28. El abrazo del erizo (II)

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Argo Panoptes, la guarda de la Sala de los Mundos a quien no había vuelto a ver desde mi llegada al Palacio Cristalino, detuvo junto a nosotros la silla del anciano director. Me dieron ganas de comentar su hábito de no quitarse nunca la poco discreta capa que ocultaba su rostro y la hacía parecer un enorme manchurrón negro entre el colorido de los jardines, pero me contuve. Ya tenía suficientes problemas.

Ignorando mi escrutinio intrigado sobre su acompañante, Weissman se dirigió al mío:

—Señor Georgsen, ¿me permite unos momentos con mi hija?

Georg, quien también parecía haberse visto atrapado en el halo de misterio emitido por Argo, saltó como un resorte, haciendo reaparecer su yo de cara al público con una torpe reverencia que hizo entrechocar las piezas de su armadura:

—¡P-por supuesto, Direc- señor Director! —Las formalidades tampoco eran su fuerte, quedaba claro— Volveré a nuestro hogar, si no... si me disculpa.

Tras reincorporarse, el joven germano dio un paso dubitativo por el sendero más cercano antes de lanzarme una mirada furtiva. No hacía falta poner en palabras por qué temblaban sus ojos azules, así que le señalé el camino a seguir con un gesto disimulado de mi dedo índice.

Aunque no fui la única en darme cuenta de su problemática:

—Si no le importa, la joven Panoptes lo acompañará hasta el edificio principal —metió baza mi padre adoptivo.

Georg no había tenido tanto contacto con el director del Palacio Cristalino como yo, por lo cual pude presenciar el momento exacto en que se planteaba mi constante pregunta de si aquel anciano de aspecto afable podía leer los pensamientos.

—Gracias —fue su única contestación ante tan inesperado ofrecimiento.

La encapuchada me dedicó entonces una leve inclinación y se acercó al aspirante a caballero, indicándole con el brazo el camino a tomar. Ambos comenzaron a andar el uno al lado del otro, contrastando la figura sincera y luminosa de Georg con la oscura intriga de su acompañante.

—Esto... —lo escuché intentar romper el hielo mientras se alejaban— Eres la guarda de la Sala de los Mundos, ¿no? He oído que puedes ver todo lo que ocurre en el Mar de Esferas.

—Sí, la gente suele centrarse en esa parte de mí —le contestó ella sin esconder hasta dónde la hastiaba el tema—. Mis ojos les hacen pensar en los actos que prefieren mantener ocultos, pocos razonan lo suficiente para darse cuenta de que también puedo cerrarlos.

—Sólo porque puedas hacer algo no significa que debas hacerlo —citó Georg una frase que, por el tono empleado, había sacado de alguna de sus lecturas.

—¡Vaya! —sonó ahora alegre la voz de Argo—. Parece que el más joven de los caballeros es también el más prometedor.

Habría preferido acompañarlos, sin embargo me tocaba bailar de nuevo con Weissman, quien había alargado el brazo para recoger otro de mis aviones de papel del suelo y lo observaba con curiosidad:

—Empieza a convertirse en costumbre el encontrarnos aquí después de que usted le haya dado una patada a alguna situación compleja.

Recogí el Libro de Rosetta y la demás papelería sin intención alguna de ocultar mi malestar:

—Yo diría que ha sido la situación la que me ha dado una patada a mí.

—Eso me ha comentado la señorita Silver en la reunión del claustro de la que vengo.

—¿Ah, sí? —oculté la sorpresa producida por escucharle hablar de algo tan mundano como una reunión de profesores— ¿Y le contó también cómo se quedó quieta mientras me ahogaban en un tarro de pepinillos mágico?

Dragon Mate ¡YA A LA VENTA!Where stories live. Discover now