40 (FINAL). El fin de la supervivencia (I)

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Me sacaron del abismo de la inconsciencia dos voces familiares discutiendo en tono afectado a escasa distancia de mí. No tenía ni idea cuánto tiempo llevaba a la deriva en aquel estado, ni tampoco recordaba cómo había llegado a él.

—¿Es realmente humana? —Preguntó alguien casi susurrando.

—Por fortuna para nosotros, a raíz de los eventos recientes nadie volverá a plantearse esa pregunta —fue la afirmación recibida a modo de respuesta.

—Así que la gatita es ahora toda una tigresa.

Extrañada por despertarme con comentaristas incluidos traté de poner en marcha mi sistema operativo corporal. Dicho acto sólo me sirvió para darme de bruces con el pantallazo azul más brutal que jamás había experimentado, pues todos y cada uno de mis sentidos se bombardeaban a sí mismos con desconcertantes sensaciones entrecruzadas:

Hasta la última fibra de mi ser se quejaba a punto de quebrarse por un dolor atenazante mientras se relajaba llena de energía, la atmósfera a mi alrededor me congelaba y abrasaba la piel simultáneamente, me golpeaban multitud de olores superpuestos para los que no tendría una definición y, entre una cacofonía incomprensible, el oído pintaba a colores los latidos revolucionados de mi sobresaltado corazón. 

Abrir los ojos sólo lo empeoró: Me asaltó una cegadora luminosidad que apenas podría comparar con mirar al Sol fijamente en un día despejado de verano y, aunque podía mantenerlos abiertos a pesar de ella, todo parecía desdibujado, falto de definición, con los rayos de luz descomponiéndose en infinidad de tonalidades en constante cambio... Ni siquiera podía asegurar a ciencia cierta si era de día o de noche.

Mi primer impulso fue sucumbir al pánico más absoluto ante tan agresiva sinestesia y tratar de incorporarme sobre lo que tan pronto podría ser mi propia cama o un tanque de ácido. Sólo me sirvió para darme cuenta de que mis manos temblaban más que la cola de una serpiente de cascabel.

—¿Qué es-? —Se me escapó al observar la infinidad de vendas palpitantes envolviéndolas, no sólo a ellas, sino también el resto de mi cuerpo.

¿Desde cuándo me había vuelto una momia?, ¿y por qué el aire sobre aquel tejido ondulaba?

—Yo que tú no me las quitaría, a menos que quieras morir —me advirtió tajante uno de los dos comentaristas anteriores.

Pese a llegarme a través de la radio con más interferencias del mundo, esta vez pude identificar claramente la inconfundible voz de Schwarz Long:

—¿Podrías dejar de amenazarme a primera hora de la mañana? —Escupí como pude mis propias palabras, aunque hablar resultaba un suplicio.

Tampoco era fácil enfocar a la dragona con unos ojos que continuaban su particular rebelión ofreciéndome una imagen quíntuple y distorsionada de ella sentada no muy lejos.

«Un momento» Si aquella era mi habitación, aunque no podía asegurarlo a ciencia cierta gracias a mi estado psicotrópico, ¿qué demonios hacía Schwarz allí?

—Me temo que ni la señorita Long está amenazándola ni es por la mañana, Diana.

No conseguí  reconocer la figura de Sydonai Weissman junto mi cama, pues con tan sólo mover la cabeza todo volvió a sumirse en un caos agónico. Supuse que era él por su forma de hablar.

—¿Qué quiere decir? ¿Qué ha ocurrido? —Llevé a cabo otro intento fallido de someter a mis brazos a la voluntad de su dueña— ¿Qué es esto?

—Muy buenas preguntas —alabó el anciano con esa tranquilidad tan suya que a mi mente sobrepasada por la incomprensión le resultó insultante— ¿Qué diría usted que ha ocurrido, señorita Long?

—Hace tres días y medio, la aspirante al Trono de Poseidón perdió el temple al ser derrotada en un duelo justo e intentó materializar la regalía familiar para atacar a la heredera del Clan Blanco, quien no tuvo más remedio que usar su qi en defensa propia. Tal y como esta última había avisado con anterioridad, dicho poder se le escapó de las manos, siendo necesaria la intervención del profesorado para que nadie resultase herido.

Schwarz realizó su resumen con el deje de quien intenta transmitir la versión oficial de una noticia que no se cree ni él mismo. Por supuesto, todos en aquella sala conocíamos el porqué de aquella entonación, aunque unos más que otros:

—¿De qué hablas? No me vengáis con cuentos chinos, ¿qué ha ocurrido en realidad?

Rescaté del pozo de alquitrán que era mi memoria a corto plazo fragmentos inconexos del enfrentamiento con Marina. Todavía lo tenía fresco, pero por alguna razón no lograba sacar gran cosa en claro, pues todo parecía invadido por aquella extraña sensación de inquietud que se había adueñado de mí en más de una ocasión durante el mismo y que atribuía a la adrenalina. 

No recordaba nada que justificase mi estado actual, si acaso, el sobreesfuerzo físico explicaría por que me sentía como si me hubiera pasado por encima el desfile del Día de San Patricio.

—No es ningún cuento —insistió Weissman—. Angela y yo habríamos preferido que esto ocurriese de alguna forma más controlada pero, cuando usted se vio al borde de la muerte, su fuerte instinto de supervivencia se encargó de darle el empujón necesario para sacar su potencial mágico a relucir. Por desgracia, en ese mismo momento perdió el conocimiento y no pudo crear un circuito mágico estable que encauzara su energía existencial, por lo cual lleva desbordándose peligrosamente desde entonces.

—¿Desbordándose? —Si no había entendido mal mis lecciones de Ontología el maná, energía existencial, o como lo llamaran, era el alma de su contenedor y tener una fuga de eso sólo podía significar...

Schwarz levantó su mano derecha a la altura del rostro. Pese a no ver nada en un principio, tras un fogonazo similar a cuando cambias de canal a golpes una televisión antigua, pude observar como el capullo de vendajes negros que me cubría surgía desde una maraña enredada alrededor de sus dedos y envuelta en llamas.

— Si retiro mi sello de energía existencial, mueres —clarificó mi visión.

—Muy esperanzadora —agradecí que confirmara mis temores.

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora