Sí —corroboró Drake— Marina es egocéntrica, pero no estúpida. Os guste o no a los humanos, la ley del más fuerte es una importante norma de la naturaleza.

Se me pusieron los pelos de punta cuando el dragón empleó el plural para referirse a los humanos. Por fortuna, el chico alemán debió de interpretar que eso iba sólo por él y sus hermanos, pues no le dio mayor importancia y continuó con la exposición de su idea:

—Entonces Diana sólo tiene que mostrar una fuerza mayor a la suya —afirmó señalándome.

—Georg, ya te he explicado....

—Lo sé, lo sé; no quieres emplear tu magia porque no puedes controlarla, pero... —lanzó una mirada desconfiada a las aguas del lago antes de bajar unas décimas el volumen de su voz— ¿Y si únicamente pareciera que lo haces?

Al cruzar mi mirada con los ojos rojos de Drake supe que él también se había imaginado el significado de esas palabras:

—Quieres engañarla.

Para mi desagrado, Georg asintió. Quizá en otra situación habría sido más propensa a aceptar su idea, pero el equilibrio de la torre de mentiras que me mantenían con vida ya me parecía lo suficientemente delicado como para añadirle más pisos. Por supuesto, él ignoraba esa situación y por eso continuó:

—¿Recuerdas las estatuas de los cuatro grandes adalides que hay en nuestro templo?

—San Jorge, Santa Marta, Santiago y Jean d'Arc, ¿no? —enumeré— ¿Qué pasa con ellos?

—Pues resulta que entre ellos hubo otra aparte de mi antepasado capaz de doblegar a un ser tan superior en cuanto a poder existencial como lo son los dragones: Santa Marta.

—¿Drake? —consulté.

Me sonaba haber escuchado algo sobre Santa Marta y un dragón durante mis años en el orfanato, aunque no le había prestado demasiada importancia y no recordaba exactamente de qué iba el asunto ¿Alguien me culpa por ello? ¿Quién me iba a decir a mí que años después sería secuestrada y llevada a un lugar donde todos esos y otros mitos de orden religioso resultarían ser historias reales distorsionadas por el juego del teléfono roto?

El heredero de la Corona Roja daba muestras de conocer mejor el asunto, sin embargo su entrecejo fruncido delataba que ni era un tema de conversación grato para él ni sabía a dónde quería llegar el caballero sacándolo. Aun así me ilustró:

—Georg tiene razón, hasta el último de los nuestros conoce la historia: Esa mujer engañó al crédulo de Tarasque y utilizó algún tipo de veneno para darle muerte mientras tenía la guardia baja. San Jorge al menos tuvo la decencia de dar la cara arriesgando su vida en el enfrentamiento.

Abrí los ojos de par en par. No recordaba haber oído algo así. A todas luces era una táctica bastante rastrera como para reconocérsela a alguien con el título de "santa", pero no para mí. Yo era débil y los débiles teníamos nuestras propias formas de luchar, aunque nunca habría imaginado que funcionarían contra rivales de tanta envergadura.

—Eso suena interesante —le entregué por completo mi atención a Georg—, ¿envenenaremos a Marina?

—No, lo hará ella misma.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now