1. A quién los dioses sonríen.

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El Rey era ese, el que sujetaba la espada con destreza, el que realizaba una demostración de sus capacidades a sus súbditos e invitados en uno de los jardines de su gran palacio. Con su bien estilizada figura, aquella que vestía con la armadura especialmente hecha para él y bendecida por los dioses, hecha de los materiales más finos y caros.

El Rey que con mucha facilidad y a pesar de que los soldados, que practicaban junto a él, no estaban jugando parecía que si, al ser él, un espadachín experimentado.

Un solo movimiento volteo a un soldado al suelo, mientras que al otro logró romper su túnica casi con precisión. Y al otro lo tumbo rápido al suelo, ganándose con eso múltiples aplausos de parte de su público.

— Parece que he ganado. — Decía el Rey Ishap con una sonrisa en sus labios.

Su hermana la princesa Menwi aplaudió pausadamente, acercándose desde el lugar que la resguardaba del sol, caminando tan lentamente que los súbditos suspiraban por su extrema belleza y su piel brillante ante el Sol. Algunos súbditos incluso cubrieron sus ojos para no alcanzarla con sus miradas perversas que querían ver a través de sus vestidos finos reales.

— Lo sabríamos si tu oponente fuera... Lucius. — El Rey volteo a ver mal a su hermana menor.

— ¿Estás volviéndote contra tu Rey? — El Alpha miro mal a su hermana Beta.

— ¿No has sido capaz de escuchar? Lucius te daría tu merecido con los ojos vendados. — Decía la princesa Menwi. Evitando suspirar con solo recordar a su primo lejano. El general en jefe de la nación.

— No hables de Lucius ahora. —

— Pronto cumplirá años. ¿Crees que regresé para la fiesta que darán los dioses en su honor? — El Rey rodó los ojos.

Como el Alpha sobre Alphas entre todo el reino dorado, la soberbia nublaba su mente cuando el reino e incluso el pueblo se preparaba para recibir a su primo lejano. Porque aunque el Rey Ishap no lo dijera en voz alta el reino amaba al General Lucius.

— Él hace lo que quiere. —

— Y lo hace contra tus enemigos ¿O debo recordarte que es tú general de más confianza y está a cargo de la seguridad de la nación? —

— Cállate Menwi, casi parece que quieres echarme en cara todo lo que ha hecho por mi. — Porque en realidad el Rey Ishap le debía al General más que la seguridad de su nación, y sabía que los dioses le sonreían más a su primo lejano que a sí mismo a pesar de ser el Rey y tener sus comodidades.

— Es que parece que lo quieres hacer de lado. Y quiero verlo en su cumpleaños hermano. — Sonrió Menwi con sus mejillas queriendo teñirse de rojo. — Tengo su regalo de cumpleaños. — Su hermano frunció el ceño con extrema molestia.

— Hablemos dentro acerca de eso. — Los súbditos hicieron una reverencia ante la despedida del Rey al público, y la princesa Menwi al ser una preciosa flor del desierto y su ciudad.

— ¿Cuándo pensabas decírmelo? — El Rey le dio sus armas a uno de los soldados de confianza que lo seguían como escolta.

— Creo que era claro, creí que mis miradas me delataban. Hermano. — Decía la princesa con media sonrisa en su rostro.

— ¿Cuál será tu regalo para su cumpleaños? — Preguntó el Rey.

— ¿No está más que claro? Yo seré su regalo. Los dioses me han bendecido al nacer tan cerca de mi destinado. — Ella quería hasta suspirar. Pero el Rey simplemente frunció el ceño.

— Él no me ha pedido tu mano. Y a menos que lo haga no permitiré que estén juntos. Ni aunque los dioses me lo pidan. —

El Rey sabía que su hermana no era la otra mitad de Lucius, lo sabía porque Lucius era un hombre correcto y derecho, era un Alpha en todo el sentido de la palabra, le habría pedido su mano si así fuera. Pero no el simplemente no tenía el más mínimo interés de tomar una mujer solo para sí, por ahora y Ishap no iba a mentir, no le agradaría cuando Lucius escogiera una mujer para él. Porque muy posiblemente los dioses le sonreirían más.

La princesa Menwi sólo evitó hacer un gesto de desagrado e hizo una reverencia ante la retirada de su hermano a su baño privado porque pensaba visitar su Harem de omegas.

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— ¿Hiciste lo que te pedí? — Preguntó su padre con muy poca paciencia.

— ¿Cuál es el problema papá? — Preguntaba una Nephthys muy entretenida en la caricia que le brindaba su pequeño gato gris, desde los cómodos almohadones en los que estaba recostada.

— Hoy vendrán los soldados a la ciudad y algo me dice que algunos podrían quedarse aquí. —

La posada, en la que vivían, de una de las ciudades en el extremo del reino dependía de los pocos extranjeros que en realidad pasaban por ahí cada tanto. Todo porque las personas extranjeras preferían parar sus largos viajes cerca del reino, o en las posadas más lujosas.

— Ellos prefieren acampar a las orillas de la ciudad. — La ira de su padre se vio reflejada en sus ojos.

— ¿Has salido sola? — Ella tragó fuerte y negó levantados. Pensando rápidamente al ver el rostro de su madre que venía del exterior con un par de harapos en la cabeza por el sol y un velo en su rostro.

— Salió ayer con las betas de enfrente porque la siguiente semana iremos a traer agua a los pozos. ¿Ellas te lo contaron? — Nephthys asintió inmediatamente, si su padre se enteraba que su hija había salido sola un rato con el consentimiento de su madre, le daría un escarmiento como castigo, y se enojaría con su madre por ser tan blanda con su hija.

— Así es, me dijeron que normalmente todos los soldados acampan, solo cuando vienen de la guerra prefieren quedarse en alguna posada. — Su padre sonrió.

— Pues que bien, porque fueron a someter y a obsequiar nuevos territorios del norte al Rey. Así que estoy seguro de que tendremos ganancias esta vez. — Su esposa y su hija sonrieron, más sin embargo centro su mirada preocupado en su hija.

— ¿Cuándo se acerca tu momento? — La pequeña Nephthys suspiró.

— Alrededor de doce soles. — Decía tragando fuerte porque era algo que no le gustaba, su padre asintió, pronto tendría que conseguirle más plantas para que su hija ocultara su aroma y sus feromonas.

Porque sabía que si los soldados del Rey se llegaban a enterar que su hija era una Omega y no la había obsequiado al Harem del Rey como debía ser de recién nacida para ser criada con la mejor educación, y gracia para los dioses y los reyes, como debía ser, él y su familia sería ejecutada.

— Si vienen los soldados del ejército real, quiero que ocultes tu rostro. —

Ella siempre lo hacía cuando salía de igual manera. Porque cuando no lo hacía las personas quedaban según ella abrumados por su seguramente desagradable aspecto, aunque nunca se había quedado observando su aspecto con detalle.

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